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La mitificación de las inversiones

Un diagnóstico oficial domina para referir el momento que vive la economía española: «La situación de crisis ha tocado fondo». Parece obligado preguntarse por el significado de ese diagnóstico hoy convertido en tópico oficial. Un parte lacónico y elemental destacaría tres rasgos fundamentales para definir el «fondo» que se dice ha tocado la crisis:- Las cifras de producción no se han recuperado. El índice de producción industrial en febrero caía el - 1,4 sobre sus valores de 1975. Los datos disponibles permiten entrever, sin embargo, cierto desperezamiento en las industrias de bienes de.consumo, tal y como las Valoran los empresarios. En efecto: la cartera de pedidos, las existencias y la tendencia de la producción manifiestan un cambio favorable, aunque no intenso. Frente a esta caía, la cruz la ofrece la inversión, cuyos signos son todos abiertamente negativos: el índice de inversión aparente mantiene tasas situadas entre - 9 por 100 y - 10 por 100 respecto de los dos meses iniciales del pasado año. Y las expectativas empresariales siguen siendo profundamente negativas (- 17 por 100 en enero, - 20 por 100 en febrero sobre las expectativas dominantes en enero y febrero de 1975). Valores negativos semejantes mantienen las cifras del sector de construcción, tanto en volumen de obra contratada como en nivel de actividad.

- El paro estimado en febrero ascendía a 413.380 trabajadores, lo que supone un 3,2 por 100 de la población activa. Ese valor medio nacional es, sin embargo, poco representativo, por las enormes discrepancias provinciales que oculta y que agravan su significación, social y económica: las provincias andaluzas y Canarias ofrecen las mayores diferencias con esa media nacional, con porcentajes medios que superan el 6 por 100 y con provincias como Málaga, Granada y Cádiz, en que el paro alcanza valores próximos al 10 por 100 de su población activa.

- Pese a haber tocado el fondo de la crisis, los desequilibrios de la economía -tanto el interno como el exterior- no han desaparecido. La inflación parece haber levantado su hosca cabeza desde febrero, situándose el índice del coste de la vida en tasas de crecimiento mensual del 2 por 100, con. lo que el crecimiento anual se sitúa por encima del.20 por 100. El desequilibrio exterior sigue presente pese a la mejora de las exportaciones. La pérdida de reservas, aun contando con la ayuda de la financiación compensatoria, se situaba en marzo en - 286 millones de dólares.

Como puede comprobarse, el panorama que ofrece la economía española contemplada en esas tres dimensiones de su coyuntura -producción, ocupación y equilibrio- no es optimista. Se dice que hemos «tocado fondo», y efectivamente se dice verdad, pues en el fondo estamos.

Las inversiones como problema

No puede extrañar que, entre esos datos que presenta el salpicadero de nuestra coyuntura, el que más preocupe sea el más grave y el que ofrece mayor novedad, sobre los registros del pasado. Es claro que este dato tristemente nuevo es la dura caída de la inversión.

El espectacular crecimiento que la economía española experimentó en sus brillantes años 60 y en los iniciales de la década del 70 tuvo dos escenarios privilegiados: la apertura frente al exterior y la capitalización de nuestras empresas. Por esa apertura exterior entra ron la innovación y el progreso técnico que el crecimiento anual de las inversiones «incorporaba» a nuestra estructura productiva. La apertura. exterior y la capitalización interna multiplicaron las cifras de la producción nacional y trataron de satisfacer el incontenible deseo de la sociedad española por abandonar el sub-desarrollo, el analfabetismo y la miseria- Acercarse en esos años a nuestra economía equivalía a escuchar el zumbido de su índice de inversión, cuyos saltos espectaculares afianzaban el crecimiento de cada ejercicio.

Hoy ese zumbido de las inversiones ha cesado. Más áun: el índice de la inversión cae sobre los valores registrados hace un año, cuando la desescalada de la recesión ya se había iniciado. En esa caída de las inversiones es en la que se localizan en muchos diagnósticos, todos nuestros males. Es su súbita recuperación la que trata de conseguirse por todos los medios.Se cree y se afirma que sólo el aumento de las inversiones nos sacará de la crisis económica, constituyendo el único remedio del grave problema social que es el paro. El aumento de las inversiones es, además, la palanca fundamental del progreso, porque sólo ella permitirá aprovechar plena y productivamente la fuerza de trabajo disponible -nuestro gran activo nacional-, elevando la población activa del país. Invertir más equivale a salir de la crisis, a servir al objetivo prioritario de la política social, que es elimina:r el paro y abrir las puertas al progreso al facilitar el mayor capital que demanda el aumento de la población activa.

Al servicio de lo que tanto importa, todo sacrificio es poco y toda medida insuficiente El presupuesto de « gastos fiscales », es decir, de los ingresos por impuestos a los que el Estado renuncia en favor de quienes invierten au menta, generosamente. A ese propósito se sacrifica prácticamente la recaudación del impuesto de sociedades en los próximos años. El propio Presupuesto del Estado se pone a su servicio, registrando ya desequilibrios importantes y dificílmente recuperables. Los circuitos privilegiados del crédito oficial acuden también -en apoyo de las inversiones en cuantía y condiciones excepcionales.

