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La nueva vida de un visionario del jazz británico en la sierra madrileña

El contrabajista Milo Fitzpatrick, miembro de Portico Quartet, evoca los paisajes de Guadarrama en su segundo disco en solitario. “Nos marchamos de Londres por el precio de la vivienda”, admite

Miguel Ezquiaga

Los pinos de la sierra de Guadarrama anhelan la lluvia. El cielo permanece despejado y el sol se eleva con fuerza en esta mañana de septiembre que bien merecería un diluvio. “Estuvimos muy preocupados por los incendios del verano”, recuerda Milo Fitzpatrick (Southampton, el Reino Unido, 40 años) cuando la pinocha que cubre el sendero cruje bajo sus pies. El músico asciende este escarpado paraje madrileño con el contrabajo a la espalda hasta llegar a un claro. Allí desenfunda el instrumento, llena de aire sus pulmones y entorna los ojos. Sus dedos comienzan entonces a percutir las cuerdas y a recorrer el mástil, que destaca entre los troncos de los árboles, cuyas copas mece el aire seco. Suenan los primeros acordes de Els, una composición incluida en su segundo trabajo en solitario, Sierra Tracks, concebido en este entorno al que ahora llama hogar.

Fitzpatrick se refugió hace tres años en San Lorenzo de El Escorial (19.000 habitantes). Miembro fundador de Portico Quartet, germen de una estimulante escena de jazz con sede en Londres y fama global, ha emprendido su carrera en solitario bajo el nombre de Vega Trails. Su último disco incursiona en la música de cámara y los sonidos electrónicos. Evoca el espacio abierto de la sierra de Guadarrama, en cuyas faldas vive con su mujer y dos hijos de 12 y siete años. El matrimonio tenía ganas de mudarse a Madrid, donde nació ella, y el destino quiso que acabasen instalándose en este municipio a unos 60 kilómetros de la capital. “Nos marchamos de Londres por el precio de la vivienda, como otros muchos artistas que conozco. Un amigo nos sugirió que mirásemos casas en esta zona de la sierra”, rememora Fitzpatrick. “Al final, alquilamos el piso desde el Reino Unido sin visitarlo. Lo que nos convenció definitivamente fueron las vistas a la montaña”.

Esta es la primera vez que Fitzpatrick se atreve a cargar con su contrabajo por la sierra, como hizo por el metro de Londres en sus tiempos de músico callejero. Resalta que la mayor parte de las melodías del disco se le ha aparecido durante sus largos paseos por aquí. “La conexión con la naturaleza, que representa algo mucho más grande que nosotros, es muy común en la historia del arte. Aquí encuentro un espacio para que las ideas fluyan más allá de las obligaciones del día a día”, diserta con el instrumento entre las manos. En la génesis del proyecto, escuchó mucha música romántica con la idea de reproducir él también “la gravedad del paisaje”. Colabora Jordan Smart, saxofonista de Mammal Hands, otro de esos conjuntos que en los últimos tiempos han reescrito desde la capital británica y con un arrollador lirismo las reglas del género.

“El resultado es una obra atmosférica”, advierte el compositor, impregnada del aire de la sierra, grabada entre su casa de San Lorenzo de El Escorial y dos estudios en el Reino Unido y Polonia. Cuenta con arreglos de la pianista Hania Rani, quizá la figura que más refulge en la música neoclásica actual, cuyas actuaciones han llegado a acumular en YouTube casi 10 millones de visualizaciones. El eco de una de esas flautas de pan con las que se anuncia el afilador introduce el álbum. “Todavía siento que estoy aterrizando en el pueblo”, advierte Fitzpatrick, que alega que su principal barrera es el idioma, aunque chapurrea el español. A escasos metros de su casa, la sala Rebabel organiza jam sessions cada jueves. “He ido algún día a escuchar, pero no me he atrevido a subir al escenario. Sé que es un obstáculo que está solo en mi cabeza. Llegará un momento en que tenga más confianza”.

