Nakba: Palestina gana el relato
La desposesión del 15 de mayo de 1948 no solo no ha cesado, sigue más viva que nunca: pero ahora se escucha su historia
Cada 15 de mayo los palestinos rememoran la Nakba (la Catástrofe). Ya van 76 años. No es exactamente una conmemoración, no hay nada que celebrar, porque la Nakba no es una efeméride festiva, la Nakba no es un acontecimiento cerrado en el tiempo, la Nakba es el presente continuo de la desposesión palestina, que nunca ha cesado. En Palestina, la Nakba continúa hoy. En la guerra contra Gaza es más tangible que nunca.
David Ben Gurion proclamó la independencia de Israel el 14 de mayo de 1948, un día antes de que oficialmente Gran Bretaña se desentendiera de su mandato colonial sobre Palestina; los judíos tenían que sortear el sabbat, e ignoraron la fecha convenida. En eso, como en todo lo que rodea la existencia del Estado de Israel, los acuerdos y el derecho internacional sirvieron de poco. Para los palestinos, la fundación de Israel supuso una catástrofe, una nakba. De ahí el nombre que le dio a lo sucedido, casi a renglón seguido de los acontecimientos, el intelectual sirio Constantin Zureiq en su obra El significado de la Nakba.
Zureiq dilucidó ya en 1949 los aspectos fundamentales de la Nakba. Dos fueron los principales objetivos sionistas: limpieza étnica y desposesión, como revelan los planes sionistas de la época, en especial el llamado Plan Dalet, negado durante años por Israel a pesar de las evidencias documentales que, ya en los años cincuenta, sacó a la luz el historiador palestino Walid Khalidi. En apenas seis meses, las milicias sionistas primero y el Ejército del nuevo Estado después expulsaron de sus hogares a 804.787 palestinos. Son el origen de los 5,9 millones de refugiados que hoy reconoce la UNRWA (la agencia que las Naciones Unidas creó para ocuparse de ellos), a los que hay que sumar otro millón resultado de la expulsión de la guerra de 1967. Jamás se les permitió regresar, a pesar de la resolución 194 de Naciones Unidas que así lo estipula. Los 179.000 palestinos que permanecieron dentro de Israel, los palestinos del Interior, quedaron sometidos a una legislación asimétrica que los convertía en ciudadanos de segunda. Comenzó con ello un régimen de apartheid que, con la colonización de Cisjordania, acelerada tras los Acuerdos de Oslo de 1993, se ha extendido a toda la población palestina.
En cuanto a la desposesión, documentar el robo de tierras y casas y el expolio de bienes culturales y materiales ha sido una tarea casi titánica, habida cuenta del denuedo de Israel en la destrucción de archivos y fuentes documentales palestinas. Durante la invasión israelí de Beirut de 1982, uno de los edificios que con más saña saqueó su Ejército, y luego bombardeó, fue el Centro de Investigaciones Palestinas, creado por el profesor estadounidense-palestino Fayez Sayigh con la finalidad de preservar el legado documental palestino. El memoricidio es un aspecto fundamental de la Nakba. El geógrafo palestino Salman Abu-Sitta ha consagrado décadas a la elaboración de su monumental Atlas de Palestina (1917-1966), recientemente publicado en español. 531 aldeas y pueblos fueron arrasados, hoy yacen bajo parques recreativos y kibutzs.
Pero la Nakba no son números. We are not numbers es un joven movimiento palestino de exhumación de las historias de vida para documentar la ocupación, el apartheid y la conculcación del derecho internacional en cada mujer y hombre palestinos. La Nakba es un espacio de trauma, desposesión y furia, en expresión del historiador palestino Nur Masalha. Es el lugar de la memoria común palestina, pasada, presente y hasta futura, y por ello Israel ha querido silenciarlo por todos los medios. Porque otro de los objetivos de Israel, terrorífico también en términos existenciales, es privar a los palestinos de esperanza y de argumentos.
Un Gobierno anterior de Netanyahu prohibió el término “Nakba” en los libros de texto escolares. Otro posterior, criminalizó su celebración: Nakba es una voz demasiado llena de resonancias, con demasiado significado. A los sionistas les exaspera que haya intelectuales judíos (Idith Zertal, Judith Butler, Yitzhak Laor, Lenni Brenner, Ilan Pappé, Shlomo Sand) que se atrevan a establecer comparaciones con la Shoah, el genocidio judío por los nazis. Pero las hay. Las hay en los orígenes de los hechos y en el desinterés interesado de la comunidad internacional, como también hay diferencias, sobre todo una: los palestinos han luchado durante décadas para que las aberraciones del pasado de otros no comporten su extinción como pueblo. Arafat devolvió el nombre de Palestina a la conciencia mundial, además de a su política. Veinte años después de su fallecimiento, en Europa se discute el reconocimiento del Estado de Palestina; sería un sarcasmo la duda, a la vista de los muertos que han quedado en el camino.
Desde hace siete meses la Nakba se retransmite en directo. Sin embargo, algo ha cambiado. Israel está perdiendo el relato. Ya no puede manejarlo con tanta facilidad como antes. Esto supone un giro posiblemente definitivo. Mientras que durante muchos años se ha escuchado el relato sionista, ahora se empieza a escuchar con fuerza el de la Nakba: Palestina existió, existe y existirá.
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