Diana Navarro: “No cambio el respeto del público por toda la fama del mundo”
La cantante malagueña, que se considera “una folclórica moderna”, celebra sus 30 años de carrera con un concierto en el Teatro Real

Diana Navarro llega andando a la cita en el Ateneo de Madrid del bracete de su marido, Rafael Rodríguez, con el que se casó en 2018. Una pareja cualquiera paseando a la hora del aperitivo entre turistas ociosos y nativos con prisas en el atestado centro madrileño. Bueno, no exactamente. No solo porque la estoy esperando, la veo llegar de lejos. Ni alta ni baja ni llamativa ni anodina, hay algo en ella que captura la mirada sin apabullarla. Gafas de sol XL, labios rojos, melena azabache, vaqueros y camisa blanca de encaje bajo un chaquetón de pieles que parecen auténticas. Pero, sobre todo, un cierto aire clásico entre el uniforme de abrigos largos y chaquetas acolchadas sobre deportivas del paisanaje. Se lo digo, entre bromas y veras, al empezar la charla, y parece complacida.
Es la viva imagen de la morena de la copla.
Sí, la verdad [ríe]. Morena porque ya me iré poniendo rubia, que siempre dulcifica los rasgos, pero, por ahora, me aguanta bien el pelo negro. Y, sobre lo de la copla, es que me gusta a mí la cosa esa mundana de las folclóricas. Un brillantito, aunque sea pequeño. Un abrigo de pieles, que no me siento orgullosa y comprendo a los animalistas, pero tengo este de los años noventa, herencia de mi tía Charo, y me gusta ponérmelo. Y un Mercedes, aunque sea de renting. Yo soy folclórica, pero moderna.
La gira se llama Ya no estoy sola. ¿Es una defensa o un ataque?
Eso un guiño, 20 años después, a la canción Sola, que estrené en 2005. Tuvo tanto éxito que hasta yo escuché decir a alguien: “estás más sola que Diana Navarro”. Pues bien, aquí sigo, dos décadas después, cantando. Y ya no estoy sola.
¿Un exitazo tan pronto puede ser una dulce condena?
Condena, para nada. Esa canción tuvo una pegada tan impresionante, creo, porque la gente está muy sola y se sintió comprendida por mí, como compañera de soledades. Le estoy muy agradecida a ese tema, me lo piden en cada concierto. Me recuerda de dónde vengo y a dónde voy. Me tatué la palabra “sola” en la muñeca izquierda, justo donde se toma el pulso, a modo de mantra, para recordarme que estar sola no es malo, que no hay mayor soledad que estar mal acompañada por miedo a la soledad o falta de autoestima.
Parece conocer bien esa sensación.
Sí, no creo que haya soledad más dura que estar con alguien a quien quieres y sentirte sola. Eso es tremendo.
¿Cuándo se dio cuenta de que su voz era un don que emocionaba a los demás?
De niña no tenía esa conciencia. Yo cantaba, la gente me miraba y se callaba, y me hacía muy feliz esa sensación. Yo sabía que cantaba, que cantaba muy bien, pero nunca estaba contenta, soy muy perfeccionista, y eso creo que me ha hecho ser una deportista de la voz, para hacer el más difícil todavía, que es lo que he perfeccionado, los malabarismos vocales, por decirlo de alguna manera. Eso a mi público le ha gustado. Pero la conciencia de tener un don para emocionar, y la responsabilidad de transmitir esa emoción, me ha venido después. Desde que empecé a reconstruirme, en 2009.
¿Qué pasó en 2009?
Que me di cuenta de que no me quería. Supe que la persona con la que estaba me estaba engañando. Fui la última en enterarme. Todo el mundo se daba cuenta menos yo, porque yo estaba queriendo a ciegas, y hay que amar con los ojos abiertos. Eso lo sabe una después, cuando se reconstruye personalmente. No hay peor ciego que el que no quiere ver y, así, ciega, me hicieron de todo.
¿Me está hablando de maltrato?
Físico, no, gracias a Dios. Psicológico, creo que sí. No sé si él lo hizo, pero yo lo recibí así. Te van minando la autoestima sin darte cuenta. Cuando oigo decir que mujeres con carrera lo han sufrido y se preguntan que cómo es posible, yo digo, claro que lo es, de eso no nos libramos. Nadie escarmienta en cabeza ajena. Yo, que me considero una mujer independiente, inteligente y respetuosa, me vi tan minada en mi autoestima que, al final, le supliqué: déjame tú, porque yo no puedo. Por eso estaba sola, aun sin estarlo.
Pero todo eso ya pasó, ¿no?
Gracias a Dios. Desde 2016, empecé a quererme, y hoy soy muy feliz. Curiosamente, agradezco a la vida todo lo que he pasado. Me hubiera gustado sufrir menos, pero creo que he tenido que pasar por todo eso para ser la persona y la artista que soy hoy.
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Hay quien dice que el sufrimiento añade madurez y matices a los artistas. Qué faena, ¿no?
Pues sí, pero es que creo que es así. Cuando ves a artistas jóvenes que dices: qué maravilla, yo pienso: pues ya verás cuando tenga su primer desengaño, será doblemente maravilloso. La emoción tiene recuerdo, memoria. Por eso creo que el público empatiza. En la alegría se empatiza, pero con el drama nos compadecemos porque el dolor es lo que realmente te marca en la vida. Y eso te lo digo yo que me encanta un drama, pero también me encanta reírme.
