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Tribuna
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Morir en Madrid

En las últimas semanas, tres personas han muerto en Madrid en circunstancias que ponen en duda el buen funcionamiento del aparato sanitario madrileño. Dos de esas personas fallecieron en la capital, en distintos centros hospitalarios (La Paz y el Hospital Gómez Ulla), y la tercera, en un ambulatorio de la Seguridad Social de Aranjuez. En los tres casos, los familiares de los muertos han denunciado deficiencias en la atención de los enfermos o descuidos de los equipos sanitarios que ocasionaron fatales consecuencias. Los periódicos han dado puntual cuenta de estos casos y las polémicas suscitadas en torno a ellos aún son notables.No vamos a descubrir ahora los graves males que aquejan a la organización de la sanidad en España, que no cumple, en muchos casos, las mínimas recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud para países como el nuestro. Tampoco vamos a pretender que no existan errores, propios de toda obra humana. Pero sí es preciso preguntarse si no ha sido posible, en las actuales circunstancias, hacer algo más de lo hecho para mejorar los esquemas de asistencia sanitaria a los ciudadanos españoles.

Los defectos de la sanidad española se agravan de manera notable en las grandes urbes como Madrid. Y quizá por eso tienen peores consecuencias los errores cuando se producen. Nuestra ciudad tiene un grave déficit de camas en hospitales estatales, existen muy pocos centros para atenciones de urgencia, no hay instalaciones sanitarias apropiadas para enfermos crónicos, las instalaciones municipales para primeras curas están anticuadas y son escasas. De forma paralela, la asistencia está ultramasificada, no existe el mínimo Indispensable de la relación médico-enfermo y los doctores se ven obligados a atender interminables filas de enfermos a los que apenas pueden dedicar un minuto.

En las clases de mayor poder económico estos problemas se eluden mediante conciertos con empresas privadas de seguros, médicos, que cuentan con cuadros de especialistas e instalaciones hospitalarias apropia dos, pero muy caros. Sin embargo, no es infrecuente que familias modestas, que cotizan puntualmente a la Seguridad Social, hagan el sacrificio económico de pagar la cuota mensual de una sociedad médica para quedar cubierto de las imperfecciones que padece el aparato sanitario estatal. En el fondo, tratan de evitar esos largos peregrinajes que muchas familias se ven obligadas a realizar, con su deudo enfermo grave en una ambulancia, de un hospital a otro porque no hay camas; o que la administración del centro envíe a casa a un enfermo en pleno período postoperatorio, porque hay más enfermos esperando. Quieren no tener que pasar por el calvario de que le instalen su cama en un pasillo, le electrocuten en la mesa de operaciones o se muera por falta de sangre precisa para la transfusión indispensable.

Por supuesto resolver todos estos problemas no es tarea de un día, ni siquiera de años. Pero sí es un problema de interés, de decisión y de filosofía. La vida humana es demasiado preciosa para que puedan perderse varias, en pocos días, por errores o imprudencias. Y si estos casos tienen algo que ver con los defectos que antes hemos apuntado, no hay más remedio que pedir, enérgicamente, que se resuelvan.

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