Su mente privilegiada le juega en ocasiones malas pasadas. “Mis hijos están muy cómodos en el colegio, mi mujer tiene un buen trabajo, creo que el que tiene que terminar de adaptarse soy yo”, admite Fitzpatrick, quien por ahora no tiene ni una sola fecha confirmada en España para su gira de presentación de Sierra Tracks. Alberga la sensación de que su sonido en los márgenes de la improvisación no cuenta todavía con suficiente publico aquí. Ofrecerá recitales este otoño en París, Bruselas, Berlín, Manchester o Londres, adonde viaja con frecuencia para visitar a familiares y amigos. Formado en Música popular por la Universidad de Goldsmiths, siempre ha huido de las etiquetas estilísticas. “Creo que en España hay más muros en ese sentido. Quienes asisten a clubs de jazz no se suelen mezclar con los de las salas de rock y viceversa”, arguye.

“En Londres todo pasa a la vez en sitios como el Cafe Oto o conciertos en viejas fábricas y talleres”, prosigue al descender la montaña de vuelta a casa. Portico Quartet se alimentó de ese tipo de público ávido de experimentación. Se forjaron en 2005 como músicos callejeros a orillas del Támesis. Durante estas actuaciones, lograron vender más de 10.000 cedés autoeditados de su primer trabajo, un milagro del hazlo tú mismo. “Era duro andar de un lado a otro con el contrabajo. No debí hacer muchos amigos en el metro de Londres”, bromea Fitzpatrick. Firmar con Real World, el sello del inclasificable Peter Gabriel, les permitió dejar de pasar frío. Grabaron entonces siete discos de estudio que responden a variadas categorías musicales —jazz contemporáneo, rock avanzado o ambient— y solo tienen en común el uso del hang, un instrumento de percusión melódica.

Portico Cuartet no ha vuelto a reunirse al completo desde la pandemia, cuando alcanzaron la cúspide de su trayectoria. “Nos hemos dado un descanso para desarrollar proyectos personales”, zanja el contrabajista. Sus cuatro artífices coincidieron por vez primera con apenas 20 años en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres, donde también estudiaba la esposa de Fitzpatrick, que frecuentaba el centro sin estar matriculado. “Nos sentíamos parte de algo que empezaba a nacer”, destaca el contrabajista sobre un movimiento de jovencísimos amantes de la sorpresa. Más tarde surgirían espacios como Total Refreshment Center, Tomorrow’s Warriors o Church Of Sound que catalizan toda esta energía colectiva con talleres de experimentación musical y sesiones de improvisación. Artistas de segunda ornada como The Comet Is Coming, Nubya García y Ezra Collective se baquetearon allí.

Fitzpatrick busca ahora nuevos cómplices en Madrid. Visita clubs de jazz, acude a conciertos si sus suegros pueden hacerse cargo de los niños. Intuye sin temor a equivocarse que en la ciudad le queda “mucho talento” por descubrir. “Necesito artistas afines con los que tocar, simplemente, sin más ambición que esa. No es fácil conocer gente nueva cuando ya no eres estudiante universitario”, lamenta al traspasar el portal de su casa con el peso del contrabajo todavía a la espalda. Mientras espera a que baje el ascensor, una vecina del bloque muestra su alegría por que haya “otro músico en la casa”. “Pensaba que yo era el único. Soy profesional, he grabado algunos discos en el Reino Unido. Espero no hacer demasiado ruido”, se disculpa él en español. Así es la nueva vida de un visionario del jazz a la sombra de la montaña.

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Sobre la firma

Miguel Ezquiaga
Es redactor en la mesa web de EL PAÍS. Antes pasó por Cultura, la unidad de edición del diario impreso y ejerció como reportero en Local. Su labor informativa ha sido reconocida con el Premio Injuve de Periodismo, que otorga el Ministerio de Juventud. Cada martes envía el boletín sobre Madrid.
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