¿Restaurará Carter la democracia en América del Sur?
Carlos M. Rama nació en Montevideo en 1921. Hijo de españoles, es doctor en Derecho y Ciencias Sociales por la Universidad de su ciudad natal (1952) y docteur de la Université de Paris, Faculté de Lettres (1954). Durante veintidós años (1950-1972) fue catedrático de Historiay Sociología en la Universidad de Montevideo y profesor visitante de diversas universidades europeasy latinoamericanas. Es autor asimismo de treinta libros sobre temas de historia de España contemporánea, sociología de América Latinay teoría de la historia. Actualmente profesa en la Universidad Autónoma de Barcelona.Durante la campaña presidencia¡ el equipo Carter-Mondale, si no se ha extendido en forma desmesurada sobre la política exterior que se propone llevar a la práctica el Partido Demócrata durante los próximos años, sobre ciertos puntos ha sido explícito.
Se ha comentado la posible política exterior europeísta, pero también merece considerarse su. actitud con América del Sur.
«La administración republicana -dijo Carter- ha auspiciado dictaduras y fabricado exiliados», y se entiendo, por tanto, que reclame una política exterior decente, y deprestigio. La necesidad de una po[ítíca exterior moral, desde los tiempos de Woodrow Wi1son, es una preocupación del Partido Demócrata,,V Carter reintenta continuar una línea que Ilustran asimismo las figuras de F. D. Roosevelt v de John F. Kennedy.
Lá alusión a los atentados contra la libertad de los pueblos de Chile, Uruguay, Bolivia y Argentina por la administración republicana entre 1972 y la fecha, así como la promesa de un cambio, es transparente, y el hecho es importante. Además, Estados Unidos, en la persona de su primer magistrado, admite su directa responsabilidad en la ruina de la democracla en repúblicas pacíficas, como las de Chile y Uruguay, su complicidad en la caída del régimen del presidente Torres, en Bolivia, y en los actuales sucesos argentinosí, que han provocado conjuntamente la muerte de decenas de miles de sudamericanos (sólo 20.000, en Chile), que explican la elevadísima población carcelaria que mantienen las dictaduras militares (solamente en el pequeño Uruguay, 6.000 presos) y que han empujado al exilio político. alrededor de un millóri y medio de uruguayos, argentinos, chilenos y bolivianos en los últimos cuatro años.
Al asumir esta actitud,-el señor Carter es consecuente con los pronuncian-úentos de la mayoría demócrata de las Cámaras, que a través de figuras como los senadores Eugene McCarthy, Kennedy y Church, y diputadoscomo los señores Edwards 1. Koch y
Donald Fraser, son los gestores de la decisión parlamentaria, suprimiendo la ayuda militar a la dictadura uruguaya «como una advertencia a los regímenes de Chile, Brasil, Argentinay muchas otras naciones de Latinoamérica que oprimen a su propia
gente » (sic).
Si ahora se unen el poder ejecutivo con el legislativo en asumir la gran responsabilidad :de Estados Unidos como coautores de la actual situación de la democracia en América del Sur, es de desear que tengan la misma eficacia para el bien que tuvo su país para el crimen.
Todos quienes conocen la historia actual del cono sur latinoamericano les consta que los pretorianos criollos' existen como gobernantes en la medida que han sido adiestrados, entrenados, adoctrinados, financiados, asesorados, auspiciados, orientados y ante todo dirigidos y protegidos por el actual Gobierno norteamericano a través de sus qmbajadas, de sus agencias internacionales y compañías multinacionales.Hasta el 20 de enero de 1977 se viven los 78 días de la «cuenta atrás» para la transmisión de poderes, Y como ha dicho el columnista James Preston con razón, es una etapa más importante que los primeros «cien» y «mil días» de la nueva administración. No es entonces sorprendente que y a comienza a manifestarse la nueva política: demócrata para América del Sur. La actitud del «Gobierno» chileno d el 17 de noviembre de liberar 297 prisioneros políticos, algunos de ellos detenidos en 1973, o la, del «Gobierno» uruguayo de ordenar a la prensa
de Montevideo la publicación, el 14 de octubre, de las - actas parlamentarias de
Washington calificando al Uruguaycomo «cárnara de tortura de Latinoamérica», se explican en este contexto.
