Raquel Peláez, periodista: “El ‘fachaleco’ es el abrigo de piel de nuestro tiempo”
La subdirectora de la revista ‘S Moda’ publica ‘Quiero y no puedo’ (Blackie Books) un ensayo que retrata a los pijos a través de la historia de España
La periodista Raquel Peláez (Ponferrada, 46 años), subdirectora de la revista S Moda, posa para las fotos en la madrileña plaza de Alonso Martínez. “¿Estoy mona?”, pregunta, consciente de la importancia de la imagen siempre, y sobre todo después de haber escrito Quiero y no puedo. Una historia de los pijos de España (Blackie Books). No es un ensayo sobre el odio de clase, dice, tampoco un manifiesto. Es un libro en el que desmenuza mil y un símbolos. El primer Louis Vuitton que se compró Eugenia de Montijo, los lazos de Don Algodón, la voz de David Summers, la boda de Ana Aznar en El Escorial. La Andrea de Nada, de Carmen Laforet, el Pijoaparte de Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé. “Ahí te dejo un titular: ‘Los pedos huelen igual en business class”, dice. A mitad de la entrevista, se acercará un hombre muy pijo, pedirá perdón por haber estado pendiente de la conversación y preguntará el título del libro para comprárselo.
Pregunta. Presentó su obra en la librería Rafael Alberti de Madrid porque le gustan sus lámparas y porque le contaron que Isabel Preysler estuvo ahí. Ahora me cita en la cafetería Santander en la plaza de Alonso Martínez. ¿También ha estado aquí la madre de Tamara Falcó?
Respuesta. (Risas). No, más bien es porque Santander es uno de los grandes nodos de lo pijo y de la creación de imágenes determinantes para el imaginario pijo español. Esa idea del veraneo en el norte, mucho más distinguido que en cierto sur. Esa filiación con Comillas, el lugar de uno de los primeros ‘quiero y no puedo’ que luego sí pudo, que es el Marqués de Comillas.
P. “Vienes mal vestida”, le dijeron en el club de tenis de Ponferrada. ¿Cuánto pesa el estilismo en la aceptación del otro?
R. Trabajo en moda, así que reconozco enseguida los códigos de los demás, y estoy pendiente de los míos, sin ser una persona demasiado obsesiva con lo que me pongo. En nuestra sociedad llevamos por fuera lo que queremos que los demás sepan de nosotros, así que la ropa es muy importante. Lo que queremos proyectar y lo que queremos que piensen de nosotros.
P. Hay una idea muy atractiva en su libro, la emulación pecuniaria. Explíquenos en qué consiste.
R. Viene del famoso libro de Thorstein Veblen, La teoría de la clase ociosa, cuya teoría es válida solo en algunos aspectos, y que dice que la reproducción simbólica de clases es fundamental para la movilidad. Las clases inferiores imitan a las superiores en lo que hacen y en sus símbolos.
P. Porque se quiere parecer cualquier menos cosa menos pobre.
R. Exacto, eso ha sido llevado al paroxismo, porque hay una clase media muy amplia que se está yendo a la porra pero que sí tiene acceso a símbolos de imitación, y en ese contexto en el que vivimos de aporofobia salvaje, eso se ha convertido casi en una obligación. De hecho, no creo que haya solo aporofobia, es que creo que hay mediofobia. La clase media, que fue uno de los objetivos de este país y de buena parte de los países del mundo, se ha convertido en algo horrible. He oído a gente bien decir de algo “uff, qué clase media”, como si fuera un insulto. Los que están en lo alto de la pirámide se han dado cuenta de que cuantas más cosas conviertan en símbolos de riqueza, más cosas les van a pertenecer. En esa parte alta se han incluido cosas que no estaban.
P. ¿Por ejemplo?
R. La educación. No creo que cuando se diseñó el Plan Bolonia pensaran que un máster iba a estar en el campo simbólico del lujo. Se han convertido en lugares en los que no se aspira a compartir o adquirir conocimiento para escalar socialmente, sino saber qué gente van a conocer. El networking es el nuevo a priori, la nueva puerta de entrada. Uno de los objetivos del libro es hacer ver eso, no es un gran manifiesto de odio de clase, es justo lo contrario. Es decir que hay cosas que no son un lujo, que deberían ser de acceso universal. La educación es uno de los mayores igualadores de clase.
Hay cosas que no son un lujo, que deberían ser de acceso universal. La educación es uno de los mayores igualadores de clase.
