Miquel Barceló: “Siempre me he sentido europeo y ahora más”
El artista toma el relevo de Eduardo Chillida como autor del galardón de los premios Ortega y Gasset

Los pelos como escarpias, como si fuera él mismo uno de los bichos marinos de ese mundo bajo el agua donde pasa horas buceando siempre que puede. La mirada alerta, curiosa, tremendamente joven, con un punto de ironía que, en ocasiones, parece timidez. Nos citamos con Miquel Barceló (Felanitx, 68 años) en la Galería Elvira González, donde expone hasta el próximo sábado Flores, peces, toros, un recorrido por sus temas más recurrentes. Pintor, dibujante, escultor, ceramista y performer escénico, el artista español de más relevancia y mayor cotización en el plano internacional, tiene una larga relación con EL PAÍS y desde hace casi cuatro años sus dibujos enmarcan las Cartas a la Directora. En ese marco de confianza se produjo esta charla, más que una entrevista, tras sellar un nuevo compromiso.
Pregunta. En el 40º aniversario de EL PAÍS dijiste que no recordabas si habías comprado el primer número del periódico en el año 76, pero que sí te recordabas comprando el periódico en aquel momento. Y hasta hoy.
Respuesta. Me recuerdo incluso caminando lejos en París para comprar EL PAÍS. Yo lo sigo leyendo en papel cada día, sobre todo en Mallorca. Me gusta mucho el objeto periódico. Es muy de pintor. Yo lo uso mucho para hacer collage, para recortar, para dibujar encima. Una cosa que he hecho toda la vida es dibujar encima de las fotos, eso de poner bigotes [a las caras]. Dibujar sobre las fotos es una forma de comentario, ¿no? Se hace casi sin pensar.

P. Dices que prefieres leer en papel porque retienes mejor el contenido.
R. Cuando empecé a viajar por el Himalaya y a hacer grandes caminatas, todo peso era demasiado. Empecé a llevarme los libros en un iPad. Pero me di cuenta de que se me olvidaba lo que había leído. Leí las novelas de James Salter y se me olvidaron. Luego las leí en papel otra vez y ahora puedo decirte fragmentos enteros de memoria. Hablé con un neurocientífico en París y me dijo que sí, que lo impreso se queda en el cerebro. La pantalla deja una huella frágil y pasajera, y para mí la memoria es esencial. El conocimiento nos viene por la palabra impresa.
Me interesa poco lo que se puede decir. Si se puede decir no hace falta pintarlo”
P. Ahora que EL PAÍS está a punto de cumplir 50 años, tomas el relevo de Eduardo Chillida, cuya obra ha sido, desde 1984, el galardón que entregábamos en los Ortega y Gasset, y nos has hecho el grabado iluminado a mano que vamos a entregar a partir de este año.
R. ¿Sabes? Conocí a Chillida cuando yo era muy muy joven y enseguida me adoptó. Tenía esa mirada… Mira que nuestros trabajos eran muy distintos, pero tuvimos una empatía inmediata. Desde luego, es un gran honor seguirlo y poder hacer un premio que en este mundo complicado representa lo que representa el Premio Ortega y Gasset.
P. Nosotros estamos muy emocionados porque era un relevo muy importante. Pero qué significa para ti que una obra tuya cuelgue en la casa de un periodista que se está jugando la vida en algún país por contar lo que pasa.
R. Por eso mismo hice una obra que contiene muchas obras, que no es una imagen única, sino polimorfa, a la que puedes mirar muchísimas veces. Quería que tuviera esa concentración. Tuvo varias versiones. La primera era una bola como un mapamundi, como un antitrofeo, pero acabó siendo lo mismo en un grabado con más colores. Tiene que ser un premio. Es complejo, pero no es desolador.

