"Qué excelente rey sería, si tuviese un buen pueblo"
Sábado, 2 de febrero de 1946
... Llega felizmente a Portugal el rey. Un avión británico de las líneas regulares trae a los monarcas al aeródromo de Portela de Sacabem, a las ocho y cuarto de la noche. Según telegramas procedentes de Londres, publicados hoy por la prensa de la tarde, don Juan había tenido importantes conversaciones en la capital británica y una entrevista con el soberano inglés. Para la llegada del rey, El Gobierno portugués se puso, una vez más, a las órdenes del embajador español. Este completó la maniobra haciendo que la policía portuguesa indicase la conveniencia de que no compareciésemos en el aeródromo quienes tuviésemos alguna significación política. Uno de los jefes de la Policía Internacional, dando a entender que reflejaba el criterio de Salazar, indicó al duque de Sotomayor que era preferible, por el bien mismo del rey, que yo me abstuviera de asistir. Como es natural, me he quedado en casa; lo mismo ha hecho Sáinz Rodríguez. El rey ha debido de ver muy clara la situación y por eso, al descender del avión, ha tratado al embajador con una marcadísima frialdad, notada por todos los presentes. Inmediatamente montaron los reyes en su automóvil propio, que los llevó a Villa Papoila, la residencia ofrecida por los marqueses de Pelayo. A las diez de la noche llegaron los infantes don Carlos y doña Luisa, suegros del rey, con su hija, la princesa Czartoriska. Todo ha resultado, gracias a Dios, perfectamente. Claro es que, quedan por librar las peores batallas. Cada día se ve más claro que Franco se colocará en una posición de creciente hostilidad y que Salazar, cada vez más servil, le secundará todo lo posible. La imprudencia de las gentes, incluso de las bien intencionadas, puede agravar la situación. Un telegrama de Reuter, fechado en Londres -y que de los periódicos portugueses sólo publica A Voz-, dice que los elementos monárquicos de Suiza han manifestado que si Franco se opone a la restauración, publicarán un documento dirigido por él a Hitler que le compromete gravísimamente ante su propio pueblo y ante la opinión mundial. Esa declaración es imprudentísima y puede perjudicar al rey. En esto, como en todo, se experimentan las desagradables consecuencias de la absoluta carencia de unidad de dirección en la política monárquica. ¡Quiera el Señor que ahora todo se arregle!...
Domingo, 3 de febrero de 1946
... Por orden del rey, me visita Eugenio Vargas, para que le redacte una nota con lo que ha de decir a los periodistas que le visitan. La preparo, igual que una rectificación a la noticia de Reuter sobre la existencia del documento secreto contra Franco. Más tarde vuelve Vegas a mostrarme, de parte del rey, varios documentos confidenciales, entre ellos una carta que le escribió Franco hace pocos días y que le llegó dos antes de su salida de Lausanne, en la que le dice que Oriol no le informó debidamente, que accedió al viaje del rey porque juzgaba que ya no sostenía el manifiesto de 19 de marzo, etc., etc. En rigor, la carta venía a decir que no hiciera el viaje, pues las conversaciones proyectadas no tenían objeto. Antes había enviado al rey, por conducto de la Legación en Berna, un telegrama rogándole que no se pusiera en viaje hasta recibir la carta. Juntamente con ésta llegó otra de Oriol, explicando su gestión. Tal carta es un monumento de inconsciencia. Con razón, refiriéndose a ella, decía López Oliván que la negociación de Oriol había sido la de un sonámbulo. De la lectura del documento se deduce que Oriol, indudablemente de buena fe, no informó a Franco de un modo suficiente. Pero de esto a decir que le engañó hay un abismo. Tanto Oriol como Artajo han avanzado en este asunto mucho más que Franco. Este les ha dejado hacer, sabiendo muy bien sus propósitos, con la intención de aprovecharse de la «infidelidad » si llegara a conducir a un resultado favorable, o a desautorizarlos si no iban las cosas de acuerdo con sus deseos. Como, una vez consentido el viaje, se dio cuenta del mal paso que con ello había dado, procuró detener al rey diciéndole que había sido engañado. Nada ha faltado en la comedia: ni el broncazo a Artajo ni la acusación de traición en labios de la generalísima. Todo ello ha sido providencial para permitir el viaje del rey, aunque hay que convenir, de momento, en que las dificultades han aumentado... Por la tarde recibo a numerosos periodistas, a los que no hago declaraciones; les oriento, en cambio, en el sentido de desvanecer cualquier equívoco respecto a las relaciones del rey con Franco.
