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Al rescate de Elvira Notari, la pionera del cine italiano, que rodó centenares de filmes olvidados

Un documental recupera a la primera directora de películas en su país, productora, emprendedora y precursora del neorrealismo de la que apenas permanecen recuerdos y solo 163 minutos de metrajes

Tommaso Koch

Solo quedan unas tres horas. Incluso menos, en realidad: 163 minutos. Elvira Notari entregó una vida entera al cine. Filmó unos 60 largometrajes, centenares de cortos y documentales. Fue directora, pero también productora, distribuidora, guionista, profesora de interpretación. Y, a la vez, ama de casa, como le exigía la sociedad de principios del siglo XX. La misma que le impidió en varias ocasiones firmar contratos o colocar su nombre como responsable de un proyecto. Intolerable para una mujer, mucho mejor que solo apareciera Nicola, su marido. Ella, mientras, acumulaba rodajes e hitos invisibles. Primera cineasta de la historia italiana, una de las pioneras del mundo entero. Precursora del neorrealismo. Adelantada, más bien, a casi todo: sus filmes abanderaban hace más de un siglo la liberación femenina y denunciaban pobreza, desigualdad y violencia machista. Quizás justo por tantos méritos, de tamaña figura apenas sobrevivieron dos horas y media de metraje. Y una única foto, al lado de su amado Nicola.

Ahora, a 150 años de su nacimiento, se ha sumado una nueva película. Un documental de Valerio Ciriaci, proyectado hace pocas semanas en el festival de Venecia, se ha propuesto la misión resumida en su título: Elvira Notari. Oltre il silenzio (más allá del silencio). Reconstruye su historia y la de sus películas, de A’ Santanotte a Fantasia e’ surdate, muestra los fragmentos que se han conservado, entrevista a familiares y expertos y, de paso, culmina las celebraciones del “año notariano”, que proclamó un comité ad hoc instituido por el Gobierno italiano. Tras el olvido, al fin ha vuelto la memoria. Y el orgullo.

Ni su propia familia creía que lo que hacía Notari fuera “importante”, como confiesa ante la cámara Pippo Santonastaso, bisnieto de la creadora. Tanto que él mismo nunca había visto un filme de su bisabuela. Sus recuerdos son otros: “Una persona muy seria, pequeña, con ojos muy vivos. Yo tenía 8 años y me dio muchísimos besos”. El documental, en cambio, mezcla trayectoria profesional y personal de la artista, para rendirle homenaje, agrandar su leyenda y provocar un doble asombro. Por la carrera de Notari. Y porque la historia consiguiera esconder a tal giganta del cine, hoy comparada con Alice Guy Blaché, su más famosa homóloga francesa.

Nacida en Salerno, en febrero de 1875, Elvira Coda (su apellido original) Notari empezó como modista. Se estrenó tras la cámara para anuncios publicitarios, junto con Nicola, fotógrafo y pintor. Enseguida, se pasaron al cine. Fundaron la productora Dora Film, también de las primeras del país. E impulsora de una técnica entonces vanguardista: colorear a mano el rollo de celuloide, fotograma por fotograma. “Como un monje medieval”, compara el documental. Así, la compañía lanzó películas patrióticas, primero, y basadas en novelas, sucesos y canciones populares napolitanas, más tarde. Sobre todo, escenificaban temas celebérrimos, para que el éxito se contagiara de la melodía a la pantalla. Aunque, en el traslado, entraban en juego todo el talento y las intuiciones de Notari.

