Fallece Eduardo Polonio, pionero de la música electrónica española
Era promiscuo por naturaleza, quizá siguiendo la estela escurridiza del electrón, esa partícula elemental que había dado nombre al primer movimiento musical genuinamente nuevo del siglo XX
Nacido en Madrid el 5 de enero de 1941, le han faltado apenas once días para alcanzar los 84 años a este siempre “joven” juglar de la música electrónica española. Falleció anteayer, día de Navidad, en la población onubense de Valverde del Camino, donde residía desde antes de que acabara el siglo en el que nació esa sustancia artística a la que dedicó su vida artística: la electrónica.
Era un hombre muy alto y un punto desgarbado, con una permanente sonrisa y una propensión al juego muy notable. En el Festival de Alicante, cuando yo lo dirigía, se presentó un año con un taller de hinchables para niños a los que añadía toda clase de sonidos —electrónicos, por supuesto— según fuera el recorrido o el libre albedrío de la feliz infancia que no se le ocurría preguntar qué tenía eso de música. Pero, a la vez, era una persona tremendamente seria, que tenía una fe inquebrantable en esa forma artística que vio nacer, crecer y casi fenecer en los términos de especulación estética que él practicaba.
Eduardo Polonio nació en Madrid y estudió música en el Conservatorio de su ciudad, dejando abandonados unos estudios de ingeniería de telecomunicación que, en cualquier caso, le proporcionaban una base técnica que a él le gustaba esconder. Polonio fue de los primeros, en el área de Madrid, que se sumergió en la electrónica en vivo, aquella en la que un par de creadores con pinta de técnicos de sonido manipulaban aparatos misteriosos delante del público, intentando convencer de que aquello también podía ser un concierto. Formó pareja con el argentino Horacio Vaggione en ALEA Música Electrónica Libre a finales de los años sesenta. Estuvo en los prodigiosos Encuentros de Pamplona de 1972 y volvió a presentar en Madrid enseguida una obra firmada por Luis de Pablo y José Luis Alexanco, Soledad Interrumpida, pero con los dos misteriosos operarios a los aparatos que escupían sonidos entre las esculturas inflables de Alexanco. Era una de las piezas paradigmáticas de aquellos Encuentros.
De ahí en adelante, Polonio se convirtió en un alma inquieta. En 1976, Polonio se traslada a Barcelona y se integra en Phonos, el laboratorio rival de ALEA en Cataluña. No tuvo tanta repercusión como cuando el futbolista Figo pasó del Barça al Real Madrid, pero, en su escala, fue algo parecido.
Pero Polonio era promiscuo por naturaleza, quizá siguiendo la estela escurridiza del electrón, esa partícula elemental que había dado nombre al primer movimiento musical genuinamente nuevo del siglo XX. En 1983, funda, con Rafael Santamaría, Obert-Art Actual, y juntos proponen durante tres años el festival Sis Dies d’art actual. En 1985, crea con Gabriel Brncic y Claudio Zulian el grupo Multimedia, especializado en música electroacústica en vivo.
Como para Polonio crear grupos y festivales era prácticamente intercambiable con la producción de obras propias, en las que la colaboración con toda clase de artistas era la norma, desarrolla una actividad vertiginosa de la que solo me atrevo a citar la más antigua y la más actual: Per a Matar·ho, performance con el pintor Ferrán García Sevilla, en la Sala Zeleste de Barcelona, en 1977; hasta llegar a Un día como hoy, vídeo en colaboración con Ana de Alvear, en 2023.
Ha sido cofundador de la Asociación de Música Electroacústica de España y fue su presidente entre 1988 y 1994. Ha recibido también galardones internacionales como el Magisterium del Gran Premio Internacional de Música Electroacústica de Bourges.
En 1996 se traslada a vivir a Huelva y comienza a agitar el Sur de España. Funda Creación Musical y Nuevas Tecnologías, así como el estudio de música electroacústica Diáfano. En 2000 crea el ciclo Confluencias, arte y tecnología al borde del milenio, con el apoyo de la Junta de Andalucía. En 2006 crea y dirige hasta 2008 el Congreso Internacional de Música y Tecnologías Contemporáneas de la Universidad de Sevilla.
Y, como si el tiempo fuera para él una materia elástica, Polonio no para de activarse. Además de decenas, quizá centenares de obras o intervenciones, deja un legado discográfico enorme y muy interesantes publicaciones escritas de las que destaca la reciente aparición de un libro-disco con motivo de su ochenta aniversario: Del serialismo al multimedia.
Eduardo Polonio deja, junto al vendaval de sus innumerables actividades, un grupo de amigos que hoy se sienten como electrones libres y lamentan su ausencia como la de un padre fundador. Pero, ¿fundador de qué?, y es que con Polonio se cierra un debate, el del estatuto de la música electroacústica: ¿es un arte?, ¿es un juego?, ¿es la continuación de la música de vanguardia con otros medios? Una antigua amiga, ya fallecida, directora del Instituto de la Música Valenciana, me comentó una vez que una importante dirigente política de la época “ye ye” de la alcaldesa Rita Barberá, le dijo un día: “A mí me encanta la música electrocáustica (sic)”. Seguro que Eduardo Polonio hubiera reído de buena gana.
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