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El Louvre más ‘contemporáneo’ rompe sus cánones clásicos

El museo más visitado del mundo acelera su programa para incorporar a artistas vivos con obra permanente, aunque de momento solo cinco han sido invitados a intervenir en la arquitectura del templo del arte antiguo

'El techo', de Cy Twombly en la sala de los bronces del Museo del Louvre.

En la primavera de 2018, Elías Crespin (Caracas, 60 años) exponía una de sus obras en el Gran Palais de París, dentro de una muestra colectiva, cuando le dijeron que el entonces director del Louvre, Jean-Luc Martinez, había visto su creación y quería verle. “Me imaginaba lo que podía ser, pero entre poder ser y ser hay una gran distancia… Resulta que sí era: quería encargarme una obra para el Louvre. Flipé”, explica a El PAÍS este venezolano afincado en París desde hace 17 años, el único artista hispano contemporáneo que tiene obra permanente en el museo más visitado del mundo.

El encargo no era para exponerlo de manera puntual, sino para quedarse en el templo del arte antiguo. Tenía que intervenir en un espacio, el que él quisiera, dentro de la arquitectura del museo. Este privilegio solo lo han tenido él y otros cuatro artistas contemporáneos más. Además de Crespin, el alemán Anselm Kiefer, el americano Cy Twombly, el francés François Morellet y el belga Tuc Tuymans. Solo tres de ellos están vivos: Kiefer, Crespin y Tuymans.

“Me dieron un pase permanente para que pudiera ir al museo cuando quisiera y explorar el espacio donde quería instalar mi obra. Parece idílico, pero es difícil porque el Louvre no es pequeño. Tenía que buscar un lugar apropiado para una obra que aún no sabía cuál era”, relata este artista con formación de informático.

Elías Crespín con su obra, 'La onda de mediodía'.

Entre los 73.000 metros cuadrados que tiene el templo parisino del arte, Crespin encontró el lugar y un año después creó La onda de mediodía: una estructura muy compleja a nivel técnico que podría resumirse en una especie de pentagrama que se va moviendo por los motores instalados en cada una de las cuerdas, que están suspendidas de una bóveda. Se mueven gracias a un algoritmo que las hace danzar. Se instaló en la escalera de Midi, una de las más emblemáticas del Museo: “El lugar me fascinó”, dice el artista, cuya obra a partir de ahora convivirá para siempre con clásicos como La Gioconda o la Victoria de Samotracia.

Esta pieza forma parte de lo que el Louvre llama los “decorados perennes”, los de los cinco artistas citados, que han creado piezas más propias de museos como la Tate Modern de Londres o el Centro Pompidou en París. Es un privilegio exclusivo, pues es el director del museo el que los elige. El Louvre ha sido una de las instituciones más influyentes en la definición del canon del arte occidental. Desde su apertura al público en 1793, heredero de las colecciones reales francesas y enriquecido por los botines artísticos de las campañas napoleónicas, se ha forjado como un templo del arte clásico: con obras de las civilizaciones del Mediterráneo, la pintura europea del Renacimiento y la escultura grecorromana. Las obras más antiguas tienen 9.000 años.

En las últimas décadas ha ido incorporando, de manera muy selectiva (cinco en 20 años), otras que dinamitan ese canon clásico y suponen una disrupción en el espacio. Este cambio no responde únicamente a un afán de “modernizarse”, sino a un reconocimiento de que el arte es una red de diálogos y ecos entre épocas. Donatien Grau, consejero del programa contemporáneo del museo, explica a este periódico que “en realidad esto forma parte de una tradición que tiene que ver con la identidad palaciega del Louvre, porque antes de ser museo fue palacio, pensado para ser decorado. El decorado se inscribe dentro en esa dualidad palacio-museo”.

Antes de las intervenciones de Kiefer (2007) Twombly (2010) o Crespin (2020), el museo ya había iniciado diálogos con creadores que desafiaban el antiguo esquema. Se remonta a Eugène Delacroix, que en 1850 recibió el encargo de pintar la composición central de la bóveda de la galería de Apolo, y Georges Braque, que lo hizo sobre la cúpula de la sala Enrique II en 1953. “Hoy no son contemporáneos, pero sí lo eran de esa época”, recuerda Grau.

