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“Fabulosamente friki”: la delirante ‘The Rocky Horror Picture Show’ se sigue coreando 50 años después

La película de culto se estrenó solo en Los Ángeles en 1975 y, poco a poco, cosechó una legión de seguidores que aún hoy bailan, repiten los chistes y jalean a los personajes en las proyecciones

Frank-N-Futher, Brad y Janet, en 'The Rocky Horror Picture Show'.
Jimina Sabadú

The Rocky Horror Picture Show es una de las películas más singulares de la historia del cine. Estrenada en septiembre de 1975, fue la primera vez que una gran productora de cine (en su caso, 20th Century Fox) lanzaba una de sus películas en una sola sala y a las afueras de una ciudad. The Rocky Horror Picture show no era un mal filme, pero tampoco bueno. No era mediocre, ni experimental. ¿Qué rayos era The Rocky Horror Picture Show? Ni más ni menos que la mayor película de culto de la historia del cine.

Desde luego, The Rocky Horror Picture Show, que se vendía como “fabulosamente friki”, es uno de los títulos más rentables en salas: costó un millón de dólares y nunca, en cincuenta años, se ha dejado de proyectar; además, es un largometraje que se ve por primera vez dos veces: una vez en solitario y otra vez acompañado. En esto también es único. La experiencia con público ha creado un ritual que ha ido tomando forma pase tras pase, a través de ocurrencias y dinámicas entre los espectadores. Todos los fines de semana, en una enorme cantidad de ciudades, se proyecta junto a lo que se conoce como shadow cast, es decir, actores aficionados, disfrazados de los personajes, reproduciendo exactamente lo que sucede en la pantalla. El público, casi siempre asiduo, recita de memoria no solo los diálogos, sino también los chistes que se han ido creando de espectáculo en espectáculo, difiriendo en algunos casos de una ciudad a otra.

Los silencios de la película son utilizados para dar réplicas ingeniosas (“¿Qué hace un anuncio en medio de un cementerio?”, gritará un espectador al ver la valla de la ciudad de Denton. “Se llama publicidad, idiota”, responderá otro) o juegos ejecutados delante de la pantalla (como, en los créditos de inicio, saltar señalando el nombre de Richard Pointing, jefe de vestuario).

Homenaje a las películas baratas de terror

Ni su director, Jim Sharman, ni el actor y compositor Richard O’ Brian pensaban en hacer cine. Eran un director de teatro y un intérprete que coincidieron en un casting y decidieron unir algunas canciones de O’Brian en algo parecido a un musical, ya que ambos habían crecido escuchando rock and roll y viendo las llamadas midnight movies, es decir, aquellas películas baratas de terror y ciencia ficción de los años 30, 40, y 50 que se ponían los fines de semana a medianoche, en sesión doble, para que los adolescentes se desfogasen. Richard O’Brian había compuesto una canción llamada Science Fiction/Double Feature en la que cupieron todos los iconos de la serie B: el médico loco, la criatura, los extraterrestres, el sospechoso personal de la mansión, los pandilleros e incluso los nazis. Science Fiction/Double Feature enumeraba todas las criaturas que el cine urbano de los setenta había expulsado de las salas (trífidos, el hombre invisible, tarántulas, King Kong, Flash Gordon, Altaira Morbius, Klaatu, y tantos otros habitantes de aquella RKO tan alejada de Ciudadano Kane). En la letra se incluyeron, por mera sonoridad, los nombres Brad y Janet. Acabaron siendo estos los nombres de los protagonistas: una pareja de jóvenes estadounidenses ejemplares que se enfrentarían a los delirios de un científico loco con más que evidente parecido al doctor Frankenstein.

Tim Curry, en la película.

La estructura de la historia era asimismo un evidente homenaje a El caserón de las sombras, película de 1931 que parodiaba el subgénero de las mansiones misteriosas, producida por Carl Laemmle Jr. (el hombre de la Universal que apostó por el terror), protagonizada por Boris Karloff y dirigida por James Whale, cuya vida personal estaba cerca de todo lo que defiende el espíritu de The Rocky Horror Picture Show.

Susan Sarandon, en 'The Rocky Horror Picture Show'.

