Jean-Dominique Kerignard (el Gran Panzani), domador de pulgas: “El secreto de la fantasía es hacer ver lo que no existe”
El veterano artista, que ha montado su carpa en el festival Pasaje Insólito de Santa Coloma de Gramenet, defiende en su minúsculo circo el poder de la ilusión
Uno de los lugares más mágicos del mundo es sin duda la pequeña carpa donde Alfredo Panzani, el Gran Panzani, despliega su virtuoso circo de pulgas ante los ojos de un puñado de atónitos espectadores. El espectáculo (Le cirque des puces savantes), en el que el domador luce la característica casaca roja con entorchados y alamares y esgrime un látigo (!), se desarrolla en una pista de circo en miniatura donde tienen lugar las asombrosas proezas, solo invisibles para los escépticos, de las minúsculas pero tan grandes artistas Mimí, Lulú y Zaza. El beluario Panzani, en el mundo Jean-Dominique Kerignard (Cahors, Francia, 73 años), habla de su vida y de su arte tras una función en el marco del Pasaje Insólito, el entrañable festival dedicado a las artes tradicionales de los feriantes que se realiza en Santa Coloma de Gramenet (Barcelona) y ha llegado a su 19ª edición. El domador, al que se le mueve el bigote, mezcla su biografía de fantasía —tan ficticia como sus pulgas— con la verdadera en una deliciosa extensión de su show.
Pregunta. Signore Panzani, ¿cómo se llega a ser domador de pulgas?
Respuesta. Empecé con tigres y leones, pero tuve un accidente con un tigre y decidí pasar a bestias más pequeñas.
P. ¿Es difícil?
R. Bastante. Hace falta mucha paciencia y, como se suele decir, mano de hierro en guante de terciopelo. Lo primero es enseñarlas a no saltar, porque se escapan.
P. ¿Es un arte gratificante?
R. No tanto. Hay que darles de comer cada cuatro horas y desarrollan amor por tu sangre. Al principio te rascas mucho. En el lado positivo, son más fáciles de transportar que los elefantes.
P. ¿Se les toma cariño?
R. Bueno, hay mucha rotación, ¿sabe?, porque las pulgas viven solo unos seis meses y has de sustituirlas. Establezco una relación, claro, porque les doy de comer, y ellas a mí.
P. ¿Se le queja alguien de que no las ve?
R. Nunca.
P. Pero todo es falso…
R. Ah, se ha dado cuenta, muy perspicaz. Llevo 30 años con este número, y tengo mucho teatro de calle detrás. Al principio lo intenté con pulgas de verdad, pero no funcionaba. Los circos de pulgas auténticos tienen una larga tradición: Luis XIV poseía una pequeña carroza de oro tirada por pulgas y en la Inglaterra victoriana se reproducía la batalla de Waterloo con ellas. Han existido domadores de renombre, como el Signor Bertolotto o el profesor Hop, e incluso grandes desastres, como cuando al circo de Pete Collins le explotó un proyector de diapositivas y achicharró a todas las artistas.
P. Eso no le pasará a usted, desde luego.
R. El circo de pulgas sin pulgas, de pulgas invisibles, tiene también ya una larga historia. La fantasía es mucho más simpática. Y nadie te puede acusar de maltrato animal, lo que con los tiempos que corren…
P. ¿Cuál es su secreto?
R. La ilusión. Que la gente vea cosas que no existen. Ese es el secreto de la fantasía.
P. ¿Es feliz con sus no pulgas?
R. Mucho, trabajar tan cerca de la gente, ver la cara de los niños cuando les colocas una pulga detrás de la oreja (o a su madre en el escote), observar cómo la gente entra en la ilusión y se emociona con el número de Mimí, la pulga forzuda que vivía en un tigre; el de Lulú, la tórrida siciliana, escupiendo fuego, o el de Zaza, disparada con un cañón… Por eso lo hago.
P. ¿Da para vivir su circo?
R. Por suerte en Francia tenemos el régimen de intermitencia de los artistas que te permite mantenerte, sé que aquí en España es más duro. Yo voy mucho por festivales.
P. Este es una maravilla, y valga la palabra.
R. Sí, quedan pocos así, con pequeñas carpas, carromatos y barracas de feria a la antigua. Muy romántico, me gusta mucho.
P. Ecos de Barnum, de Ray Bradbury, del circo del Barón Alligre. Al lado suyo está la barraca de Maharadja, el desmembrado faquir de Tayikistán. Hace unos años se exhibía una sirena.
R. Y en otra ocasión, una mujer gorila.
P. ¡Seguro que se quisieron fugar sus pulgas con ella!
R. Desde luego, hubiera sido una buena historia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.