La cineasta solía trabajar con actores no profesionales, a menudo incluso miembros de la familia. A fuerza de protagonizar películas, su hijo Eduardo se hizo conocido con el apodo de Gennariello, un personaje que fue creciendo con él. Hasta la profesora que le dio clases de recuperación de matemáticas al joven acabó en la pantalla. Y tanta verdad se reflejaba también en los temas: Notari filmaba bajos fondos, pescaderos, mendigos y pobreza. Colocaba en primer plano el malestar social, la injusticia, los desequilibrios, fuerzas que solo el amor lograba batir. Hoy algún historiador de cine vislumbra en su obra elementos que luego encumbraron a Vittorio de Sica o Roberto Rossellini. Cuenta la leyenda que los filmes de Notari eran tan creíbles que un espectador, indignado contra el villano de un largo, intentó acabar con él a pistoletazos contra la pantalla.

Hubo más reacciones enfurecidas: una creadora se atrevía en los años diez o veinte a dirigir y, además, empapar sus largos de feminismo. Escándalo doble. En una secuencia del cine de Notari que recupera el documental, una mujer huye de un hombre. En otra, rechaza un beso. La protagonista de A’ Santanotte lidia con un padre alcohólico y se casa con presunto homicida para hacerle confesar. “Valoriza los personajes femeninos como dotados de su autonomía”, subraya ante la cámara Giuliana Muscio, exprofesora ordinaria de historia del cine en la Universidad de Padua. Además, el deseo de independencia de sus protagonistas solía acabar en “el único final posible”, según el documental, en aquella época. Fácil intuir que ninguna comía perdices.

La fórmula, en todo caso, logró miles de espectadores. Y más aún en Estados Unidos, donde Dora Film llegó a abrir una filial, para gestionar la exportación de sus largos. Con una entrada para las películas de Notari, de alguna manera, los migrantes del sur de Italia instalados en Nueva York compraban un billete de vuelta a casa. “Entre las películas más demandadas por la comunidad italoamericana destacaba el cine mudo napolitano, y en especial el de Dora Film y Elvira Notari. Sus obras, con lenguaje directo y enraizado en la cultura popular, hasta competían con las superproducciones de las compañías de Turín y Roma”, declaró Valerio Ciriaci al periódico La Repubblica. Justo en Nueva York, durante la investigación para otro largo, descubrió a la cineasta. Ella, en cambio, nunca visitó la ciudad, ni tampoco cruzó el océano. Pero sí se hizo cargo en primera persona de definir la distribución internacional, por más que James Crapanzano, su socio local, remitiera sus cartas al “sig. Notari”. Entre tantos filmes, la pareja también tuvo tres hijos: Eduardo, Dora y María. Aunque la tercera nunca conoció a su madre: fue fiada a un orfanato.

El régimen fascista, en cambio, descubrió pronto quién era Notari. Y le horrorizó. Mussolini quería forjar al nuevo y virilísimo macho itálico. Esa mujer, al revés, rodaba filmes en dialecto, llenos de derrotados, marginalidad y erotismo, que mostraban hurtos, errores judiciales o familias no precisamente patriarcales. La censura empezó a exigirle cortes, o cambios radicales. Pero Dora Film se sacó de la chistera otra ocurrencia: imprimía dos copias de sus filmes, y enviaba una a EE UU, sin pasar por la censura. Así pudieron llegar hasta hoy algunos de los fragmentos.

La compañía, en cambio, se vio aplastada por el endurecimiento legal. “Filmes basados en gente dedicada al dolce far niente suponen una calumnia para la población, […] con criterios desprovistos de cualquier sentido artístico”, rezaba la normativa que, en 1930, prohibió directamente las películas de ambiente napolitano. Llegaron también el sonido, y la centralización de la producción en Roma. Y Dora Film desapareció.

Igual que su impulsora. Se marchó a la pequeña ciudad de Cava dei Tirreni. Y se recluyó. “No dejó nada escrito, ni cartas ni entrevistas”, afirma el documental. Allí falleció, en 1946, a los 71 años. Una placa en el edificio recuerda a su célebre inquilina. También quedan una foto y dos horas y media de metraje. Por fin, ahora, se está sumando la memoria de Italia. Elvira Notari avanza hacia el lugar que merece. Más allá del silencio. En la historia del cine.

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Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.
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