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Objetivo: salvar de las bombas las centenarias estatuas que certifican la Historia de Ucrania

El director adjunto del museo de Dnipró ha rescatado con ayuda de militares y voluntarios una veintena de esculturas de piedra amenazadas por el avance del invasor ruso

Luis de Vega

Varios militares extraen de la parte trasera de un vehículo blindado una camilla. Sobre ella yace un guerrero de 900 años esculpido en piedra que es depositado sobre un pallet de madera en una furgoneta. La operación tiene lugar cerca del pueblo de Slovianka, a unas decenas de kilómetros de posiciones rusas en la región de Donetsk (este de Ucrania). De cerca, observa la maniobra mientras graba con su teléfono móvil Yurii Fanyhin, director adjunto del Museo Nacional de Historia de Dnipró y responsable de un proyecto para rescatar del entorno del frente de batalla decenas de estas esculturas centenarias. Con esta ya son 22 las que han conseguido poner a buen recaudo y, de esta forma, salvaguardar, al menos, en parte, el legado de sus ancestros.

Fanyhin, de 39 años, observa la escultura mientras, como los demás, no deja de estar pendiente del cielo. El ronroneo del motor de un dron ruso modelo Gerbera (la versión del Kremlin del Shahed iraní) advierte de que los ataques con estos aparatos han ensanchado decenas de kilómetros la zona de peligro. Aparece también en la pantalla del detector de mano que lleva el director adjunto del museo y que se ha convertido en una herramienta esencial del conflicto. Segundos después se suceden los disparos desde una posición antiaérea de las tropas locales y el avión no tripulado deja de escucharse. “¡Vamos, no hay que perder tiempo!”, apremia el historiador tras fundirse en un abrazo con los integrantes de la Brigada conocida como los Lobos de Da Vinci que han trasladado al guerrero desde zona de peligro.

Todo comenzó en febrero de 2024, cuando la voz de alerta llega hasta Fanyhin desde la localidad de Velika Novolsilka (Donetsk), hoy ya bajo ocupación rusa. Allí se habían hallado tres de estas estatuas conocidas como babas. Sin apenas medios ni apoyo, relata el historiador, consiguieron rescatar dos, una ya dañada por los combates, con la ayuda de la voluntaria polaca Olga Solarz. “Reinaba un silencio y una calma que aterraban. No había ni siquiera perros y gatos”, rememora Fanyhin. Gracias a un amigo cervecero del historiador dispusieron de medios para salvar la tercera estatua. Ese fue el comienzo de un proyecto que todavía hoy se mantiene con la colaboración de militares y voluntarios. Todo pese a que, para algunos de esos monumentos, como los bombardeados por los rusos en el monte Kremenets de Izium (región de Járkov), ya es tarde.

Entre los siglos XI y XIII esta zona de Ucrania fue escenario de paso de tribus de guerreros nómadas como los cumanos (o polovtsianos), antecesores de los tártaros de Crimea, que acabaron dejando en el norte del mar Negro su legado en forma de estas esculturas erguidas o sentadas en sus lugares de enterramiento. Fanyhin no cree que la presencia de estos nómadas esté directamente relacionada con la manipulación torticera de la Historia con la que Putin justifica la actual invasión de Ucrania.

Los babas de piedra, que representan tanto a hombres como a mujeres, en todo caso, son la prueba de que no solo los eslavos han habitado este territorio. “Ahora entendemos que esta es una parte importante de nuestra Historia y ha llegado el momento de estudiarla y preservarla adecuadamente —defiende Fanyhin—. En especial durante la invasión de Putin, cuyas tropas no solo mienten al mundo entero mediante propaganda, sino que también destruyen nuestros valores”.

Algunos se han perdido o han caído en manos de los invasores desde que, en 2014, tropas del Kremlin empezaron a ocupar el este de Ucrania, en concreto las regiones de Lugansk y Donetsk. La existencia de una nueva autoridad dependiente de Moscú que detenta el poder en casi todo el territorio de esas dos regiones supone un importante obstáculo, destaca el historiador. Hay esculturas de este tipo que han sido robadas de museos o lugares de exposición de la ocupada península de Crimea o de Melitópol (región de Zaporiyia). La de los babas no es la única iniciativa puesta en marcha para salvar el legado cultural y artístico durante la presente guerra.