Cabe poca duda de que el hilo rector de la política económica espaaflola actual y de la proyectada para el inmediato futuro esel apoyo, fomento y protección de las inversiones. Su lema parece ser: invirtamos y todo lo demás se nos dará por añadidura.

Reflexiones baratas

¿Está justificada,esa defensa a ultranza de la inversión? La respuesta obvia es: no, en la forma en que se plantea.La inversión para todo economista y cualquier ciudadano no es nunca un fin en sí misma. Adam Smith lo dijo hace ahora doscientos años: «El consumo esr el único fin y propósito de toda actividad productiva». La inversión a secas, la inversión por la inversión, carece de sentido y de propósito económico. Para legitimar socialmente a la inversión hay que ponerle, apellido. Inversión en qué sectores, en qué empresas, en que regiones, en qué condiciones. Sólo así será posible conocer su rentabílidad económica y social, indispensable aval para aprobar su realización.Porque invertir equivale a utilizar unos recursos escasos, a comprometer activos de una sociedad. Ninguna inversión es gratuita. Al emprender unas, inversiones sacrificaín'os otras. Y este empleo alternativo de los recursos sociales nos obliga a optar por las inversiones que más favorecen los deseos de los consumidores.Es esta obvia realidad la.que hace muy peligrosa una política general e indiscriminada de apoyo a la, inversión a secas, sin apellidos. A la inversión anónima, decidida bajo el pesimismo de una crisis. Extender, en estas circustancias, una política de apoyo a la inversión, generalizándola a todos los sectores sin condiciones, comprometerá el futuro desarrollo del país y . arriesgará en último "término, la propia estabilidad económica, -porque nada afecta tanto a los precios como una mala o inadecuada dirección de las inversiones.Es cierto que la inversión española ha caído en 1975 y sigue cayendo en 1976. Pero no es menos cierto queesa inversión menguante supuso en ese año crítico el 25 por 100 del PNB. Hay, por tanto,una pregunta que hacer con validez y sentido económicos: ¿Cómo se invirtió esa cifra tan considerable?, ¿en qué sectores, en qué empresas?,¿en qué condiciones? Contestar a estas preguntas es obligado para saber si estamos invirtiendo bien. Carece de sentido embarcarse en una política de reactivación que trate de fomentar indiscriminadamente ese agregado complejo que son las inversiones de un país. No es posible gobernar la economía con el tosco y castizo lema' de que «Toá inversión es güería». La economía pide hoy una política que convierta a la dirección sectorial de las inversiones de la sociedad. en el problema central de la asignación de sus recursos productivos y que justifique en términos de costes,y rendimientos sus decisiones. Una política que afronte preguntas claves hoy sin respuesta: ¿No resulta necesario re ajustar y revisar muchas inversiones decididas en el pasado antes de la revolución de precios introducida por la abierta crisis energética y por la crisis alimenticia que se nos, avecina? ¿Es que resulta posible resolver los gravísimos problemas de la balanza de pagos sin un reajuste en la dirección de las inversiones que trate de fomentar las exportaciones y sustituir importaciones actuales? . .Por otro lado, resulta innegable que esa política de reorientación de las inversiones' españolas viene exigida por un hecho innegable: su paulatina gravitación hacia sectores productivos situados total o parcialmente al margen del mercado. Muchas de las inversiones españolas se realizan en, sectores o líneas productivas que necesitan del oxígeno del Presupuesto o de las líneas privilegiadas del Crédito Oficial porque no les basta con el precio del mercado para ser rentables. Sostener y fomentar esas inversiones en sectores situados al margen del mercado equivale a incurrir en costes que hoy desconocemos pero que pesan sobre la productividad y presionan al alza los precios.

La sociedad española conoce estos hechos, aunque ignora su cuantía porque las cifras para valorarlos no son públicas. Y sabiendo que esas inversiones no son las mejores, difícilmente puede aceptar los costes que ocasiona su financiación. ¿Cómo convencer a la sociedad de que invierta mas pagandoun coste mayor, cuando está convencida de que no se invierte bien y se despilfarran sus recursos y sus activos? Invertir más cuando no se invierte bien es una propuesta. inadmisible que no logrará la aceptación social, cuarteando el acuerdo y el consenso sobre el que debe basarse toda política económica que aspire a ser eficiente.

La pasión por las soluciones simples de los problemas económicos -especialmente la pasión por una mayor inversion a secas y sin apellidos- es, por sí misma, una de las principales explicaciones de esos mismos próblemas. Proporciona una evasiva para no entrar en el reducto donde se encuentran las cuestíones dificíles de la inversión cómo dirigirla y orientar su cuantía- poniendo el apellido conveniente a las importantes sumas que, pese a la crisis, los españoles dedicamos a invertir. Una crisis de la que no saldremos si no invertimos mejor, antes de invertir más.

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