Grandes pensadores y artistas europeos recuperan en Pamplona el espíritu rompedor de los míticos Encuentros de 1972
Medio siglo después de las jornadas artísticas que marcaron un hito en el tardofranquismo, la capital navarra recuerda aquella cita con un amplio programa de diálogos, conciertos y talleres
Hubo problemas para hinchar las coloridas cúpulas neumáticas diseñadas por José Miguel de Prada Pool, y lo cierto es que no duraron mucho montadas, aunque en su interior se expusieron los trabajos de Vito Acconci, Jean-Pierre Prevost, Bill Beckely, Jan Webb, Nancy Holt, Mel Bochner o Muntadas, entre otros. Algo falló o fueron pinchadas, pero a la vista de todo lo que ocurrió esos días, fue solo un contratiempo en las legendarias y convulsas jornadas artísticas que, en la semana previa a los sanfermines de 1972, inundaron las calles de Pamplona de poesía visual, sonora y de acción, arte conceptual, videoarte, arte informático, música electrónica, minimalista y de acción, así como cine experimental y vanguardias, con trabajos de más de 350 creadores españoles e internacionales. Dos atentados de ETA dejaron clara la oposición de la banda a la iniciativa. El Partido Comunista también mostró su rechazo, los sindicatos se oponían, la poderosa Iglesia en la conservadora Pamplona deploraba la reunión artística, y las autoridades solo lo autorizaron por los mecenas que actuaban como garantes: la familia Huarte, descendiente del constructor que amasó su fortuna con el franquismo, financió íntegramente los Encuentros de Pamplona 72, organizados por el grupo Alea, formado por Luis de Pablo y José Luis Alexanco. “No fue fácil decidir participar”, recordaba este domingo la artista Esther Ferrer en la ciudad navarra, 50 años después de aquellas míticas jornadas en las que ella actuó con el grupo ZAJ. “Había razones políticas para no acudir, y lo discutimos mucho. Aquellos días la ciudad estuvo ocupada por la actividad artística, se mezclaron todas las épocas. Hubo gente que protestó, ¿y por qué no iban a hacerlo? Había motivos a nivel artístico y político”.
Medio siglo después, en la misma plaza donde estaban aquellas cúpulas inflables, se levanta el Baluarte, sede central de los debates, conciertos y charlas que conmemoran ahora durante 12 días —desde el pasado jueves 6 hasta el martes 18 de octubre— la explosión artística de vanguardia que en 1972 saltó a las calles de Pamplona. El pensador, músico y poeta Ramón Andrés recibió hace dos años el encargo por parte de Gobierno de Navarra de organizar este homenaje. Aunque nació en Pamplona, él contaba 16 años cuando John Cage, Merce Cunningham, Steve Reich o el músico vietnamita Trân van Khê desembarcaron en su ciudad y no asistió, pero tenía claro que el homenaje de 2022 debía evitar la nostalgia. “No se podía repetir algo así. Los Encuentros fueron muy valientes y audaces, el momento político era muy complicado. Ahora, la idea es pensar el mundo de hoy y sus muchos problemas”, explicaba el domingo.
Con este punto de partida, Andrés y tres comisarios (Berta Ares, Roberto Valencia y Mercedes Álvarez) han planteado un ambicioso programa de charlas gratuitas en las que filósofos como Pascal Bruckner, Carolin Emcke, Hélène Cixous o Peter Sloterdijk, ensayistas y escritores como Svetlana Aleksiévich y Lászlo Krasznahorkai, entre otros, comparten sus reflexiones sobre los discursos del odio, la deriva de Europa o las variaciones del género. La música contemporánea, el arte y el cine también están contemplados en el amplio proyecto que incluye conciertos, exposiciones, acciones en distintas plazas y talleres, como los impartidos por la fotógrafa mexicana Graciela Iturbide, el artista Frederic Amat o el cineasta José Luis Guerín.
El sábado por la mañana arrancaron los diálogos literarios con el escritor húngaro László Krasznahorkai, definido como el “maestro del apocalipsis” por Susan Sontag, y su traductor Adan Kovacsics. El autor de Tango satánico habló del destino del arte en la era moderna, un tiempo en el que “ha cambiado el ego de la sociedad” y la sensibilidad hacia el arte corre el peligro de “quedar asfixiada por falta de oxígeno”, y recordó las “locas carcajadas” de su buen amigo Imre Kértesz, el premio Nobel superviviente del Holocausto.