Lunes, 4 de febrero de 1946
... Me recibe el rey en su residencia de Estoril. Es mi primer contacto personal con él, y debo decir, con sinceridad plena, que me deja la más grata impresión. Afable, jovial, inteligente, serio. Sabe oír y sabe preguntar. Se muestra enterado de los problemas básicos y no desdeña pedir consejo. Sobre todo, me da la impresión de un hombre formal, serio, amante de la verdad, hostil a lo que sean deslealtades, maniobras y habilidades de mal género. A diferencia de su padre, que nació rey, don Juan se ha formado en la magnífica escuela de la desgracia. En lugar de la adulación desde la cuna, ha conocido las persecuciones, las deslealtades y hasta las estrecheces. Es aún joven, carece de experiencia y necesita empaparse en ciertos principios básicos; pero la primera materia es excelente y se adivinan en él las cualidades fundamentales que, debidamente desarrolladas, pueden dar un gran rey. A la inversa de lo que el poema del Mío Cid dice del gran Rodrigo de Vivar -«¡Dios, qué buen vasallo, si oviese buen señor! »-, podemos decir de don Juan de Borbón: ¡Qué excelente rey sería si tuviese un buen pueblo! Nuestra conversación, extensa y animada, cordial y sincera desde las primeras frases, abarca todas las cuestiones urgentes, en especial lo relacionado con cualquier proposición impensada que pueda hacerle el embajador de España en la audiencia que ha solicitado. Desde luego, hay una coincidencia básica en nuestros puntos de vista. Con él, primero, y con Fontanar y Eugenio Vegas, más tarde, trato de la organización de su secretaría, que es preciso montarle como un verdadero instrumento de trabajo. Claro es que yo no quiero en modo alguno dar la sensación de que pretendo hacerme el indispensable, ni mezclarme indiscretamente en los asuntos del rey. Prefiero que me llame cuando quiera algo de mí, poniéndome a sus órdenes sin retraimientos esquivos, sin insinuaciones oficiosas. Por la noche me visita Mac Laurin, de la Embajada inglesa, que acaba de llegar de Madrid en avión. Me trae de parte de Paco Herrera la copia de un oficio que ha recibido de la «Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas» -con la que estaba en contacto-, en el que se dice que el Partido Comunista ha ingresado en la Alianza, aceptando sin reservas el pacto constitucional de ésta y su posición actual y que, ante el -anuncio de la asamblea de monárquicos españoles en Portugal, ha adoptado un acuerdo en que se declara que cualquier solución del problema político, sin contar con ella, «sería originariamente precaria y antidemocrática y habrá de descontar la reprobación compacta, unánime, resuelta y activa de todas las fuerzas político-sociales que integran la Alianza». Como es natural, Paco entiende, con plena razón, que la presencia de los comunistas impide en el futuro cualquier intento de negociación. Igual criterio impera en la Embajada británica en Madrid, donde se piensa que la ruptura de las negociaciones es de la íntegra responsabilidad de las izquierdas. En consecuencia, el embajador me manda a decir que, a su juicio, la monarquía es hoy la única salida posible ...
Martes, 5 de febrero de 1946
... Eugenio Vegas me ha dado una información confidencial, a la que el rey ni siquiera se ha referido en nuestra conversación de ayer. Antes de salir de Su¡za para Lisboa modificó su testamento, creando el Consejo de Regencia para el caso de su fallecimiento y hasta resolución de las Cortes. El Consejo estaría integrado por la reina María, la reina Victoria, el cardenal Segura, el conde de Rodezno y yo. Es una prueba de confianza y delicadeza que a mucho me obliga.
Miércoles, 6 de febrero de 1946
... Durante estos días el rey está recibiendo gente. Hasta ahora no hay que lamentar ningún mal paso, aunque temo cualquier cosa en este orden. Atisbo rivalidades muy hondas entre las personas que rodean al rey. Procuro no mezclarme en ellas, pero advierto que la consecuencia es que no se organizan debidamente los trabajos de secretaría, más indispensables hoy que nunca.