Si durante medio siglo no volvieron a invitar a artistas contemporáneos a decorar el museo, en los últimos años esta tendencia se ha acelerado. En 2007, el alemán Kiefer (Donaueschingen, 1945), exponente fundamental del arte alemán de posguerra, instaló su obra Athanor en una de las escaleras de la sección de arte egipcio. Una pieza monumental de 33 metros que aborda los ritos funerarios y las constelaciones. El cineasta alemán Wim Wenders retrató en 2023 ese impulso en Kiefer, presentándolo como alguien que remueve sin descanso las capas del tiempo.

'Athanor', de Anselm Kiefer, en una de las escaleras de la sección de arte egipcio del Museo del Louvre.

En 2010 fue el francés François Morellet (1926–2016) el que intervino en uno de los espacios más transitados del edificio: la escalera Lefuel. Figura esencial de la abstracción geométrica, concibió El espíritu de la escalera, una serie de vitrales en los que conjugaba su juego geométrico con la sobriedad neoclásica de la arquitectura.

Este itinerario, que suele pasar desapercibido para el visitante porque se integra en los elementos arquitectónicos, nos recuerda, según Donatien Grau, que el Louvre “no es un museo del pasado, sino del pasado vivo. En realidad, no hay una irrupción repentina del arte contemporáneo. Siempre ha estado ahí. Hay una forma de diálogo entre pasado y presente. Estas últimas obras son presente, pero en realidad ya presente del pasado”, analiza.

Quizá una de las muestras más llamativas de esta renovación de lecturas, por el contraste, es el fresco de Cy Twombly (1928–2011), pintor y escultor estadounidense. El entonces director del Louvre, Henri Loyrette, le encargó un fresco para la sala de los bronces: El techo son 34 metros de azul mediterráneo, con referencias en griego a escultores de la Grecia antigua y alusiones a la mitología clásica, justo en una sala dedicada al arte griego y romano. Se inauguró en 2010, un año antes de su muerte.

La integración de su fresco no estuvo exenta de polémica. En 2021, sus herederos denunciaron al posterior director del Louvre, el actual Jean-Luc Martinez, porque decían que las modificaciones realizadas en la sala de los bronces desvirtuaban la obra. Aprovechando el cierre por la pandemia se pintaron las paredes de rojo y se había cambiado las obras griegas por etruscas. Se alcanzó un acuerdo en 2021, bajo la nueva dirección.

Junto a la obra de Crespin se instaló hace poco una esfinge, que contrasta con esa danza silenciosa de elementos suspendidos en la bóveda. “La esencia de mi trabajo es el movimiento y la relación espacial que puede tener el suave movimiento de un conjunto de elementos, formando un conjunto de un poema visual en el aire”, explica.

'La onda de mediodía', de Elías Crespín en la escalera de Midi del Museo el Louvre.

El último en ser invitado a decorar el Louvre, en 2024, fue el belga Tuc Tuymans (Mortsel, 1958), con un fresco efímero titulado Huérfano, en el ala Richelieu. Es permanente y efímero a la vez porque, ya de inicio, estaba destinado a ser recubierto “para que sea invisible, como si formara parte de la arqueología”. Se instaló en mayo de 2024 y el pasado mayo fue cubierto.

En 1952 estuvo a punto de entrar en el templo parisino de forma permanente Pablo Picasso. El artista malagueño iba a hacer un retrato del entonces director, Georges Salles, para que fuera colgado en la sala del directorio del Louvre. Donatien Grau cuenta que “finalmente se quiso que fuese Braque el que crease una obra, al que se le encargó un fresco porque podía realizarlo dentro del mismo museo. Venía de un entorno popular, así que era un gesto social, y además era importante que fuera francés y Picasso no lo era”.

El Louvre se moderniza, aunque de momento ninguna artista femenina ha sido invitada a intervenir. En 2021 fue nombrada la primera mujer al frente de la institución: Laurence de Cars, que dice que “el Louvre no es el lugar del arte contemporáneo, sino el lugar contemporáneo del arte”. Este otoño, la institución, con cerca de 10 millones de visitantes al año, anunciará la incorporación de otro artista que engrosará este exclusivo club de contemporáneos en el templo del arte antiguo.

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