Entonces, ¿canta ahora mejor que nunca?
Pues fíjate que la voz, que está viva, evoluciona mucho, y más la de las mujeres, que nos afectan los cambios hormonales. Mi voz de ahora no tiene nada que ver con la de otras épocas, yo me escucho y parecemos personas distintas. Pero, quizá, ahora, estando con la perimenopausia, canto más parecido que nunca a cuando tenía 20 años. Entonces era libre. Y ahora, también. Y, sí, ahora me doy cuenta de que la voz es un don y yo, que soy cristiana, se lo agradezco a Dios todos los días.
¿Qué le proporciona la fe?
Paz, y más con los años. Mira, me emociono y todo. No sé ni explicarte la sensación que me embarga en una iglesia. Y sé que hay curas que se meten en la vida de las personas, que dan unos sermones intolerables y se meten en política. No me interesa nada eso. Me interesan los hombres y las mujeres de la Iglesia que ayudan a los demás. El amarás al prójimo como a ti mismo. Partiendo de la base de que mi hermano es gay, y, aunque no lo fuera, creo que las personas somos iguales y da igual a quién ames y cómo quieras llamarte, ahí no se tiene que meter nadie porque todos somos hijos de Dios. Me quedo con lo bueno de la cristiandad y de la Iglesia. Después, como en todos los colectivos, hay gente que lo hace mal y se aprovecha de ello, cosa que condeno profundamente.
En septiembre fue recibida en audiencia por el Papa Francisco. ¿Cómo le vio?
Pobrecito, fue muy amable y eso que estaba muy cansado y resfriado. Creíamos que se iba a suspender la audiencia porque diluvió la noche antes, pero la mantuvo, aunque tronaba. Estaba previsto que yo le cantara, pero nadie me dijo nada, y yo tampoco pregunté. Fue muy emocionante. Francisco tiene una misión muy difícil. Estamos cada vez más polarizados, pero él va haciendo cosas y abriendo la Iglesia a todos. Me quedo con cuando dijo que los pastores olieran a oveja.
¿Cómo se vive el amor sano después de haber vivido el tóxico, según sus propias palabras?
Le hice todas las pruebas del mundo, porque yo estaba escaldada, porque yo, inconscientemente, estaba esperando a que me la diera, hasta que quité la escopeta de debajo de la cama. Me doy cuenta de que no había vivido el amor, había vivido el ansia viva, la posesión. Ahora vivo el amor de verdad, sin idealización folclórica. El amor con los ojos abiertos, cuando ves que esa persona te respeta, te valida de igual a igual, te admira, pero sobre todo te mira como eres y te dice y te escucha las cosas como las piensas.
Se define como folclórica. ¿Cree que eso la etiqueta?
Es que soy folclórica, en el mejor sentido del término. Me considero discípula de Martirio y Carlos Cano, que fueron los precursores de la dignificación de la copla. Yo entiendo todos los puntos de vista. Salimos del franquismo como quien sale de toriles y, durante una época, queríamos ser los más modernos, queríamos ser suecos, y todo lo que sonara a cañí se rechazaba o era sospechoso. Pero, de eso, nada. La copla fue, en origen, el desahogo de las mujeres. Cuando no podían hablar, cantaban. Y eso se ha recuperado. Por eso mi público es tan diverso y de tantas edades. A mí me han dicho: “Yo escuchaba copla por mi madre, y no me gustaba nada, pero ahora que ha muerto, me encanta escucharte para conectarme con ella”. Ni mi música ni mi público tiene etiquetas. Quien viene a escucharme es porque se siente hermano de emoción, y eso me encanta.
Otras, y otros, con la mitad de voz que usted, son muchísimo más famosos y ricos que usted. ¿Echa de menos esa popularidad y ese estatus?
Yo ya tuve mi momento Michael Jackson. Vendí millones de copias. Pero yo no cambio a mi público, y el respeto inmenso que siento que me tiene, por toda la fama del mundo. Ahora soy productora, me juego mi dinero en los conciertos y los discos. Si puedo, claro que me gustaría llegar a más gente, porque me gusta compartir mi música, y me gusta vivir bien de ella, pero este anonimato saludable que tengo es una maravilla. Yo puedo ir tranquilamente por la calle y, si me conocen, es para abrazarme y decirme cosas bonitas. Me parece un regalo precioso.
Como buena folclórica, cuida mucho su presencia en escena. ¿Cuántos vestidos de actuar tiene?
Pues en tantos años cantando, unos cuantos. Me los hago a medida con diseñadores a los que admiro, los cuido muchísimo y los tengo todos bien guardados por si algún día tengo un museo. ¿Ves? Ya está hablando la folclórica.
"Hola, me llamo Diana Navarro y canto copla". Así se presentaba desde adolescente Navarro (Málaga, 46 años) con su cassette grabada en su casa en ristre, por radios, fiestas y concursos de canto de toda Andalucía y España, hasta que una discográfica le echó el ojo y ya nunca ha abandonado la escena. El lanzamiento de su canción Sola, en 2005, supuso su salto a una popularidad masiva que se ha mantenido, tamizada, durante todos estos años, gracias a un público fiel y a una voz prodigiosa que ha cultivado el flamenco y las canciones melódicas propias, además, claro, de las coplas ajenas. El próximo 6 de abril actuará en el Teatro Real de Madrid con el recital Ya no estoy sola para celebrar que sigue en la carrera, pero, ahora, felizmente acompañada.
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