Una carta de Pynchon y una noche de farra con Allen Ginsberg: lo que esconde el legado del Nobel László Krasznahorkai
El escritor húngaro legó su patrimonio a la Biblioteca Nacional de Austria hace un año impulsado por la situación política de Hungría y el peso de las letras vienesas


La historia la cuenta el propio László Krasznahorkai como si se tratara del plano secuencia de una película de cine de autor. Béla Tarr llamó a la puerta de su casa con la propuesta de adaptar Tango satánico. El escritor tenía una resaca homérica, se acababa de despertar, era media mañana, un día oscuro en Budapest, finales de los años 80 en la Hungría comunista. Aún no se conocían. Contestó que no. Le dijo incluso que no volvería a escribir jamás y cerró la puerta. Béla Tarr caminó con su cadencia hipnótica alrededor del edificio, se fijó en una ventana con la luz encendida y golpeó con los nudillos el cristal. Krasznahorkai se estaba lavando la cara en el baño. Abrió y contempló la cara de Béla Tarr bajo la lluvia. “Ve mis películas y entenderás por qué quiero adaptar tu literatura”, le dijo el cineasta.
El autor húngaro se lo contaba la semana pasada a Bernhard Fetz, director del Archivo Literario de la Biblioteca Nacional de Austria, durante una lectura en el Museo de Literatura de Viena. Fetz lo recuerda en su despacho en el Palacio Imperial de Hofburg —residencia de los Habsburgo durante siglos— junto a los guiones originales de los filmes Sátántangó y Armonías de Werckmeister, basada en la novela Melancolía de la resistencia. En la mesa también hay una cabeza gigante de minotauro, una escultura de cartón piedra que Krasznahorkai empleó en alguna ocasión durante la presentación de sus novelas. El Nobel de literatura en 2025 decidió el año pasado que su patrimonio literario se conservara en el prestigioso archivo vienés.
Krasznahorkai (Gyula, Hungría, 71 años) suele citar la influencia de la literatura austriaca en su obra. El peso de autores como Robert Musil, Ingeborg Bachmann, Heimito von Doderer, Thomas Bernhard: todos ellos conservan su legado literario en este archivo. La Academia Sueca destacó que “es un gran escritor épico de la tradición centroeuropea, que se extiende desde Kafka hasta Thomas Bernhard, y se caracteriza por el absurdo y el exceso grotesco”. El café predilecto de Thomas Bernhard, el Bräunerhof, que cerró este verano, se encuentra en la calle paralela. El sanatorio para tuberculosos donde murió Kafka hace un siglo y un año está en Kierling, a las afueras de Viena. En esta calle resulta literario hasta el edificio aledaño, sede de la Cripta de los Capuchinos, donde Joseph Roth formó como guardia de honor en el sepelio del emperador Francisco José I y lloró. Roth y Krasznahorkai son antagonistas literarios, pero ambos son sepultureros de su época.

El escritor vive la mayor parte del año entre Viena y Trieste y conserva su casa en Budapest, un triángulo con una potencia simbólica propia de la geografía austrohúngara. Con todo, el motivo del traslado de su legado desde Budapest también es político: de rechazo y huida del régimen de extrema derecha de Viktor Orbán en su país natal. “La situación política de Hungría es la que es, y muchos artistas y escritores están trasladando sus archivos artísticos fuera del país, como el autor Péter Nádas, que lo cedió a la Academia de las Artes de Berlín”, explica Fetz.
El tesoro es enorme y se reparte por diferentes estancias y pasillos. Aún trabajan en el inventario. Incluye todos sus manuscritos, textos inéditos, diferentes versiones de sus guiones cinematográficos, borradores comentados, pruebas de imprenta, diarios, material de investigación, diseños de cubierta de sus novelas y relatos, fotografías, material de audio y video y la correspondencia única con más de 700 remitentes de 23 países; más de dos mil cartas desde la década de 1980. El legado de un autor traducido a más de 30 lenguas —y sin embargo considerado de culto; un placer difícil de audiencia marginal—.

Se conservan las grabaciones sonoras de una noche de farra en la cocina del apartamento neoyorquino del poeta Allen Ginsberg, en la que también se escucha a David Byrne, cantante de Talking Heads. Se conserva una prueba material de que Thomas Pynchon existe: una carta mecanografiada por el escritor estadounidense (“Hello, Lászlo!”), firmada como “Tom”, en la que le felicita por el premio International Booker de 2015 y le cuenta que, entre actos de futilidad, logró leer Melancolía de la resistencia. “Me recordó por qué comencé a leer novelas, fue como vivir por un tiempo en un lugar en el que necesitaba estar”.
Se conservan fotos de la infancia en Gyula, de sus bandas de música en Budapest, de sus viajes por el mundo. En los años 90, Krasznahorkai viajó largas temporadas por Suramérica, Mongolia, China y Japón, se subió a cargueros que cruzaban el Atlántico. En una de las fotos en blanco y negro luce abrigo oscuro, sombrero de fieltro, barba, melena y una elegancia incontestable de mosquetero bohemio.

Se conserva las galeradas con anotaciones de la novela Herscht 07769, aún no traducida al español, en la que Krasznahorkai aborda la explosión del neonazismo en Alemania Oriental en un pueblo ficticio de Turingia. El maestro del apocalipsis escribe el libro en una sola frase de más de 400 páginas. “Resulta sencillo de leer si lo comparamos con sus primeras obras”, dice Bernhard Fetz. “Como en todos sus textos, su humor es tan profundo como humano. Johann Sebastian Bach es el verdadero héroe de Krasznahorkai, que toca el piano. Y el protagonista neonazi es un adicto a Bach”.
Parte de la colección se expone desde junio en la muestra Una y otra vez. El universo narrativo de László Krasznahorkai del Ferenczy Múzeumi Centrum de Szentendre, en la ribera del Danubio, a unos veinte kilómetros de Budapest. El patrimonio literario de Krasznahorkai es el segundo perteneciente a un Nobel vivo que atesora el archivo de la Biblioteca Nacional de Austria. El escritor Peter Handke ya legó antes el suyo.
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