Bruce Weigl, el poeta veterano de Vietnam que abrazó la cultura de los vencidos: “Nunca pensé que iba a ver morir a tantos civiles”
El autor, que presenta su primera traducción en España, ‘Canción de napalm’ (Cántico), finalista del Pulitzer, visitó el festival Cosmopoética de Córdoba
Bruce Weigl (Ohio, 75 años) se incorporó a la guerra de Vietnam en 1967, con solo 18 años. Le destinaron a la jungla, donde estaba la acción, bajo el calor aplastante y la amenaza constante, oliendo el napalm, dedicado a las comunicaciones avanzadas (forward communications), es decir, a hacer posible el contacto por radio en tiempo real entre los mandos y el frente. Allí presenció el verdadero horror de la contienda.
La guerra no era lo que esperaba: “Antes de ir, lo que te cuentan es que vas a combatir con soldados enemigos. Pero nunca pensé que iba a ver morir a tantos civiles”, dice Weigl. No puede evitar la comparación con Palestina, donde mueren más civiles que miembros de Hamás: “Para matar a una persona bombardean un pueblo entero”, dice el veterano. Pasado el tiempo Weigl abrazó a Vietnam: aprendió el idioma, traduce su literatura, profesa el budismo y su esposa y su hija adoptada son vietnamitas. Al horror de la guerra le siguió el descubrimiento de un nuevo mundo al que amar.
Weigl visita España por primera vez, en el festival Cosmopoética de Córdoba, con motivo de la primera publicación de un poemario suyo en castellano, Canción de napalm (Cántico, con traducción de Lorea Uresberueta), aparecido en Estados Unidos en 1988, cuando fue candidato al Pulitzer. Dijo Weigl en el festival que considera un “honor” haber sido traducido a la lengua de Juan Ramón Jiménez. Este viernes, a las 19 horas, se presenta en la librería madrileña Sin Tarima. Un libro que cuenta la guerra sin efectismos y con total crudeza, la de los hombres cortados por la mitad y las niñas abrasadas por el napalm; pero también centrado en los aspectos de la vida cotidiana, porque la vida cotidiana continúa durante las guerras. No todo son batallas: hay gente que sigue yendo a trabajar, hay niños que siguen yendo a la escuela. Hay drogas (dentro y fuera de la batalla) y prostitución. Y hay amor.
En alguno de sus poemas los soldados arrojan latas de comida a los niños vietnamitas para hacerles daño, porque la guerra saca lo peor de las personas. “No estoy seguro de eso: una cosa que aprendí fue que mucha gente ya venía jodida de la cabeza y en la guerra daba rienda suelta a su agresividad, porque no había ley. Éramos como reyes paseándonos con nuestras armas”, dice Weigl. Los soldados, como se ve en el caso del poeta, eran muy jóvenes, la mayoría entre los 18 y los 25 años. “A esa edad no tienes desarrollado un sentido de tu situación en el mundo: eres tan joven que haces cualquier cosa, no tienes miedo a nada. Eres un niño. Los efectos dramáticos los comprendes después, al regreso”. Es cuando el poeta, de vuelta a los Estados Unidos, tuvo que lidiar con un fuerte estrés postraumático, un daño irreparable y unas constantes pesadillas que le acompañarían durante 50 años. Vietnam seguía dentro.
Al regreso, sano y salvo (al menos por fuera), Weigl se acercó a la poesía preso de la pulsión de comunicar todo aquello que los no combatientes no podían imaginar. Había vuelto con vida, pero la poesía le salvó la vida. Una de sus inspiraciones fue el poeta James Dickey, que había servido en la fuerza aérea durante la Segunda Guerra Mundial: en su obra The Firebombing reflexiona, ya en tierra, sobre los horrores que las bombas incendiarias habían causado sobre la población civil de Japón, donde mataron a cientos de miles de personas (sin contar las posteriores bombas nucleares).
