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Kaouther ben Hania, la directora que recupera la voz de una niña palestina asesinada por Israel: “No hacer nada me convertiría en cómplice”

La cineasta presenta en España ‘La voz de Hind’, la película que conmovió al festival de Venecia y opta a los Oscar con los audios originales de una pequeña gazatí que pidió socorro a Media Luna Roja por teléfono

Tommaso Koch

Incluso antes de terminar su última película, La voz de Hind, a la directora Kaouther ben Hania empezaron a darle razones por las que no debería haberla rodado. Sus productores recibieron “miles y miles” de correos electrónicos alegando que el largo era “antisemita o que no era bueno contar esa historia”. Y eso que aún ni se había estrenado. También le han acusado de teñir de glamur un drama, de apropiarse de tragedias ajenas o quedarse en un terreno raro entre ficción y documental. O, al revés, de que no tenía sentido abordar un “genocidio” con un filme. La cineasta ha afrontado tantos cuestionamientos distintos que en una charla ayer, en Madrid, confesaba tener una respuesta lista para cada uno. Aunque quizás se resuman todas en: “No podía no hacer nada, me convertiría en cómplice”. Porque la película recoge las llamadas de socorro a Media Luna Roja de una palestina de seis años, atrapada en un coche donde los demás ocupantes han sido acribillados por el ejército israelí. Ocurrió de verdad, el 29 de enero de 2024, en una estación de servicio al norte de Gaza. Y el filme, que llega hoy a las salas españolas, reproduce los audios originales. Así que se escucha a una niña desesperada, y a tropas hiperentrenadas que le disparan. Eso, en realidad, es lo único que nunca debió suceder.

“El cine no puede traerla de vuelta. Pero sí preservar su voz, hacerla resonar entre fronteras. No es solo su historia, sino la de una población que sufre el genocidio del régimen criminal de Israel. Esto no va solo de memoria, sino de urgencia”, afirmó Ben Hania (Sidi Bouzid, Tunez, 48 años) al recoger en septiembre el Gran Premio del Jurado del festival de Venecia, donde la película debutó. Desde entonces, dice que el acoso del bando filoisraelí ha cesado. “No ha habido nada más”, sonríe. Mientras, su filme no ha parado de ganar apoyos: de La Mostra; de estrellas como Joaquin Phoenix, Rooney Mara, Brad Pitt o Alfonso Cuarón, que se han sumado como productores ejecutivos; de Túnez, que ha enviado el filme como su candidato a los Oscar. Ha ganado tantos premios del público ―incluido el del Zinemaldia de San Sebastián― que la directora ha perdido la cuenta. “Cambia el país, la cultura, la lengua, pero no la reacción de los asistentes”, relata. Así que diga lo que diga finalmente la gala de Hollywood, donde el Gobierno de Benjamin Netanyahu conserva cierto respaldo, La voz de Hind ya es una de las películas del año.

Ha podido verse hasta en Palestina, para inaugurar hace un mes el Gaza International Festival for Women’s Cinema, celebrado en medio de los escombros. Y en unos días su denuncia resonará desde una pantalla en la mismísima sede de las Naciones Unidas. Solo hay un lugar, básicamente, donde está claro que no se proyectará: Israel, por decisión de Ben Hania. Cabe sospechar que tampoco hubieran querido. “No creo que el cine pueda cambiar el mundo, pero sí contribuir a ello, ofrecer argumentos. Hay gente que me dice: ‘Igual no voy a ver tu película, es demasiado dura’. Yo contesto: ‘No es tu vida, pero otros sí están teniéndola. No te quedes en tu burbuja”, apunta. La directora concede una notable excepción: Wissam Hamada, madre de Hind Rajab, tampoco se ha atrevido aún a ver el largo. Por lo menos, sí ha logrado salir de Gaza. Y en cuatro proyecciones recientes en varios países, accedió a la sala al final, para un coloquio con los espectadores. La directora quiso saber por qué lo hace. Cuenta que recibió esta contestación: “Me da paz. Es como si fuera el funeral de mi hija”.

Hace más de un año desde que ambas se conocieron. Cuando Ben Hania escuchó por primera vez los audios de Hind Rajab sintió “impotencia” y, a la vez, la urgencia de actuar. Es decir, en su caso, de filmar. Antes, sin embargo, pidió permiso a la madre de la niña: reconoce que un rechazo familiar hubiera paralizado el proyecto. “Fue una de las cosas más difíciles que he escuchado en mi vida. Pero pensé que no podía hacer una película sin hablar con ella. Y me dijo que la voz de su hija no tenía que ser olvidada, sino escuchada. Además, el cine es un lugar para la empatía. Se habla mucho de los gazatíes como daño colateral. No tienen nombres, casi no existen, y todas las víctimas son acusadas de ser terroristas de Hamás. Es como si tuvieran el derecho a ser asesinados. Es completamente loco tener que afirmar que los palestinos son seres humanos. Así, podrían tener la cara y la voz de las que Hind fue privada”, reflexiona Ben Hania.

