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Calvo Serer: el exilio y el reino

Desde que un buen día Rafael Calvo Serer decidió marchar a París y publicar allí un artículo, ciertamente explosivo, titula «Yo también acuso», han pasado muchas cosas. El diario «Madrid», que él había remodelado y en el que algunos, como este modelo servidor, habíamos trabajado con entusiasmo, fue cerrado, primero, y dinamitado, después. Calvo se exilió y después fundó con Santiago Carrillo la Junta Democrática. La Junta tuvo vida breve e intensa. Vino después lo que todos saben y una ligera luz de esperanza brilló en todos los cielos de España. Calvo esperó todo lo que pudo y, al regresar fue detenido en el aeropuerto de Barajas y trasladado al «Carabanchel Hilton», hotel por el que al parecer, tiene que pasar en este país todo el que aspire a un papel político de relieve, con excepción de las gentes de derechas, que empiezan siempre como príncipes del colegio. Quince días después de aquel extraño recibimiento en Barajas y de su reclusión en Carabanchel, Calvo Serer salía en libertad, daba una conferencia de prensa y se reintegraba a la vida civil.Helo aquí, pues, dispuesto y decidido, con más moral que el Alcoyano y menos rencores que el buen salvaje de aquel hombre nefasto llamado Rousseau. Calvo es una fuerza de la naturaleza, en el que se unen los resabios del político, la retranca del levantino, la religiosidad de los del Opus y la sabiduría de los campesinos galaicos. Y una leve capa de ingenuidad que, a veces, parece simple táctica, y otras, naturaleza irreprochable. A mí me resulta relativamente fácil escribir sobre este hombre desbordante y atractivo, controvertido y cordial, con más recámara que un mauser y más vueltas que un laberinto. Durante casi seis años hemos mantenido una relación sadomasoquista de asalariado a patrón (de asalariado pésimamente retribuido, que quede claro) con identidades sin cuento y diferencias siderales. Calvo sería un modelo espléndido para ese hombre «de pie», vertical, atrabiliario, humanísimo y decididamente ajeno a esta España predemocrática.

Calvo Serer: El exilio y el reino, de José Martí Gómez

y Josep Ramoneda, Barcelona. Editorial Laia. Paperback. 1976.118 PAGINAS.

Por lo demás, la nómina de sus amigos aparece como incomparablemente más reducida que la de sus adversarios

Diríase que el profesor tiene una extraña facilidad para desengancharse de quienes lo aprecian y desenmascara con estricta severidad a quienes disienten con sus posiciones. Su individualismo tiene límites muy concretos y, en algunos momentos, provocadores. Semejante actitud estaba claramente expresada en sus dos libros publicados en París y sospecho que bastante gente se habrá sentido extrañamente postergada. Cuando la historia la hacen muchos, resulta peligroso protagonizarla cómo si se tratara de una película de buenos y malos. Los compañeros de viaje son proclives al reproche y hasta al exabrupto.Entre la realidad y el deseo media siempre un abismo. En esta larga entrevista el profesor Calvo Serer explica lo que cree que es. Sus entrevistadores se ocupan de que la imagen aparezca suficientemente contradictoria como para que el lector se percate de las diferencias existentes entre lo que Calvo es y lo que quiere ser. Semejante hazaña (reducir la realidad del deseo a la realidad a secas) es digna de encomio. Aconsejo este libro, y no sólo como «lectura de verano».

Valor y paciencia

José Martí Gómez y Josep Ramoneda, los inteligente y divertidos entrevistadores de la revista Por Favor han tenido el valor suficiente y la paciencia precisa para elaborar un libro sobre Calvo Serer titulado «El exilio y el reino». Se trata de dos largas entrevistas, parte de las cuales fue publicada en la revista citada. La segunda entrevista se produjo cuando el general Franco había fallecido y los reformistas (Fraga y Areilza) estaban en el poder.Este libro es extraño y atractivo. Al terminarlo, uno está convencido de que el retrato de Calvo Serer queda incompleto o que ni siquiera se ha iniciado. Pero a lo largo del texto emergen las virtudes y los defectos del protagonista y se marcan las penumbras con que juega conscientemente. No ha sido posible, por ejemplo, arrancarle detalles, confesiones o precisiones sobre su infancia, su juventud, su familia, su religiosidad o su intimidad más remota. Calvo se revuelve como un león cuando los entrevistadores le aprietan las clavijas de la intimidad. Sus explicaciones sobre por qué sigue siendo socio del Onus Dei seguramente no son muy convincentes, pero resultan encantadoramente provocadoras. Sus opiniones sobre políticos de la situación contienen una dosis inédita de sinceridad, tanto más sorprendente cuanto Calvo se siente y actúa como político. No hay rencor en sus ap

reciaciones, ni odio, ni resentimiento, ni siquiera conmiseración. Ni cálculo.

Sorprende, sin embargo, que el entrevistado despilfarre tantas opiniones, evalúe con tanta facilidad su propia historia sin un sentido de totalidad, de crítica profunda o de impiedad hacia sí mismo. Calvo canta su palinodia en tono triunfal. Su «obra» («Arbor», el «Madrid», la «Junta») son algo así como acciones individuales, autónomas, extrañas al conjunto social donde llegaron a producirse y parece que emergen sin el con curso de nadie, con el solo impulso de su poderosa personalidad (la del protagonista). Sólo la voluntad, la sagacidad o la inteligencia de un hombre, enfrentado a una situación que le repugna, construyen estas alternativas. Sin este hombre o sin sus iniciativas no habría alternativas ni cosa que se le pareciera. Para un político que debe contar con los otros semejante actitud es preocupante. Y demuestra que, tal vez, Calvo se equivoque cuando dice de sí mismo que es un político y apenas nada más. Por sus acciones y su proyección, Calvo parece condenado a militar en l

a zona de la conciencia individual, crítica, moralizante, no en los páramos de la historia, la organización o el asalto al poder.

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