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El beato Fra Angelico asciende a los cielos de la historia del arte

Florencia reivindica la figura del iniciador del ‘quattrocento’ y patrón universal de las artes con la mayor exposición de su obra realizada hasta la fecha, repartida en dos sedes y con más de 140 trabajos

Silvia Hernando

Con más de 140 pinturas procedentes de siete decenas de instituciones internacionales, Florencia inauguró la semana pasada la mayor exposición jamás realizada en torno a la figura de Fra Angelico (c. 1395-1455), artista cuya obra resuena en España por dos de sus piezas maestras conservadas en el Prado: La Anunciación —joya destacada en una pinacoteca de por sí deslumbrante— y, en menor medida, la Virgen de la Granada.

Más allá de sus suntuosas tablas bañadas de oro y lapislázuli, elementos góticos que perviven junto al despertar de una nueva mirada renacentista, Fra Angelico fue también un pintor de miniaturas, altares y frescos, versiones paralelas de un mismo creador excepcional que se despliegan en dos sedes de la capital toscana: el Palazzo Strozzi y el Museo de San Marcos, donde la muestra Fra Angelico, comisariada por Carl Brandon Strehlke y con decenas de obras de artistas contemporáneos que ponen en comparación y denotan el legado del protagonista, permanecerá abierta hasta el 25 de enero de 2026.

Quienes hayan estudiado o tengan interés en la historia del arte convendrán en reconocer al hermano angélico como uno de los iniciadores del quattrocento italiano, el siglo en el que, instalado en la Florencia opulenta de los Medici, el hombre bajó a Dios de su pedestal para posicionarse como la medida de todas las cosas por medio de la filosofía humanista y el resurgir del arte de la Antigüedad. Con el uso de la perspectiva lineal, el dominio de la luz y la introducción del gesto naturalista impulsados por artistas bisagra como Giotto y, ya dentro de la nueva era, Masaccio y el propio Fra Angelico, el arte de la pintura dio carpetazo a la Edad Media y se abrió paso la primera fase del Renacimiento, el movimiento cultural que —según cuenta la tradición, si bien este es ya un tópico ampliamente refutado por los modernos historiadores— volvió a hacerse la luz tras un largo periodo de oscuridad intelectual.

Lo que Fra Angelico desea solventar primeramente es el desconocimiento, o falta de reconocimiento, que acusa sobre la figura del maestro entre el gran público. La cuestión, como apunta el co-comisario Stefano Casciu, es que Fra Angelico —un fraile, como su nombre indica; dominico, para más señas— fue un artista exclusivamente religioso. Vasari escribió de él que “nunca levantó el pincel sin decir una oración ni pintó el crucifijo sin que las lágrimas resbalaran por sus mejillas”. Todo lo que hizo, lo hizo por devoción a ese dios desplazado por las corrientes del pensamiento. “Él tenía su taller en el convento y gestionaba sus encargos a través de la orden”, explica Casciu. Nada de contacto directo con el dinero.

Si no fue un artista al uso, la pregunta que cabe hacerse, y que en cierta medida intenta responder esta exposición, sería ¿quién fue entonces Fra Angelico? “Su madre nunca le llamó así: le llamaría Guido, o Guidino, porque su nombre era Guido di Pietro y nació al norte de Florencia”, cuenta Strehlke. “Cuando ya era pintor, en torno a 1420, vivió una transformación religiosa y se hizo fraile dominico ingresando en el convento de Santo Domingo de Fiesole, donde adoptó el nombre de Fra Giovanni di Fiesole. Fra Angelico fue el apodo que le dieron sus compañeros después de muerto, en honor a su carácter”; un ánimo piadoso por el que la Iglesia le beatificó en 1982 y dos años después le reconoció como patrón universal de los artistas.