P. En su libro se respira endogamia, estupendo pegamento para que los chuchos no se mezclen con los de pedigrí.
R. Sí, por eso me he ido tan atrás en la historia de España. No somos conscientes de que hubo un momento en este país, cuando ya existía el sistema parlamentario, en el que no podía votar todo el mundo, se votaba en función de la renta. Tampoco todas las clases sociales podían acceder a la carrera diplomática y a la militar, algo que me lleva a pensar en quién estudia hoy para la carrera judicial. Vale, ellos crean sus endogamias, sus símbolos y se relacionan entre sí, pero luego tiene que ser el Estado y lo público quien determine quién accede a las cosas independientemente del nivel de renta. No podemos olvidar eso. Quizá, como ahora estamos viviendo un retroceso, conviene recordarlo.
P. Ha trabajado en Vanity Fair, ahora en S Moda, pero quiero preguntarle por otro símbolo: la revista ¡Hola! ¿Cuánto ha ayudado a construir lo pijo?
R. Antes de contestarte quiero irme a una parte del libro, el capítulo en el que hablo de las pijas laicas, donde me remonto a la Segunda República. Intento desmontar el mito de que en esa época solo había gente de izquierdas buenísima y de derechas malísima. Los liberales de entonces se parecían mucho a nosotros, gente muy disfrutona, con ganas de consumir, y ahí nacieron muchas revistas de entretenimiento que cumplían una función tan fundamental como la de dar alegría. Cuando nació ¡Hola! lo hizo dentro del régimen, estaba clarísimo quién podía salir o no, y cumplió un rol importantísimo, desactivar el evidente contenido político de esos privilegios bestiales que mostraban. Pero también es cierto que más adelante de alguna manera ha engrasado las buenas relaciones entre clases, ha ayudado a crear concordia. A finales de los 90 y principios de los 2000 tuvo que envainársela y abrir la puerta a personajes que jamás hubiesen estado en sus páginas. Ahí tienes a Ana García Obregón y (el futbolista) Davor Suker agotando la tirada.
P. Dice que Tamara Falcó es la pija más canónica. ¿Qué es el pijo madrileño?
R. No hay una única definición de pijo, pero si lo tomamos como un pijo cayetano, lo más peligroso que tiene es que es bastante aporófobo, porque en Madrid históricamente fallan bastante las estructuras públicas, hay una creencia extendida de que no son necesarias, y es muy centralista en el sentido de nacionalista español, también nacionalista madrileño, tiene dos vertientes. Digo que es peligroso igual que a otros les parece lo mismo el catalanismo supremacista.
P. ¿El pijo hostelero es el nuevo pijo?
R. La vivienda y el sector servicios es el nuevo caballo de batalla porque no tenemos otros sectores productivos, y esto lo han comprendido muy rápido los que más tenían de esta materia prima, y los que no la tenían se han hecho con ella. El nuevo oligarca hostelero tiene mucho patrimonio inmobiliario.
El pijo cayetano lo más peligroso que tiene es que es bastante aporófobo
P. Explíqueme qué tiene que ver lo pijo con el patriarcado.
R. La palabra procede de pene, de hecho, en muchos países de Latinoamérica se le sigue llamando pija. En muchas familias conservadoras el orden es absolutamente patriarcal, la familia heteronormativa, eso es inviolable, normalmente son católicas, y nada debe cambiar. Por eso hablo de lo pijo como el falo de occidente (risas).
P. Donde no casarse se considera un fracaso.
R. Por eso cuando me preguntan cuál es la mayor pija de España digo con mucha simpatía que es Tamara Falcó, porque es una persona que hasta que no consiguió casarse parecía que era el juguete roto de la casa.
P. Define los abrigos de pieles como el Levi’s de las adultas.
R. Es que hubo una línea de crédito específica para comprarlos en El Corte Inglés. Recuerdo que en mi ciudad, Ponferrada, era tema de conversación entre las señoras quién tenía que llevar los abrigos en verano a una cámara refrigerada y quién no. Ahora es un debate trasnochado por mil motivos, entre ellos el cambio climático. Creo que el abrigo de piel de nuestro tiempo es el fachaleco, fíjate.
P. ¿Cuál es el último recuerdo pijo que tiene?
R. Fue hace tiempo ya, pero una portada de Semana, creo que era, con el titular: Lydia Bosch, obligada a vivir de alquiler, con tono muy dramático y una foto de ella con cara de tanatorio. Creo que es el titular más pijo que he leído en mi vida.
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