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"Sobre el sentido de la vida"

La urgencia, connatural a la prensa diaria, con la que se me pide una breve exposición de la filosofía del gran biólogo desaparecido, me obliga a limitarme a condensar lo que sobre ella dije hace cinco años en mi libro Sobre el sentido de la vida.En su obra fundamental, El azar y la necesidad (1970), parte Monod del análisis de lo que es un ser vivo. Tres propiedades lo caracterizan: la teleonomía, la morfogénesis autónoma y la invariancia reproductiva. La teleonomía es la propiedad de ajustarse a un proyecto, de tender a un fin: un ojo es inexplicable si no se tiene en cuenta su, función de ver. La morfogénesis autónoma es la propiedad de adoptar una forma no como efecto' de causas externas, sino a partir de las propias tendencias intrinsecas. La invariancia reproductiva, en fin, es la capacidad de transmitir una información genética complejísima que dé origen a otro ser vivo igual al primero.

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La teleonomía y la invariancia se relacionan entre sí en cuanto que «escogeremos arbitrariamente definir el proyecto teleonómico esencial como consistiendo en la transmisión de una generación a otra del contenido de invariancia característico de la especie». Pero, por lo que hace a su importancia respectiva, se plantea una gran controversia: ¿qué es más básico, y general en el cosmos, la teleonomía o la invariancia? En otras palabras, ¿es que toda la naturaleza se encamina hacia una meta, para lo cual es útil que en algunos sectores se mantenga cierta invariancia? O, por el contrario, ¿es la invariancia la ley básica de la naturaleza, dentro de la cual se dan pasajera y circunstancialmete algunos seres dotados de cierto finalismo a corto plazo? Esta última es, según Monod, la única perspectiva que permite un conocimiento científico.

Monod, en efecto, califica a quienes creen que la naturaleza está orientada hacia un fin de «vitalistas» y «animistas». Los primeros limitan el finalismo a los seres vivos: así, Bergson y algunos científicos. Los segundos afirman el carácter finalista del cosmos entero. Según Monod, los animistas proyectan su subjetividad sobre el mundo exterior, atribuyéndole leyes que son propias de lo psíquico. Así, el animismo primitivo, que poblaba la naturaleza de mitos graciosos o terribles. Así, las grandes construcciones de Leibniz y Hegel. Así, Teilhard de Chardin, de quien Monod hace un duro juicio,: «Por mi parte, me molesta la falta de rigor y de austeridad intelectual de esta filosofía». También son animistas el progresismo del siglo XIX a lo Spencer y el materialismo dialéctico de Marx y Engels. En el fondo, afirma nuestro autor, todas estas doctrinas responden a la ilusión por la que la humanidad se esfuerza incansable y heroicamente en negar su propia contingencia, convenciéndose de que su aparición en el mundo estaba inscrita y prevista en la marcha del cosmos y no se debe a un simple azar.

La ciencia, por el contrario, sostiene Monod, a partir de la formulación del principio de inercia por Galileo y Descartes, ha excluido en absoluto toda interpretación de los fenómenos en términos de causas finales, es decir, de proyecto. Este es el «postulado de la objetividad»: «postulado puro, indemostrable para siempre, porque es evidentemente imposible imaginar una experiencia que pudiera probar la no existencia de un proyecto, de la prosecución de un fin, dondequiera que se halle en la naturaleza».

En el último capítulo de su obra, Monod se sumerge de lleno en la filosofía, condensándonos en veinte páginas «su sistema». El hombre ha tenido que agruparse en comunidades para podersobrevivir; comunidades que, para mantener unidos a sus miembros, han de imponerles leyes muy estrictas. A su vez, para justificar a sus propios ojos la obediencia a tales leyes, el hombre ha tenido que inventar los mitos filosóficos y religiosos. Pero la tiencia moderna ha demostrado que todos esos mitos son incompatibles con el conocimiento objetivo, destruyendo así el fundamento ontológico de todas las tabla s de valores. Y, sin embargo, el hombre no puede vivir sin valores, pues los necesita para elegir entre un comportamiento y su opuesto. Esa contradicción entre el conocimiento objetivo y la necesidad de valores es la raíz de la angustia del hombre contemporáneo. De aquí que muchos experimenten terror e incluso odio respecto de la ciencia, «de la que miden actualmente el terrible poder de destrucción no sólo de los cuerpos, sino del alma misma».

Acaso lo que más impresiona al lector de El azar y la necesidad es que en él la ciencia aparece como un pequeño islote rodeado de irracionalidad, Arbitraria es, según Monod, la decisión de fijar lo que ha de entenderse por conocimiento científico; intrínsecamente imposible conocer la velocidad y la posición de las partículas elementales; resultado de un azar infinita mente improbable la aparición del prim,ex código genético, es decir, el nacimiento de la vida, que tal vez sólo haya ocurrido una vez en el universo; arbitrario el decidir que el proyecto fundamental de los se res vivos es el de engendrar seres de su misma especie; debidos a un azar imprevisible los cambios genéticos que posibilitan la evolución biológica... Así, la ciencia, que parecía destinada a eliminar el misterio del mundo, lo restaura, situándolo en la base misma de la realidad y de su propio estatuto epistemológico.

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