Los poemas de Weigl tardaron 20 años en ver la luz, pero no porque tardaran en emerger, sino porque nadie pareció muy interesado en el tema hasta entonces. Durante la guerra muchos poetas escribieron sobre el conflicto, por ejemplo, Allen Ginsberg o Robert Bly; luego, cuando llegaron los veteranos para dar su punto de vista, la gente ya estaba a otra cosa. Estados Unidos había vivido una gran oleada de grandes protestas pacifistas. “Muchos de los que estábamos en la jungla veíamos con buenos ojos estas protestas. Y hablábamos muy libremente sobre eso. ¿Qué iban a hacernos? ¿Enviarnos a Vietnam?”, bromea Weigl.
El giro vietnamita
Weigl regresó a Vietnam en 1985 y fue ahí cuando sus lazos se estrecharon. Su anfitrión fue la Asociación Vietnamita de Escritores (Hội Nhà Văn), formada por jóvenes autores que luchaban por forjarse una carrera; ahora su más viejo amigo es presidente de la asociación. Así le fue franqueada la entrada al mundo literario del país asiático, y fue entonces cuando aprendió el idioma y comenzó a traducir. “Los vietnamitas lo agradecen mucho, porque los estadounidenses solo tienen una imagen de Vietnam: más que un país, piensan que es una guerra. Pero la poesía puede hacerles ver más allá”, dice Weigl, que también afirma que los vietnamitas han sabido dejar atrás los rencores de la guerra.
¿Cómo es Vietnam ahora? “La gente piensa que Vietnam es un país comunista, y lo cierto es que tiene un Partido Comunista muy fuerte, pero no es un país comunista. Se trata, más bien, de un país socialista donde se respeta la iniciativa privada y el Gobierno apoya a la libre empresa. Hay propiedad privada y, aunque el estado controla la mayoría de los activos, no es opresivo como en China. Está prosperando”, explica el exsoldado.
“La situación política en su país le preocupa. “Donald Trump no es un estúpido como piensan muchos de sus adversarios, es un tipo muy listo”, dice Weigl. Cree que ha conseguido colar su discurso dentro de las mentes de la gente trabajadora (cuyas vidas, por cierto, son otra de las inspiraciones para sus poemas): ha sabido rentabilizar el hartazgo con el Gobierno. “Y da igual lo que haga, ya sean abusos sexuales o interferir en el resultado electoral, nada de eso le importa a sus votantes”, piensa el poeta. “Es peligroso porque ahora el país está dividido”.
Recientemente la película Civil war, de Alex Garland, ha fantaseado, como algunos analistas, con la posibilidad de una guerra civil en un Estados Unidos cada vez más polarizado. ¿Es real? “Creo que es muy posible. Conozco a personas dispuestas a comprometerse con ese tipo de resistencia. Veteranos. Lo peor que se le puede hacer a una democracia es restarle la libertad. Es por lo que la gente murió, para defender nuestra libertad personal. Y eso es lo que Trump quiere hacer: quitar libertad a las mujeres, a la gente LGTBQ, a los negros, a los hispanos, etcétera”.
Durante el recital de Weigl en Córdoba llega la noticia del ataque de Irán a Israel. Dos importantes guerras se desarrollan en la actualidad, en Ucrania y en Oriente Medio, y se respira un clima prebélico, de regreso a discursos belicistas y aumento en la inversión militar. ¿Cómo vive esto alguien que ha sido testigo directo de los horrores de la guerra? “Nos matamos entre nosotros. Es algo que siempre ha ocurrido y que no deja de ocurrir. Es parte de lo que somos, pero pienso, como budista, que hay maneras de resistir a esos impulsos. Si no lo conseguimos estamos en peligro, porque aunque el ánimo guerrero sigue constante, las armas han evolucionado hasta el punto de poder destruir el mundo. Soy un pacifista”.
El maestro budista de Weigl le anima a verse a sí mismo como los otros le ven, y eso tiene cierta conexión con la poesía. “La poesía te muestra que existen otros aspectos, cuenta una verdad sobre el mundo que nada más puede contar. Para escribir un poema, tienes que estar dentro y fuera al mismo tiempo. Tienes que estar dentro porque tienes que sentir lo que es la cosa. Tienes que estar fuera porque tienes que ser objetivo como artista y hacerlo mejor. Pasar por ese proceso cada día es un proceso terapéutico: como mirar la vida a través de un microscopio”, concluye el poeta.
Babelia
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