Nada que objetar al triunfo de ‘Oppenheimer’
En esta ocasión Hollywood ha apostado por lo seguro a una película que ha vendido multitud de entradas, aunque bastantes menos que ‘Barbie’, esa bobería rosácea
El Oscar batió récords de incompetencia o de surrealismo sin gracia ni el menor interés al conceder el año pasado y sin ruborizarse infinitos premios a una majadería hipermoderna e insoportable muy aburrida titulada Todo a la vez en todas partes. Dudo que el solemne reconocimiento académico de ella por parte de la industria le sirviera a esa película para reventar las taquillas, pero intuyo el gesto de estupefacción de muchos de sus ocasionales y despistados espectadores al preguntarse que si eso era lo mejor que había parido el cine ese año cómo sería el resto.
Pero en esta edición Hollywood ha apostado por lo seguro. O sea, ha concedido siete estatuillas, incluidas las que corresponden a la parte del león, a Oppenheimer. Había vendido multitud de entradas, aunque bastantes menos que Barbie, esa bobería rosácea (de su militante feminismo o de su blandofeminismo no me veo capaz de opinar), y era evidente hasta para los ligeramente miopes que se trataba de una película más que aceptable, realizada de forma poderosa, hablando de un personaje trascendental en el curso de la historia (que le pregunten a los superviviente de Hiroshima y Nagasaki), con zonas de sombra, complejo y contradictorio, consciente de su sabiduría para inventar y gestionar, preguntándose hasta el final por la utilidad o la barbarie de haber inventado la bomba atómica, un llorica prescindible —según la despiadada definición del resolutivo presidente Truman, añadiendo que no quiere volver a ver a ese hijo de puta en su despacho—. La he visto dos veces y no me he sentido abrumado en ningún momento por su kilométrica duración.
Christopher Nolan ha demostrado desde el principio que era un director con personalidad, con potencia visual y un mundo inquietante. Lo demostró en las notables Memento, Insomnio, El caballero oscuro y Dunkerque. También ha creado truños importantes como las ininteligibles Origen y Tenet. Le nominaban al Oscar con frecuencia pero nunca se lo otorgaban. Ya puede seguir haciendo experimentos avalado por el triunfo absoluto. Casi todo funciona en Oppenheimer. También los interpretes. Cillian Murphy es creíble y turbador. Y está sobrio, sutil, manipulador, maligno y formidable el casi siempre intenso y exhibicionista Robert Downey, jr. Cuesta reconocerle hasta que ves los títulos de crédito.
Adorando gran parte del cine que ha hecho Scorsese, debo de ser el único espectador decepcionado con Los asesinos de la luna. No soporto a esos explotadores, ladrones y asesinos blancos tan paletos, mediocres y malvados. Lo único que me fascina en ella es el personaje de esa sufriente y envenenada mujer india que interpreta conmovedoramente la hasta entonces para mí desconocida Lily Gladstone. No la han premiado ni a ella ni al turbio y desagradable universo que ha creado Scorsese. Han preferido a esa actriz tan rara como superdotada llamada Emma Stone. Es lo único brillante en esa sofisticada, agresiva, inacabable, provocadora y vanguardista tontería del revolucionario Yorgos Lanthimos titulada Pobres criaturas. Y lamento que Los que se quedan, una de mis películas preferidas del año, bonita, pequeña y agridulce, solo fuera premiada por la conmovedora interpretación de la tan humana como obesa Da’Vine Joy Randolph. O que no se reconociera los recobrados talento y sensibilidad de Wim Wenders en Perfect Days.
La ceremonia no se me hizo tan larga como otras veces. Y tampoco destacó por números deslumbrantes, pero resultó todo correcto y las dedicatorias fueron sobrias. El presentador no me recuerda al genial y corrosivo Ricky Gervais, pero fue muy ágil mentalmente al responder a Donald Trump tras su ataque en la red social Truth Social, propiedad del expresidente, al que despreciaba con un sarcástico y demoledor: “¿No ha pasado ya tu tiempo en la cárcel?”. Y a ver qué nos deparan este año las visitas a las salas oscuras. Su lucha con las plataformas la tiene cruda. Pero en cualquier caso, que los espectadores tengamos cosas atractivas para llevarnos a los ojos y a los oídos en los cines o a domicilio.
Babelia
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