Poemas para una geografía simbólica
¿Es por una sensibilida coetánea por lo que el Liber usualis officii et orationum nos sorprende de tan peculiar manera? He aquí el drama de la reigiosidad fanatizada, la tragedia de las amputaciones causadas por la moral represora en los impulsos dionisíacos, los estragos yfrustraciones surgidas por la prohibición de lo placentero; he aquí la mansedumbre de las conciencias dominadas («te nacieron culpable y lo masticas») por aquéllos clérigos de la airada victoria que clamaban en los púlpitos de nuestros «pueblos con adobe y viacrucis, sin mar y sin tacón». Desde el primer poema del libro, «La entrada al templo hasta el último, su destrucción (hacia la luz, hacia la inocencia), el poeta nos emplaza con su lenguaje en una concreta geografía simbólica donde se nos muestra el recargado universo de un elaborado pórtico repleto de figuras y alusiones. Estos ángeles e imaginerías, cirios y maderas, beatas susurrantes y sacristanes coléricos, no nos envían a otros ámbitos, no nos mueven a devoción o contricción, sino que se hacen nuestros vecinos violentos o amistosos, acercándosenos con todo su impúdico e ígneo acontecer. Lo alegórico está desbordado por una cálida y palpable presencia. El poeta asume y nos contagia una actitud protagonizadora y consejera frente a la errada conducta de sus personajes (los de la «carne detenida» estérilmente), y los invita a otra «redención» y a cierta irreverente rebeldía: «Nuestro abrazo cabal será un milagro/que desconcierte al cielo y nunca haya/un pecado más justo.» Esta posición, dialéctica y exhortativa, activa la función del lector, estimulando lo que Ibáñez Langlois llamaría «la reconquista por parte del espectador del acto interior cumplido por el poeta en el proceso de la creación», sin dejar la alternativa de la indiferencia o del regocijo únicamente estético. Las interrogantes y las interjecciones abren poemas o se incrustan intermitentemente en ellos, agilizando la línea expositiva y arrancando al lector de su pasiva observación, de manera que se siente convocado a participar en el poema. La ira, el fervor, el asombro y la fantasía se suceden y nos impregnan a lo largo de la lectura. Las preguntas se abren como abismos a los que el poeta nos asoma con él: abismos sin fondo, pura desolación sin respuesta.
Liber usualis officii et orationum,
de Francisco García Marquina.Ediciones Rialp. Colección Adonais.
Lenguaje insólito
García Marquina materializa el lenguaje hasta lo insólito, lo solidifica e infunde a las palabras su emocional significación con la gracia imperceptible con que el viento hincha las velas de un esquife. Por ejemplo, en el poema «Meditación y súplica por los muertos», dice: «Cuando la losa/pierda su decisión y sea un lamento/de arenisca/y sus atribuciones y brocados/se deshilachen como arañas/ evadiéndose /se avivarán los ritmos de las oxidaciones./Por esa voluntad anónima/recobra la materia su vigor/mineral, como una rueda/loca.» Estamos ante una posible resurrección con los tiempos de los verbos aplazando la acción a un condicional y a un futuro (pierda, se deshilachen, se avivarán) y de golpe, sin amortiguación, nos sitúa por el presente de indicativo -recobra- ante la actual recuperación de un «vigor mineral» por la materia. El plano real se abandona, no sobre la visión arbitraria, sino sobre el agudo descubrimiento de cualidades insospechadas: las metagoges «decisión» de la losa, el «lamento» de la arenisca atomizándose; la impecable metáfora de que las «atribuciones» de la losa «se deshilachen como araflas evadiéndose», son, en fin, imágenes con las que el lector se refrigera con la noved`ad a la par que se reconforta con lo conocido. Y así brotan copiosas, a lo largo del libro, acertadas figuras metonímicas -«melancolía de cartílago», «malicia de ovario», «voluntad de risco», «penumbrade intestinos», «seriedad de losa», «seríedad de roble», «penuria de músculo», en las que son las calidades del ánimo (melancolía, malicia, voluntad) las que reciben el auxilio lingüístico de lo que podríamos calificar de calidades insensibles (piedra, risco, roble). Abundan las maduras metáforas («fantasmas de tos meditativa», «crédito/purpurina y cromo», «huésped de temor y distancia»); las comparaciones perspicaces («gargantas.../como una colcha de suspiros»); paronomasias («todo está decidido, la muerte echada») y, en fin, el cromatismo, el olor, la sensualidad de unos versos tallados y elaborados con minuciosidaj y apasionamiento. Figuras que, como dice Hugo Blair, «pueden hacer en algún modo objeto de los sentidos una idea abstracta. La revisten de tales circunstancias, que el entendimiento puede hacer presa en ella con firmeza y contemplarla a su sabor».
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