La calidad y relevancia de su trabajo la atestiguan sus propias obras. El Altar de San Marcos, troceado en 18 piezas desperdigadas de las que los organizadores han reunido 17 (la última se encuentra en Chicago, desde donde no logró viajar), podría considerarse “el primer altar renacentista”, como subraya Strehlke. Con escenas de la vida del santo, los detalles de los gestos y la minuciosidad de la plasmación de los objetos resultan apabullantes: la alfombra persa es un prodigio, como lo son en otras piezas los mármoles de colores del suelo, una obsesión de Fra Angelico.

El problema del despiece de las obras —algunas desmanteladas por el ejército napoleónico hace 200 años— se ha resuelto en esta exposición: muchas predelas (las bandas inferiores de los retablos, que contienen paneles narrativos) fueron separadas de los segmentos principales y divididas las escenas. Los organizadores no solo han llevado a cabo la labor de localizar y reagrupar los pedazos diseminados aquí y allá, sino también de investigar cuál era el orden original en que se disponían. Además, se ha emprendido una importante campaña de restauración.

En el Palazzo Strozzi puede admirarse este altar junto con trabajos de coetáneos como Lorenzo Monaco, a quien muchos consideran el maestro de Fra Angelico aunque no así los curadores de la muestra, que piensan que, más que con una transmisión vertical de conocimientos, los artistas de la época (Lorenzo Ghiberti, Filippo Lippi, Luca della Robbia…) se influyeron unos a otros horizontalmente.

A lo largo del recorrido, una sala despliega unas sorprendentes crucifixiones bidimensionales usadas con fines educativos; en otra se puede comparar la forma de plasmar el rostro de Cristo según la moda del momento (barba y pelo rizado, los ojos rojos y la expresión intensamente realista y doliente), y en otra cuelga una de las varias anunciaciones que culminó el pintor. La del Prado sigue en su sitio: por su “ligereza” resulta imposible transportarla, algo con lo que Strehlke, que comisarió la muestra de Fra Angelico de 2019 en Madrid, reconoció que ya contaba. “Pero sí tenemos noticias en Florencia para los españoles”, bromeó el comisario. Más que noticias, obras de arte como una Virgen de la humildad procedente del MNAC de Barcelona o un tapiz de la seo de Zaragoza.

San Marcos, la segunda sede de la exposición, supondría, en orden cronológico, la primera parte del recorrido. Si en las obras del Palazzo Strozzi todo es exuberancia (los Medici y demás mecenas expiaban sus pecados a base de considerables pagos a la Iglesia, lo que se traducía en el uso de materiales ricos), aquí el tono es de recogimiento y misticismo. Hoy convertido en museo, en este convento oró y laboró durante una década el beato Angelico. Tanto el claustro como algunas celdas están decoradas por el pintor: hay dos anunciaciones, un Cristo burlado y una transfiguración que inspiran el adjetivo “divinos”.

En la sala donde se encuentra permanentemente el Tabernáculo de los lineros (realizado en colaboración con Ghiberti, y que por fechas correspondería en el palazzo, pero no se podía mover) se han colocado pinturas devocionales de Angelico y otros artistas, incluido el Tríptico de San Juvenal de Masaccio, probablemente su primera obra. El edificio alberga además una temprana biblioteca pública, donde se exhiben misales que inciden en la destreza del pintor a través de los formatos. Una vez finalizada la visita —un alarde de belleza irrefutable— queda recapitular aquello de quién fue, por tanto, Fra Angelico. La respuesta se antoja simple y, a la par, sustanciosa: “Fue uno de los creadores del Renacimiento”, resume Strehlke. “Quizá no ha trascendido como uno de sus grandes protagonistas, pero sí fue alguien que ayudó a crear el lenguaje del Renacimiento”.

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Sobre la firma

Silvia Hernando
Redactora en BABELIA, especializada en temas culturales. Antes de llegar al suplemento pasó por la sección de Cultura y El País Semanal. Previamente trabajó en InfoLibre. Estudió Historia del Arte y Traducción e Interpretación en la Universidad de Salamanca y tiene dos másteres: uno en Mercado del Arte y el otro en Periodismo (UAM/EL PAÍS).
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