De ahí que suspendiera otro filme que tenía en marcha y se volcara “con un sentido de emergencia” en su nuevo proyecto. Cuenta que le gustan las decisiones radicales, y el periplo de La voz de Hind da fe. Descartó enseguida poner a una actriz a reproducir las palabras de la niña: “No habría sido honrarla”. Es más, los audios se antojan intocables incluso en las versiones dobladas, que sí traducen los demás diálogos. La directora evitó también filmar el coche, donde Hind Rajab se escondía y pedía ayuda. Todo se ve y escucha desde la oficina de Media Luna Roja que logró contactar por teléfono con ella. “Pensé que el punto de vista de los trabajadores era perfecto para transmitir la impotencia y honrar a Hind. Además, lidian con una maquinaria kafkiana que vuelve su misión imposible. En nuestros países, si una ambulancia está a ocho minutos, llega enseguida. En Gaza, no”, apunta la cineasta. La realidad, una vez más, derrotando a la ficción, y a la esperanza. Aunque los ingresos generados por el largo están yendo en parte a la organización sanitaria y la familia de la niña.

Ben Hania tuvo claro también que solo quería intérpretes palestinos, lo más parecidos posible a sus contrapartes. Hubo encuentros entre los protagonistas originales y sus alter egos. Y una inmersión tal, durante las tres semanas de rodaje, que la directora no lo considera una actuación: “Ya por su origen llevaban sus propias historias personales y las que conocen. Prácticamente no los dirigí. Repetían lo que los personajes reales dijeron. Fue una experiencia inmersiva, se trataba casi más de vivir el momento”. Uno tan duro, eso sí, que se valoró la posibilidad de contar con ayuda psicológica para el rodaje. Al final, no hizo falta: se la otorgaron los unos a los otros. “Sentimos que lo que hacíamos era importante, se generó mucha ternura. No era un plató normal regido por la eficiencia. Si teníamos que parar todo para sentarnos a hablar, lo hacíamos”, agrega la cineasta.

Desde hace unos meses, su conversación se ha trasladado a las salas. Aunque no ofrece finales felices, ni soluciones sencillas. Si acaso, justo lo contrario. En EE UU tocaron a la puerta de todas las mayores distribuidoras, pero ninguna abrió. Así que se encargará Willa, compañía independiente ya implicada en la producción del filme. “Algunas de las críticas tienen que ver también con querer silenciar esta película. Y con que su voz incómoda. Lo entiendo, y es la razón por la que estoy haciéndola. En Palestina la vida tampoco es cómoda. Ni mucho menos la de la madre de Hind. Gaza es una herida abierta, una vergüenza que nos perseguirá”, apunta Ben Hania. El metraje que cierra el filme tampoco abandonará al espectador, al menos durante un tiempo.

“La gente podría pensar: ‘Es un thriller americano sobre el rescate de una niña’. Por eso era importante anclarlo a elementos reales: es la verdad, es horrible, y va más allá de la imaginación. Vemos cada día en Netflix o HBO cadáveres, gente despedazada, y las imágenes de Gaza de alguna manera se diluyen dentro de esa marea. Ya no nos choca”, lamenta la directora. Menos aún, quizás, desde que se proclamara un alto el fuego, bajo el impulso del presidente de EE UU, Donald Trump.

Amnistía Internacional, sin embargo, avisó hace apenas dos días de que “Israel sigue cometiendo un genocidio” en Gaza: ya ha violado el alto el fuego en cientos de ocasiones y los palestinos asesinados superan los 70.000. Lo que deja aún más en entredicho la segunda fase del plan de paz, que debería desplegar sobre el terreno una fuera militar global encargada de desmilitarizar Gaza, e impulsar un gobierno internacional que dirija temporalmente la franja y supervise su reconstrucción. Ben Hania se muestra escéptica: “En Venecia llevamos un pin que pedía: ‘Basta’. Pero ni siquiera parar basta, después de lo que ha sucedido. ¿Cómo hablamos de paz cuando hay tanta impunidad y falta de responsabilidad? ¿Dónde están ahora los asesinos de Hind?”. Tras un segundo, la directora agrega: “No sé si he respondido. Lo siento, he añadido preguntas”. Y más que quedan. Porque hubo una niña que durante horas suplicó por un móvil que la salvaran: “Por favor, venid a recogerme”. Y nadie, sin embargo, pudo.

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Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.
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