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De profesión, homicida enamorado: la vida de Gerónimo Rauch como ‘fantasma de la ópera’

El intérprete, que encarna al famoso personaje en Madrid desde 2023 tras interpretarlo dos años en Londres, seguirá en el musical en una gira por España que durará hasta 2027

El actor Gerónimo Rauch, una mañana de febrero en el teatro Albéniz de Madrid.
El actor Gerónimo Rauch, una mañana de febrero en el teatro Albéniz de Madrid.Claudio Álvarez
Tom C. Avendaño

Si los jueves se le hacen cuesta arriba, piense que hay un hombre que ese día tiene entre sus obligaciones el secuestrar a una soprano, chantajear a sus jefes, matar a un tramoyista de la ópera y lanzar una lámpara de araña sobre un patio de butacas a rebosar. Si el viernes la semana parece no acabar nunca, tenga en cuenta cómo sigue esta rutina: colarse disfrazado de ángel de la muerte en un cementerio, manipular y amenazar de muerte a la soprano y sus allegados, ahorcar hasta casi la asfixia a un aristócrata en una ópera en llamas, descubrir el poder de la compasión, desaparecer. Ese día, por cierto, todo esto se hace dos veces. ¿Los fines de semana? No se perdona ni un día.

Gerónimo Rauch (Buenos Aires, 46 años) encarna al fantasma de El fantasma de la ópera cinco veces por semana desde el estreno de esta obra, el musical de más éxito de público de todos los tiempos, en Madrid el 4 de septiembre de 2023. Su jornada laboral supone recorrer el oscuro arco de uno de los personajes más aplastantes del género función tras función. “Soy como un futbolista que tiene que jugar todos los días”, defiende el argentino, afincado en Madrid desde hace años, una mañana en el teatro Albéniz, donde por ahora se representa de la obra.

Rauch ha pasado por esta historia cientos de veces en este periplo, que terminará el 20 de abril, y seguirá en ella cuando, en junio, la producción comience a girar por toda España hasta 2027: ese mes irá por Torrevieja, Burgos y Vigo; seguirá en julio y agosto por Valencia, Gijón, Cuenca y Valladolid y se afincará en Barcelona durante cuatro meses en el teatro Tívoli hasta el 1 de febrero del año que viene. La gira terminará en enero de 2027 en Gran Canaria.

Al final, Rauch habrá interpretado al fantasma en España durante tres años, a añadir los otros dos, entre septiembre de 2012 y agosto de 2014, que pasó con la máscara puesta en el West End de Londres. A este paso, acabará bordeando las mil funciones como el compositor más homicida de París. Es un honor y, también, un reto para cualquier artista. “La única forma de mantener un personaje tanto tiempo es si sientes que puedes seguir dándole algo, o si te sigo dando algo a ti”, aclara. “Yo voy vibrando, utilizando el personaje según mis emociones de ese día, según lo que me inspira Christine [la soprano de la que se enamora el Fantasma] o Raúl [el aristócrata al que ella ama, interpretado en Madrid por Guido Balzaretti]. Es un personaje muy ciclotímico, tiene muchísimos contrastes”.

El actor, en otra imagen en el teatro Albéniz de Madrid.
El actor, en otra imagen en el teatro Albéniz de Madrid.Claudio Álvarez

La versión madrileña ha acercado a Rauch a una estirpe muy singular del teatro: actores capaces de defender la misma función año tras año, temporada tras temporada. Pasa con las obras de mayor aguante en cartelera, que suelen ser musicales, especialmente con la santa trinidad de El fantasma de la ópera (en el West End entre 1985 y 2020), Los miserables (39 años en el West End y contando) y El rey león (27 años en Broadway y sin vistas de detenerse). Broadway tuvo el mismo fantasma, Howard McGillin, durante toda una década, de 1999 a 2009, 2.500 funciones, de un mundo con Torres Gemelas a otro con Obama en la Casa Blanca. Brad Little: entre Broadway y diferentes giras internacionales, 2.200 funciones. El galés John-Owen Jones: fantasma en el West End unas 1.500 veces por rachas entre 2001 y 2013. Que en España tengamos un fantasma de cabecera es simbólico de cuánto se ha asentado el género en este país en los últimos años.