Nada más empezar la película, unos labios pintados cantaban, sobre fondo negro, la canción Science Fiction/Double Feature. Al terminar, fundían a una iglesia supuestamente estadounidense donde se celebraba una más que modesta boda. Un par de canciones después, aparecía un “experto” con un cuello inusualmente corto a explicar la historia de “Brad y Janet”. La pareja iba a visitar a un viejo profesor de instituto y acababa en una mansión regida por un extraño científico (Frank-N-Furter) que resultaba ser un travesti tratando de crear un esclavo sexual, no sin antes descongelar por accidente a un violento pandillero (encarnado por Meat Loaf) cuyo pasado estaba vinculado al profesor de Brad y Janet. En el momento de la revelación, el público descubre que Frank-N-Furter y sus secuaces son en realidad extraterrestres del planeta Transexual en la galaxia de Transilvania, todo ello explicado desde una orgía acuática que termina con la mansión tenebrosa despegando como un cohete. ¿Qué era aquello? ¿A quién se lo iban a vender?

Nadie sabía qué hacer con semejante película. Aun así, el productor Lou Adler seguía confiando en ella. Tras un discreto estreno en Los Ángeles (26 de septiembre de 1975), la película recaló en el Waberly Theater, en Nueva York, el 1 de abril de 1976. Sin ninguna publicidad, The Rocky Horror Picture Show empezó a funcionar entre los “freaks and geeks” de los márgenes. Un público variopinto donde cabían gais, lesbianas, transexuales, porreros, hippies, monster kids, pandilleros, y casi cualquier persona que no tuviera un lugar claro en el que encajar. The Rocky Horror Picture Show se convirtió en el punto de encuentro de los “raros” (“weirdos”, en palabras del protagonista, Brad Majors).

Tráiler de la película 'The Rocky Horror Picture Show' (1975) dirigida por Jim Sharman.Vídeo: Rotten Tomatoes Classic Trailers

El público reía y hablaba en voz alta durante las proyecciones. Pero un día sucedió algo inesperado: en la secuencia en la que Susan Sarandon se protege de la lluvia con un periódico, un hombre llamado Louis Farese gritó: “¡Cómprate un paraguas, zorra!”. El público estalló en carcajadas y desde entonces la película se convirtió en un diálogo entre los actores y los espectadores.

Lou Adler sabía que algo estaba pasando con su película. Alguien habló con Richard O’Brien y le dijo: “¿Sabes lo que están haciendo con tu película? Piensa mal”. Cuando fueron a Nueva York a verlo por sí mismos, el público se levantaba a bailar durante The Time Warp, arrojaba perritos calientes a la pantalla durante la cena y tiraba cubos de agua al mismo tiempo que los personajes. Los espectadores habían cosido disfraces en casa y se presentaban cada semana caracterizados de todos los personajes, incluso de la figuración (los “transilvanos”). En algunos casos entraba a la sala una moto en el mismo momento en el que Meat Loaf despertaba de su letargo. Había nacido una película de culto.

Podría haberse quedado en un fenómeno pasajero, pero la fuerza de las canciones y los propios defectos formales de la película (ritmo, cuatro baladas seguidas en el tramo final, la extraña presencia del experto en algunas secuencias o incluso pequeños errores absurdos como que en la radio suene el discurso de dimisión de Nixon sin que los personajes le concedan ninguna importancia) mantuvieron despierto el interés en The Rocky Horror Picture Show (que se puede ver en Disney +).

No hay que dejar de lado el papel que jugó Sal Piro, presidente del club de fans desde 1977 hasta su muerte en 2023. Piro, uno de los “pacientes cero” de la película, supo mantener el espíritu de libertad y diversión a lo largo de casi cincuenta años, no solo en las salas, sino también en las convenciones (a las que suelen acudir actores del reparto original, pero nunca Susan Sarandon) y en la inabarcable memorabilia que ha generado una película tan pequeña, mágica e inexplicable que brotó del amor a las películas de serie B. Como dice la balada final: “No lo sueñes, sé”.

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Sobre la firma

Jimina Sabadú
Columnista en la sección de Televisión. Ha colaborado en 'El Mundo', 'Letras Libres', 'El Confidencial', en programas radiofónicos y ha sido guionista de ficción y entretenimiento. Licenciada en Comunicación Audiovisual, ha ganado los premios Lengua de Trapo y Ateneo de Novela Joven de Sevilla. Su último libro es 'La conquista de Tinder'.
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