Pese a la escasez de medios, tratan de documentar lo mejor posible todo el proceso. Fanyhin sostiene el documento oficial que le permite llevar a cabo el traslado del guerrero y que aparece firmado por el director del Museo, Oleksandr Starik. Ese papel recoge la ruta de la estatua desde el pueblo de Mezhova (a una decena de kilómetros de la zona de choque de ambos ejércitos), donde lo han recogido los militares, hasta la ciudad de Dnipró pasando por el punto de encuentro con la furgoneta en la que viaja el director adjunto de la institución junto a un conductor.

Hace unos 10 o 15 años que Stanislav Dress, un vecino de Mezhova, había encontrado en medio del campo la figura del guerrero, detalla Fanyhin. Desde entonces, la guardó en su casa sin ser consciente de lo que tenía hasta que hace unos días vio un reportaje en televisión del rescate de estos monumentos que le llevó a avisar a las autoridades. Uno de los dos vehículos militares desplazados a esa vivienda de Mezhova, de donde ya se ha ido el propietario, acabó dañado por el impacto de un dron ruso. El guerrero recuperado, con sus aproximadamente 150 kilos y un metro de alto, es de las esculturas más pequeñas que han sacado de zona de peligro.

La misión estuvo rodeada de cierto cachondeo entre los soldados, que pensaban al principio que iban a buscar a una abuela (baba, en ucranio) para poder evacuarla. Pero llegaron al jardín de la casa y lo que vieron era lo que para ellos era una piedra. “¡Qué diablos es esto!”, pensó Yevgeni, un militar de 27 años, al encontrarse con Yurii Fanyhin y explicar la confusión inicial entre carcajadas. “Hemos realizado una misión muy destacada”, zanja en tono sarcástico al comprobar la importancia que para el historiador tiene la operación que han llevado a cabo. En agradecimiento, el historiador les entrega el detector de drones y varias cajas con material humanitario para repartir entre la población que sigue habitando localidades próximas a la zona de combate.

Consciente también del valor de la figura rescatada, Oleksandr Starik, el director del museo, espera la llegada de la furgoneta en el patio de las instalaciones, donde hay depositadas otras figuras, alguna con un peso de alrededor de una tonelada. Una nave acristalada, víctima de alguno de los bombardeos rusos sobre la ciudad de Dnipró, presenta parte de la colección permanente de estas esculturas.

“Nuestro enemigo, a menudo desestima el significado de las civilizaciones nómadas”, señala en referencia al desprecio impuesto por Putin en torno a la invasión. Starik se arrodilla para ver de cerca al recién llegado y palparlo. Pese a que el paso del tiempo lo ha erosionado de manera aparentemente irreparable, el director describe la protección metálica como armadura que lo protege, el cinturón y el cuchillo. “Era alguien importante”, subraya. A veces, añade, llevan otras herramientas o, incluso, instrumentos musicales y, en el caso de las mujeres, grandes collares.

Cae la tarde a orillas del Dnieper, donde varias de esas esculturas se asoman desde los parterres al cauce del gran río que atraviesa Ucrania. Yurii Fanyhin es consciente de que, en medio de la actual invasión, con cientos de miles de muertos en ambos bandos, salvar los babas del frente no es una prioridad del Gobierno. En su día a día, apenas va consiguiendo fondos y medios haciendo contactos aquí y allá. Este historiador tiene claro que, en estos momentos, esa es la misión de su vida.

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Sobre la firma

Luis de Vega
Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear en la sección de Madrid. Antes trabajó en el diario Abc, donde entre otras cosas fue corresponsal en el norte de África. En 2024 ganó el Premio Cirilo Rodríguez para corresponsales y enviados especiales.
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