El día que el artista Shimabuku se hizo amigo de los pulpos de Santander
El Centro Botín acoge la primera gran muestra del creador japonés en España, con varias obras hechas junto a los vecinos (y animales) de la ciudad


Durante unos días, el cielo de Santander se llenó de cometas con aspecto humano que surcaban el aire. Eran recreaciones a tamaño real de decenas de personas que se elevaban hacia el cielo, el torso rígido y las piernas aireadas con movimientos tentaculares. Fueron parte de una de las creaciones estrella del artista japonés Michihiro Shimabuku (Kobe, Japón, 55 años), uno de los artistas más sugerentes del país nipón, de cuya obra el Centro Botín acoge hasta el 9 de marzo la primera muestra institucional en España. Se trata de Pulpo, cítrico, humano, que reúne vídeos, fotografías, esculturas, instalaciones y textos (además de muchos pulpos) de Shimabuku desde principios de la década de 1990 hasta la actualidad. Hasta la actualidad más actual, de hecho: tres de las obras, el gran reclamo de la muestra, las creó el artista en la propia Santander y alguna hasta con ayuda de los vecinos.
“El artista ha vivido y conocido la ciudad y sus gentes”, contaba este viernes en la inauguración en el Centro Botín de la ciudad cántabra Bárbara Rodríguez Muñoz, comisaria de la exposición junto al propio artista. “Eso es lo que hace única la muestra, el grado de interacción que ha tenido con la zona a la hora de crear tres obras”. La comisaria señaló lo interesante de los “experimentos abiertos” del Shimabuku, cuya obra “parte de los viajes y la interacción con otras comunidades, y deja en el aire la pregunta de quién es el público de sus obras”. ¿Quiénes son los espectadores de las obras de Shimabuku? ¿Los pulpos? ¿La gente que mira a los pulpos? “La frontera entre proceso y obra, naturaleza y arte, se difumina”, señalaba Rodríguez Muñoz, al lado del artista, que se declaraba feliz en Santander: “Es una ciudad muy lejos de mi pueblo, pero que siento cercana”, decía señalando la ventana, y nombrando “las colinas y el verde intenso”.

En ese paisaje se dedicó a crear estos días Shimabuku. De las obras locales, la primera con la que se topa el visitante es la de las cometas mencionadas. Más de 100 personas participaron en talleres del artista en la ciudad, recreándose a tamaño real y luego echando a volar las creaciones, que ahora se pueden ver en una de las paredes del Centro Botín conformando un enorme mosaico de caras y ropas de colores. Además, el artista conoció a los pulpos locales, de lo que da fe la obra en vídeo Visiting Santander Octopuses: Exploring for Their Favourite Houses (Visita a los pulpos de Santander: explorando sus casas favoritas), realizado en el lecho marino frente a la costa de la ciudad que documenta las interacciones de los pulpos con una serie de vasijas realizadas por Shimabuku como ofrenda para estas criaturas. También recrea una de sus piezas más especiales: Something that Floats/Something that Sinks (Algo que flota / Algo que se hunde), de 2010, en la que frutas y verduras flotan (o no, porque la flotabilidad es aleatoria) en tanques de cristal con agua. Para la ocasión, se han usado limas locales y la vista de la bahía conforma, junto con la obra, una experiencia fascinante.
Completan la exposición una retrospectiva del artista desde los noventa hasta ahora, con piezas que han cedido galerías y colecciones de Londres, Berlín o Milán. Se puede ver, por ejemplo, la obra que hizo llevando nieve a los monos de las nieves de Texas, para ver si se sentían identificados con ella; una hilera de “herramientas humanas”, que pasa de la piedra a los teléfonos móviles; su reinterpretación del fish and chips en forma de vídeo (un metraje compuesto por varias patatas enteras hundiéndose entre los peces de Liverpool). Y, evidentemente, en la muestra están muchas de sus más famosas interacciones con pulpos, como varios de los jarrones que ha desperdigado por el mundo para ver cómo reaccionan ante ellos estos animales, o varios juguetes con los que Shimabuku juega a descubrir cuál es el color favorito de los cefalópodos. En vídeo queda también registrada aquella vez que sacó un pulpo del mar en Akashi y se lo llevó a dar una vuelta por Tokio.

¿A qué viene esta fijación, esta obsesión por estos animales, que han sufrido también otros artistas? “Bueno, quería hacerme amigo de los pulpos”, dice con una sonrisa, encogiéndose de hombros. Famosos en su Kobe natal, los pulpos eran algo, confiesa, de lo que no sabía demasiado. “Y comencé a investigar”. La criatura le atrapó al instante. “Me ayudó en mi proceso artístico, en el que trabajo de igual manera con personas, animales y la naturaleza”, confiesa antes de lanzar una advertencia general sobre el cuidado colectivo que deberíamos hacer del medioambiente. Y sí, Shimabuku conoció a los pulpos santanderinos. Buceó en la ría (“aunque me arrepentí, ¡el agua estaba muy fría!”, bromea), y pudo confirmar que los pulpos cantábricos tienen una personalidad parecida a los de Japón. “El agua está muy limpia. Están contentos”.
La exposición, como desveló la comisaria, estará acompañada de un libro en proceso de edición que documenta el trabajo del artista con los locales. La obra del japonés ha sido descrita como “un mundo suspendido, que oscila entre lo que es y lo que debería ser”. No es una frase descabellada: los santanderinos deberían poder volar y todas las limas deberían flotar en el agua. Y también parece claro que desde ahora Santander no debería mirar de la misma forma a los pulpos de sus costas: son los nuevos amigos del artista japonés.

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