Jueves, 7 de febrero de 1946
... Por diversas noticias que recibo de España, llego a la conclusión de que Franco piensa ahora no dar paso alguno hacia don Juan, con la esperanza de que el problema languidezca y pierda todo interés. En cambio, parece que el embajador en Lisboa se muestra muy deseoso de contacto. Ha pedido al rey una nueva audiencia.
Viernes, 8 de febrero de 1946
...Oliveira Salazar ha estado a visitar al rey, para devolverle, en nombre de Carmona, la visita de anteayer. Ignoro lo tratado en la entrevista, que duró algo más de una hora. Personas próximas al rey dicen que fue satisfactoria. Después, el rey recibió al embajador de España en Lisboa -que mañana sale en avión para Madrid- y luego me advirtió que quiere hablar mañana conmigo de este asunto.
Sábado, 9 de febrero de 1946
... Tengo un día políticamente muy movido. De las diversas entrevistas, la más interesante es la que celebro con don Julio Wais. El antiguo ministro de la monarquía ha recibido el encargo de más de cincuenta ex diputados y senadores monárquicos -resto del antiguo partido liberal-conservador- de hacer presente su adhesión al rey. Al propio tiempo, el grupo tiene el propósito de unirse a Acción Popular, acatando mi jefatura. Examinado el momento político, convenimos en que la fusión se lleve a cabo algo más adelante, y que entre tanto el grupo, con su propia personalidad, esté integrado en la «Coalición Monárquica Nacional», que he pro puesto al rey y que todos parecen dispuestos a aceptar... Mientras tanto, como, prueba de la identificación con nosotros, Wais formará parte del Consejo de Acción Popular. De esa manera, la unión tiene ya una manifestación tangible, y en la práctica yo dispongo de dos votos en el comité de la Coalición. Además de esto, examinamos con detenimiento todo el problema político español y llegamos a un completo acuerdo. (Yanguas, que también me visitó, se muestra. enteramente conforme con la Coalición.) ... A última hora de la tarde me recibe el rey, con quien tengo una conversación de dos horas. A una parte de ella asisten Paco Fontanar y Vegas. Hablamos principalmente de la visita que ayer le hizo Nicolás Franco, en la que le preguntó categóricamente por la fecha en que quería entrevistarse con el generalísimo. El rey se zafó del compromiso, insistiendo en que antes es preciso preparar bien la conversación. Nicolás insistió, a su vez, sin resultado, llegando a decir: «Es muy sencillo. Yo meto a Vuestra Alteza en el coche y le llevo a ver al generalísimo sin que nadie se entere. » Como es natural, yo manifesté una vez más, con toda energía, mi opinión radicalmente opuesta a la entrevista sin testigos y en territorio español. Expuse de nuevo todos los argumentos y dije de un modo terminante: «Vuestra Majestad. no puede ir a ver al general Franco a territorio español, pues entonces irá como súbdito.» Con gran satisfacción, vi que el rey reaccionó dignísimamente como tal. Por si el embajador -que hoy salió en avión para España- vuelve a la carga dentro de unos días, le propuse al rey que insistiera de un modo inflexible en las negociaciones previas encomendadas a delegados, y como Franco ha dicho al rey en su última carta que no tiene persona alguna de quien fiarse -estupenda confesión en quien lleva gobernando casi diez años con poderes absolutos-, don Juan puede proponerle enviar a persona o personas de su con fianza -que las tiene, por fortuna, aun que no ha reinado-, para que se entrevisten con el caudillo. Luego el rey me dice que merecen su entera aprobación las bases que le he enviado de la Coalición Monárquica Nacional. Para él caso de que los tradicionalistas no entren en ella -como es lo más probable-, pro pongo que se invite a Rodezno a que asista a la reunión del comité a título de observador. Finalmente, acordamos fijar un día a la semana para tener conversaciones sobre los acontecimientos que se vayan presentando, así como sobre la orientación de las futuras leyes orgánicas de España. A esas conversaciones deben asistir otros elementos, como Sáinz Rodríguez y Vegas.
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