Rauch explica que, para él, navegar cada función es, a estas alturas, entrar en una especie de trance. Empieza poco después de que el fantasma entre en escena, pasado un cuarto del primer acto, cuando termina de cantar el mítico dueto El fantasma de la ópera. “Y cuando acabamos, yo ya”, aquí Rauch chasca los dedos, “como que me olvido. Ya estoy totalmente dentro de la función. Ya no la suelto. Puedo estar en el camerino respondiendo un mensaje y siguiendo todo lo que sucede”, prosigue. Gente que trabaja con Rauch asegura que es normal verlo aparentemente tranquilo, con su mate en la mano, escasos segundos antes de saltar al escenario a aterrar al personaje de turno.

Él defiende —y el público parece refrendarle— la excelencia de la partitura. “En ese trance ya me lanzo a la siguiente canción, La música de la oscuridad. La gente piensa qué tontería cantar esto. No, no, tiene que ser tan elegante: va de lo pequeñito a la intensidad pura y luego vuelve a lo pequeñito. Es realmente muy difícil. Ya hago esa canción estando dentro del Fantasma”.

Cuando el compositor Andrew Lloyd Webber estrenó El fantasma de a la ópera en 1986, la obra se convirtió en un descomunal éxito en parte gracias a un detalle de perspectiva. Sí, contaba la misma historia de terror que la novela de Gaston Leroux, publicada en 1910: un hombre de cara deforme y gran sensibilidad musical, oculto en las catacumbas de la ópera de París, que asesina y aterra a la compañía hasta tenerlos doblegados. Pero el musical permite sentir cierta compasión por el fantasma. Es más, bien interpretado, este monstruo puede resultar hasta sexi: quien es fan del musical (y se cuentan por millones) está del lado del protagonista. “Mira, a mí hay una frase que me da toda la creación del personaje: cuando él dice que lo primero que hizo su madre fue taparlo antes de acunarlo”, explica Rauch. “Soy argentino, he hecho terapia toda la vida, siempre freudiano: la madre, la madre, la madre, todo es la madre. Siempre digo: acá hay tela para trabajar”.

Ese cariño es esencial para que no se desmorone toda la partitura y el reto de la función en la era Me Too es no perderlo, aunque visto desde el presente el fantasma parece menos antihéroe hipnótico en su oscuridad y más un buen abusador y manipulador sexual. “Lo trabajo como si fuera un niño, un Asperger”, prosigue Rauch. “Trabajo mucho la repetición de movimientos”, aquí se frota los muslos con los nudillos compulsivamente, “como si el fantasma se estuviera calmando. Es como un adolescente que no entiende el mundo que le rodea. No tuvo una mamá y un papá que le dieran amor. No ha tenido límites. Los únicos límites fueron rechazo de la sociedad, el rechazo de la gente, nunca alguien le dijo, esto está bien, esto está malo. Vivió enjaulado, expuesto en un circo, como un bicho raro. Entonces, claro, desde ese lugar hay una inmensidad de posibilidades que pueden llegar a suceder”.

Antes de recalar en este viaje, Rauch ya conocía las exigencias de un megamusical. En el año 2000 se puso por primera vez en la piel del Jean Valjean de Los miserables, el único megaprotagónico capaz de hacerle sombra al Fantasma en exigencia musical, en Buenos Aires. “Todos los valjeans que yo conozco pueden hacer el fantasma, pero no todos los fantasmas pueden hacer de Valjean”, alerta. Él repitió como Valjean en las representaciones madrileñas y barcelonesas de la obra, entre 2010 y 2012, y a partir de ahí, Cameron Mackintosh (“el productor teatral más poderoso, exitoso e influyente del mundo”, según The New York Times) le llevó a Londres. Hizo estos dos papeles en el West End y se hizo un hueco en el mundillo. Es más, actualmente intenta traer a Madrid un nuevo musical de Frank Wildhorn, compositor de Jekyll & Hyde. No suelta prenda sobre de qué va. “Pero sería hacer aquí el estreno mundial”, subraya.

Hasta entonces, estará en la ópera de París, frotándose los nudillos, aprendiendo desde el mayor de los egoísmos el poder de la compasión. “Al final, después de todo el viaje, el fantasma termina entendiendo que el amor es otra cosa, y no es la obsesión que siente él. Es un thriller psicológico, y a mí me resulta fascinante”.

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura como responsable del área de Televisión.
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