Dentro de pocos días será Carter personalmente quien orientará la política exterior, incluyendo el capítulo de las relaciones con América del Sur. «Seré el responsable de los asuntos Internaciobales y en todo momento el secretario de Estado será rru segundo», son sus palabras en una de sus repetidas andanadas contra la administración Ford-Kissinger.
Carter, en otras palabras, no solamente está adquiriendo un compron-uso con su pueblo, sino también ha dado su palabra a los sudamericanos de que terminará la intervención en sus asuntos Y que se les dejará 1 bremente busc~r su camino en la democracia.
Si en verdad Estados Unidos quiere llevar -adelante una «política moral» y cristiana con sus débiles víctimas hispanoamericanas deben ir más lejos y enmendar sus errores, res~ ponsabilizándose por la acción de sus anteriores gobernantes inmorales`e indecentes.
En las manos de los gobernantes norteamericanos está restaurar a breve plazo la democracia para chilenos, uruguayos, bolivianos y argentinos. ¿Sería ello suficiente? Naturalmente que todo el poder norteamericano no es capaz de resucitar los muertos por un «error histórico» ni devolver losórganos y los miembros perdidos a los torturados, ni la cordura a las mujeres que enloquecieron vejadas por los esbirros, y ni siquiera borrar las lágrimas, los sufrimientos y las penurias de millones y millones de gentes inocentes de nuestra lengua, de nuestra misma raíz, y muchos de ellos incluso españoles.
En primer lugar, sería ejemplar procesar a quienes, según los actuales representantes de la, voluntad nacional norteamericana, son responsables de tales y,gravísimos hechos. Fueron castigados Nixon y sus ministros por el escándalo de Wate~gate, ¿pero qué castigo merecen los que llevaron al desastre Y a la guerra civil a otros pueblos a~nericanos?
Desde el tribunal de Nurenberg se ha admitido en derechoÍnternacionalpúblico que los crímenes contra la humanidad son imprescriptibles y, en definitiva, los atentados contra. los derechos humanos del actual neofascismo no son menos graves que los cumplidos por los jerarcas nazis. En 1971 ya Richard J. Barnetrsostenía que para terminar con «las fantasías imperiales de los administradores de la seguridad nacional a costa del pueblo norteamericano» hay que «introducir la noción de responsabilidad personal por actos oficiales».
La República Federal Alemana ha asumido ante Israel y la comunidad judía la responsabilidad de los atentados a la vida, los derechos y los bienes de ese grupo por el hifierismo entre 1933 y 1945, y a título de reparaciones ll¿va pagados 20.000 millones de dólares. Si en América del Sur no se llegó al genocidio y a la cámara de ,-as, el neofascismo ha afectado no a una colectividad, s 1 no a países enteros ' y los daños y perjuicios son de cargo de Estados Unidos. Estará la administración demócrata norteamericana dispuesta a asumir todas y cada una de sus responsabilidades morales, políticas y financieras de Estados Unidos con los países sudamericanos?
Pasar de las intenciones a las obras nunca es fácil, y el tiempo dará respuesta a estas interrogantes.Debemos, sin embargo, agradecerle al vicepresidente Mondale haber dicho explícitamente: «Si se resuelven mejor los problemas internos de Estados Unidos: desocupación, pobreza, urbanización, si se aplica más resueltamente una política de desarrollo, se puede tener una actitud más generosa con Europa y el Tercer Mundo.»
En otras palabras: si el país más poderoso de la'tierra n ' o mata la hidra de siete cabezas de la crisis, la seguirá .exportando hacia sus vecinos y aliados, y con Carter seguiremos lo mismo que con Kissinger.
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