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Lorca y Alberti

En la actual temporada se están representando las obras de Lorca y Alberti. La casa de Bernarda AIba y El adefesio. La ocasión es pintiparada para hablar de estos dos escritores unidos por tantas razones. Los dos fueron condiscípulos en aquella Residencia de Estudiantes de la Institución, los dos formaron parte del grupo de jóvenes a los que posteriormente se denominó generación del 27, los dos se preocuparon de España formando parte de la pléyade de intelectuales liberal- republicanos que coadyuvaron al advenimiento del 14 de abril.Después, en los años de la República, Alberti se desplazaría hacia la izquierda:- admiración por las transformaciones sociales de la URSS, acercamiento lírico a las clases populares y los partidos obreros, creación de la revista Octubre y de la Unión de Escritores y Artistas Proletarios, etcétera. Lorca seguiría en sus posiciones liberales, empapándose de realidad y llegando a comprender la terrible injusticia social que corroía la sociedad española. Lorca fue fusilado de forma abyecta. Alberti trabajó junto al Gobierno républicano, se exilló y vive desde entonces fuera de España.

Demasiadas coincidencias para que en el momento que atravesamos la presencia de ambos autores en los teatros de Madrid no tenga una significación propia y la extrateatral, comercial en este caso, que quieran darle. Una pena. En estos tiempos de rompimiento democrático debería congratularnos la representación de estos dos exponentes de nuestra cultura teatral sin alharacas, sin mero rasgarse de vestiduras, sin la necesidad de convertirlos en producto de colmado o de supermercado yankee, dadas las ambiciones de ciertos productores.

Digamos antes de nada que las dos obras -y hablo de los textos y no de sus puestas en escena- son bastante desiguales. La casa de Bernarda AIba es una obra cuajada y de madurez. Lorca iniciaba con ella una etapa de compromiso artístico- político y de viraje formal. Los dramas personales o individuales y el medio social en que se inscriben y con el que entran en contradicción, aparecen reunidos en un depurado equilibrio teatral. El retoricismo poético de sus obras anteriores, herederas, en cierto modo, de las vacuidades modernistas de Paco Villaespesa, son sustituidas por una utilización precisa del lenguaje para alcanzar en cada caso su plenitud significante. La acción densa y sintética sólo tiene el resquicio de esa escena imposible entre Martirio y la abuela que precede al trágico deselance.

La obra de Alberti es, en mi opinión, de mucho menos interés. En El hombre deshabitado, como Lorca en Así que pasen cinco años o las pieceitas en un acto (El paseo de Buster Keaton, entre otras), hizo una incursión en el terreno, apenas explotado por los escritores españoles, del teatro surrealista. No es una obra que tenga mucho interés en nuestras circunstancias, pero sí ayuda a definir los gustos y tendencias de un período. Noche de guerra en el Museo del Prado, escrita bajo las circunstancias bélicas de la contienda civil, es dramatúrgicamente la más moderna de sus producciones y, seguramente, la que conserva una vivencia histórica, mayor.

El adefesio, sin embargo, en las redacciones publicadas que poseemos, no es una obra de gran interés para la España de hoy. No cabe duda que está bien escrita y que ocuparía repertorio. Pero es un error considerarla como obra cimera o texto descollante. Es importante decirlo para evitar más confusiones.

Debemos congratularnos de la presencia de Lorca y Alberti en nuestros escenarios. Pero hay que estar bien atentos para impedir que mediante, manipulaciones extrateatrales, el valor de sus obras se convierta en pura mercancía y su significado democrático en un grotesco asterisco de esta España nuestra en que para algunos hasta la sangre, el exilio, la cárcel y la democracia también se compran y se venden y posibilitan los buenos negocios.

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