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Muere el novelista libanés Elias Khoury, la voz que plasmó la historia viva del pueblo palestino

El beirutí fue uno de los grandes escritores árabes de las últimas décadas, autor de la obra maestra ‘La cueva al sol’

Elias Khoury
El novelista libanés, Elias Khoury, en París en 2013.Ulf Andersen (Getty Images)
Luz Gómez

El novelista Elias Khoury ha sido uno de los últimos representantes de una especie en peligro de extinción, en el mundo árabe y fuera de él: la del intelectual con auténtico criterio. Falleció el pasado domingo, 15 de septiembre, en Beirut, donde había nacido en 1948 en el barrio de Achrafieh, la colina del este de la ciudad, que ha acogido tradicionalmente a la comunidad greco-ortodoxa libanesa. Decir Achrafieh es apuntar a la vez a lo más rancio y lo más activo del Líbano, una de tantas contradicciones de un país que ha hecho de ellas una forma de ser y, en los mejores casos, como el de Khoury, una manera de trascender las pertenencias ciegas. La pequeña montaña (1976), precisamente en alusión a Achrafieh, es justamente el título de su segunda novela, escrita al inicio de la guerra civil libanesa; en ella ya se reflejaba la contradicción entre la euforia revolucionaria y la realidad de una confrontación entre hermanos.

Khoury quizás haya sido el mayor novelista árabe vivo de las últimas décadas. De carácter discreto, muy distinto de otras figuras de la literatura árabe, Khoury era mucho más importante que la fama que tenía. Su trayectoria, sólida y constante, está al margen de los descubrimientos mediáticos de genialidades. Era un escritor en toda la amplitud del término, sigiloso, culto, incisivo, comprometido políticamente con la libertad de los árabes en general y con el futuro del Líbano y Palestina en particular. Y ha sido, sin duda, quien mejor ha trasladado la historia viva de Palestina a la narrativa. Él, un libanés, lo cual no deja de ser tan lógico como paradójico: en el Líbano viven 560.000 refugiados palestinos; sin embargo, como recuerda el poeta y crítico, también libanés, Abbas Beydoun, “a excepción de Elias Khoury, en la novela libanesa no aparece el palestino”.

De algún modo, Khoury tomó el testigo de su admirado Ghassan Kanafani, el gran narrador palestino, cuando este fue asesinado por el Mossad en Beirut, en 1972. Su obra maestra es La Cueva del Sol (Alfaguara, 1998), una novela imprescindible para conocer la Nakba (catástrofe), que él fue de los primeros en entender como un proceso sistemático de violencia y desposesión palestina a manos de Israel, y no como un fenómeno ceñido a 1948. Su último libro, publicado hace unos meses, se titula precisamente La Nakba continua, un ensayo en el que aborda las formas de perpetuación de la Nakba al hilo de las reflexiones que sobre ella han hecho los intelectuales palestinos, desde Kanafani, Mahmud Darwish y Edward Said al más joven Basil al-Araj.

Refugiados palestinos en el campo de Bourj el-Barajneh, en Beirut (Líbano), durante la guerra civil libanesa, en 1989.
Refugiados palestinos en el campo de Bourj el-Barajneh, en Beirut (Líbano), durante la guerra civil libanesa, en 1989.Tom Stoddart Archive (Getty Images)

Khoury luchó con los palestinos durante la guerra civil libanesa. Ya antes, con 19 años, había viajado a Jordania para unirse a Fatah. Esto no era tan raro como pueda parecer: está por revisarse a fondo la historia de los intelectuales libaneses que hicieron de la causa palestina la suya, al margen de las adscripciones sectarias hoy al uso. En contacto diario con los refugiados, por un lado, y con la intelectualidad del entorno de la Organización para la Liberación de Palestina por otro, Khoury comprendió la trascendencia de abrir el relato a la memoria individual y a la cultural oral. De ahí la importancia que siempre concedió en sus novelas y sus ensayos a documentar el sufrimiento callado y a homenajear a sus víctimas, como las mujeres, los inválidos y los viejos campesinos arrumbados en los campamentos de refugiados mientras los hombres hacían la revolución.

Khoury fue también, cómo no, un decidido crítico literario. Ejerció este oficio, cada vez más depauperado, de distintas maneras, incluso dirigiendo diversas publicaciones, la última de ellas el suplemento cultural al-Mulhaq, del principal diario libanés, al-Nahar. Codirigió con el poeta Mahmud Darwish la revista Shu’un Filastiniya (Asuntos Palestinos), dependiente del Instituto de Estudios Palestinos, el cual fue objetivo primordial del Ejército israelí, junto con los campamentos de Sabra y Chatila, durante la invasión de Beirut de 1982. Juntos se embarcaron también en la revista cultural al-Karmel, convencidos de que la literatura y la cultura árabes no podían sobrevivir a remolque de la política. En uno de sus primeros números (1981) Khoury entrevistó a Cortázar en París, en un extenso diálogo en el que pueden leerse novedosas comparaciones a propósito de la experiencia literaria del mundo árabe y Latinoamérica, con la lengua y el exilio como protagonistas.

Khoury además ejerció la docencia. Fue profesor en distintas universidades estadounidenses y árabes: Universidad de Nueva York (NYU), Universidad de Columbia, Universidad Americana de Beirut, Universidad Libanesa.

Además, era uno de los poquísimos libaneses de la vieja generación —Abbas Beydoun es otro— al que los jóvenes activistas de los últimos años volvían en busca de respuestas, que él daba haciéndose a un lado e insistiendo en que el liderazgo intelectual y la movilización era cosa de ellos. En una entrevista de 2015 sostenía que “ser fiel a las propias convicciones suele ser duro, a veces hasta imposible, siempre difícil, pero es lo más importante que existe”. En ella hablaba también de su experiencia durante la guerra civil libanesa, de las luchas fratricidas entre drusos y cristianos, que pusieron a prueba sus convicciones: él, de origen cristiano, formaba parte de los grupos revolucionarios aliados de los drusos: “No puedes dejar sangre en las calles y largarte. Al menos tienes que recogerla”, resumió. El mundo árabe pierde, cuando más lo necesita, el criterio de una figura como la suya.

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