Unas horas más tarde, la francesa Cynthia Fleury, ante un auditorio casi lleno, en su doble condición de pensadora política y psicoanalista, habló sobre cómo sanar el resentimiento en las sociedades, algo que se asemeja a “una gangrena que pone en peligro la democracia”. Fleury habló con vehemencia del “delirio victimario” que sufren quienes quedan atrapados, rumiando, en el estéril bucle del resentimiento. “Hay que salir de esa trampa a nivel individual y colectivo, restablecer lugares de confianza”, afirmó, y comparó las redes sociales con una prisión panóptica que se rige por la hipervigilancia.
Cuando le llegó el turno el sábado a última hora de la tarde a Pascal Bruckner, acompañado por Ramón Andrés, el auditorio de Baluarte estaba lleno. El francés habló de la autoflagelación que padece Europa, de la disyuntiva que se plantean muchos europeos entre “la tiranía sanitaria o la tiranía sedentaria”, y del peligro que tiene la UE de “morir por obesidad” si se amplía a 40 países. También señaló que el diagnóstico de los noventa sobre el fin de la historia tras la caída de la URSS fue equivocado: “El primer parón llegó con el 11-S. El segundo llegó este 24 de febrero con Putin. Pero Europa no se ha plegado al nuevo zar”, defendió. Una postura en línea con lo expuesto el viernes en el mismo auditorio en el diálogo entre el cineasta ucranio Sergei Loznitsa y el ruso Victor Kossakovsky, pero contraria la que planteó el domingo la italiana Adriana Cavarero, que habló de la fractura de la UE por su incapacidad para lograr que avancen las conversaciones de paz entre Rusia y Ucrania y “normalizar la amenaza nuclear”. La pluralidad y exposición de distintos planteamientos es uno de los ejes de estos nuevos Encuentros, explicaba Andrés.
Más allá del auditorio, la Oficina de cine errante de Oskar Alegría arrancó el sábado al caer la tarde un recorrido por las calles de Pamplona siguiendo los pasos del legendario John Cage, uno de los invitados en 1972 junto a su pareja Merce Cunningham. Entre el público el sábado estaba Marisa, que recordaba aquellas jornadas de hace 50 años en que estudiaba biología y “corríamos cada día” para evitar a la policía, siempre dispuesta a asestar golpes. Una de las acciones del 72 de resultado imprevisto fue la presentación de la pieza del Equipo Crónica Espectador de espectadores, cuyos monigotes con gafas oscuras, como si fueran comisarios del régimen, despertaron el furor del público, que empezó a derribarlos, destrozarlos y robarlos. “Los Encuentros sorprendieron a la ciudad, aunque llegaron solo a una pequeña parte. Unos quedaron perplejos y otros maravillados”, apuntaba la historiadora Silvia Sadaba, autora de una tesis doctoral sobre aquellas jornadas. “Una de las polémicas más fuertes fue la que rodeó la exposición del arte vasco del momento, que comisarió Santiago Amón, porque la censura forzó que se retirara una pieza sobre el proceso de Burgos de Dionisio Blanco, y el cambio del Cristo amordazado de Xabier Morrás por otra obra, así que otros artistas decidieron salirse”. Pero la fusión entre tradición y modernidad, la mezcla de propuestas artísticas venidas de EE UU, India, África y Europa y de disciplinas, fue insólita.
El proyecto creció a partir de la idea de celebrar una serie de conciertos y nació con la idea de convertirse en una convocatoria bianual. Pero Luis de Pablo y Alexanco quedaron con un sabor agridulce y el secuestro de Felipe Huarte el año siguiente hizo que los mecenas se alejaran del foco público. “Había un grupo de fans, pero era poco conocido hasta que el Museo Reina Sofía impulsó dos exposiciones en 1997 y 2010. Hoy se estudia el sustrato que todo aquello pudo dejar”, explicaba Saldaba.
Más de un centenar de pacas de paja colocadas este fin de semana simétricamente en la plaza a las puertas de Baluarte fueron, según iban pasando las horas, conquistadas por los pamploneses: niños, jóvenes y adultos fueron moviéndolas y construyendo bancos, cabañas y toboganes. Esa instalación de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra probaba, como la Isla plantada en el paseo Sarasate con cascotes de un edificio de 1972, que Pamplona está más que lista para las propuestas artísticas. “Hoy la gente siente el derecho a participar porque hemos recuperado lo que nos robaron”, sentenciaba Esther Ferrer.
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