P. ¿Por qué lo bautizas como Mondongo?
R. Porque un poco todo lo que representa está dentro. Yo estaba intentando hacer morcilla y me di cuenta de que en los pueblos de Burgos que conozco llaman mondongo a lo que contiene la morcilla. Me gustó porque es esa especie de combinación de muchísimas cosas que es un mundo agitado. Y me gusta mucho cómo suena la palabra. En América Latina tiene además otra connotación. Son como callos. Me parece un título muy hispano.
P. Sobre el mundo agitado. Has dejado de ir a Malí por la guerra y el terrorismo, y ahora suenan tambores de guerra por todas partes. ¿Cómo lo estás viviendo?
R. Con perplejidad y con inquietud. Cada vez que abres el teléfono te esperas una imagen terrible de verdad. Ya sé que han sucedido siempre, pero es que ahora es exponencial. También está la sospecha de que todo es una atroz manipulación.
P. Que no sabemos el juego al que asistimos.
R. Eso es. Y lo que ves es que hay muchos tahúres.
P. ¿Influye en tu obra?
R. Soy bastante poroso al mundo. No vivo para nada aislado. Cuando vivía en Malí, tenía siempre radios con onda corta para captar las noticias. O sea que enterado estoy. No sé si eso tiene una influencia directa en lo que pinto porque no hago comentarios de lo que pasa en el mundo, pero marca mi forma de estar en el mundo.
P. Eres un artista universal pero te expresas fundamentalmente en catalán, en castellano y en francés. ¿Te sientes europeo ahora que ser europeo se pone en cuestión?
R. Siempre, y ahora tal vez más, porque creo que tiene más sentido. Yo iba a Francia incluso cuando hacía falta pasaporte y a mí no me lo daban porque no había hecho la mili. Siempre me he sentido europeo, por intuición, como pintor, porque te haces tu patria con la pinturas que te gustan. Europa es un ámbito cultural que yo comprendí enseguida. He vivido en Nueva York y muchísimo en África, un poco en Asia y desde hace poco en Australia porque mi esposa es de allí. Y voy a Australia como europeo y como mallorquín, sin duda. Ahora me parece muy reivindicable la europeidad. Me parece la única esperanza de Europa: imponerse como un ámbito cultural y de pensamiento. No ganaremos con otra marca que no sea esta.
P. ¿La ves en riesgo?
R. Sí, porque está muy amenazada. Por esos tahúres.
Tener la oportunidad de colaborar en la reconstrucción de Notre Dame es una suerte y un honor”
P. Tahúres que ganan en las urnas. El mundo, y particularmente el mundo occidental, parece empeñado cada 80 años en asomarse al abismo. Como si no hubiéramos aprendido nada.
R. Eso de Marx de que la historia se repite en forma de farsa parece literal. Casi con los mismos personajes, cambian los detalles pero el drama es el mismo. Y seguimos dándonos garrotazos. Dando garrotazos sobre todo a los pobres.
P. Estás preparando tapices para Notre Dame. ¿Puedes contarnos algo de esos tapices?
R. Yo estaba en París cuando se quemaba Notre Dame. Mi hijo me llamó y salimos a la calle, era desolador. En mi estudio caía la ceniza de Notre Dame. Nunca he sido muy creyente, pero me pareció que tener la oportunidad de colaborar en la reconstrucción era una suerte y un honor. Y en eso estoy. Primero con el Noé del Arca de Noé, que estoy bastante adelantado ya. Lo hacemos con la Real Fábrica de Tapices de Francia, que no ha parado desde el siglo XVI y hacen tapices gigantescos, de seis por ocho metros, aunque los míos son grandes pero no tanto.

P. ¿Y después del Arca de Noé?
R. El sacrificio de Isaac, Elías con el carro de fuego, que es fantástico, y el paso del mar Rojo. Pero mi Arca de Noé es muy modesta. Es una especie de laúd con una oveja, un perro, un gato y un cordero. No haces un catálogo de todos los animales del mundo, salvas la vida.
P. Cuando uno es Miquel Barceló y el molde es tan poderoso, ¿uno ya no puede salirse de él o está dispuesto a romper el molde? A investigar, a equivocarse.
R. Hay que equivocarse todos los días, y en eso de equivocarme soy un especialista. No adrede, pero lo normal es hacer cosas que difícilmente salen bien. Es una paradoja porque siempre acaba saliendo alguna otra cosa que no pretendías.
P. ¿Qué te provoca curiosidad? ¿Qué te sorprende todavía, aparte de tus temas recurrentes?
R. En los libros encuentro siempre sorpresas. Cosas que me sobrecogen. Ahora estoy leyendo el último libro de Juan Manuel de Prada, que me parece fantástico. No solo cosas nuevas, porque el mundo es una repetición de historias. Cada vez estoy más puesto en arte prehistórico. Cada vez voy más a ver cuevas. Eso es algo que he aprendido tarde.
P. Entre lo moderno y lo arcaico, ¿dónde colocamos a Barceló?
R. Es que lo arcaico es lo más moderno. Muchas veces he tenido la sensación de que hacía una carrera fulgurante hacia atrás. Es una elección, también una intuición. Las cosas más radicalmente modernas son cosas que están ahí antes de que seamos capaces de decirlas. Me interesa poco lo que se puede decir. Si se puede decir no hace falta pintarlo.
P. ¿Qué pensamiento te provoca la inteligencia artificial, pensar que hay artistas que ya la están usando?
R. Yo pienso usarla. Igual que la fotocopia. Me acuerdo que cuando surgió el vídeo decían que iba a acabar con el cine y cuando surgió la fotografía, que acabaría con la pintura, pero Degas hacía fotos y las usaba para sus cuadros. Eso sí, el nombre es feo: inteligencia artificial. Se irá adaptando, como cualquier herramienta. Hace falta gobernanza porque se pueden hacer trampas, aunque no hay que tenerle miedo. Yo todavía no le he dicho “píntame un cuadro con mi perfil”, pero porque me gusta hacer las cosas. Me gustan las cosas que pasan, y que no pasarán más, porque no se pueden repetir.
La 42ª edición de los Premios Ortega y Gasset de Periodismo
Este lunes 24 de marzo, el jurado de los Premios Ortega y Gasset de Periodismo se reunirá para decidir los ganadores de esta edición en sus cuatro categorías: Mejor historia o investigación periodística, Mejor cobertura multimedia, Mejor fotografía y Trayectoria profesional. La nueva web de los premios, premiosortega.com, recogerá toda la información relativa a los ganadores y sobre la ceremonia anual de reconocimiento a lo mejor del periodismo en español. La gala de premios celebrará el 5 de mayo su 42ª edición en Barcelona.
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