Palestina, la tierra de los “intelectuales de choque”
Activismo, reflexión y práctica revolucionaria: una estirpe de pensadores que pasan a la acción (incluso a las armas) busca romper el silencio que Israel impone a la voz palestina. Basil al Araj (1984-2017) encarnó como pocos esta figura combativa
La realidad desaforada que sufre Palestina ha acabado perfilando una nueva figura intelectual, que el novelista libanés Elias Khoury ha denominado el “nuevo fedayín”.
Este modelo de miliciano del siglo XXI busca recuperar la voz palestina en toda su amplitud, lo cual entraña no solo romper con el relato israelí y con el sistema patriarcal de la cultura y las sociedades árabes en general, sino reapropiarse de Palestina, incluso de la idea de resistencia. En una Palestina en la que el 65% de la población tiene menos de 30 años, las fórmulas de Oslo —con su fragmentación de la administración civil y militar del territorio— se identifican con el exterminio sistemático practicado por Israel. Romper el silencio que Israel impone a la voz palestina y enseñar de nuevo a los palestinos a hacerse con su destino: esos son los objetivos del nuevo fedayín.
Basil al Araj (1984-2017) encarna esta figura. Al Araj era un niño cuando en 1987 estalló la Primera Intifada; conoció la violencia de aquellos días en los alrededores de Belén, donde se hallaba su pueblo, y su juventud transcurrió bajo las nuevas condiciones de la ocupación resultante de los Acuerdos de Oslo. Murió el 5 de marzo de 2017, tiroteado en la casa en la que se hallaba, tras varias horas resistiéndose al asalto del Ejército israelí. La suya era una muerte previsible. Unos meses antes había estado preso en las cárceles de la Autoridad Nacional Palestina con otros cinco activistas, bajo acusación israelí de planear ataques armados. La presión popular y una huelga de hambre precipitaron la liberación del grupo.
Su “testamento de mártir”, un tipo de texto con una tradición propia en la lucha palestina, se hizo célebre. Escrito unas horas antes de su muerte, circuló en las cuentas sociales de los jóvenes palestinos antes de difundirse en la prensa independiente: “Qué difícil es escribir tus últimas palabras, un testamento. Hace años que reflexiono sobre las últimas palabras que escribieron los mártires. Siempre me ha desconcertado que fueran tan breves, de expresión tan veloz, tan concisas y tan ajenas a la elocuencia que no sacian nuestra sed de respuestas al porqué del martirio. Ahora soy yo el que camina hacia la muerte, satisfecho y convencido de que he encontrado las respuestas que buscaba. ¡Qué estúpido he sido! ¿Hay algo más elocuente y que diga más de un mártir que sus actos, los actos en sí?”.
Al Araj materializó como pocos una idea que ha sido la columna vertebral del quehacer del intelectual palestino: el vínculo indisoluble entre activismo político, práctica revolucionaria y reflexión intelectual. Farmacéutico de formación, recorrió Palestina para conocer de primera mano su diversidad humana y física y cartografiar la colonización. La originalidad de su activismo consistió en encabezar un proyecto colectivo de documentación en el marco de las teorías decoloniales que desde América Latina proponían romper con la epistemología eurocéntrica de los estudios poscoloniales. De la tarea de documentar y homenajear a las víctimas surgió una reflexión que situó la lucha armada contra la colonización de Palestina en el centro de la actividad y los debates de la Red de Movilización Popular Juvenil Palestina, que Al Araj y sus compañeros crearon.
A Basil al Araj se le conoce como el “intelectual de choque” o el “intelectual convulso”, un concepto singular que reemplaza al de “intelectual comprometido”, en parte desprestigiado por la dejación de la vieja guardia intelectual, en parte por los matices subyacentes al término compromiso, que en árabe son de obligación externa. Y por descontado, el intelectual convulso no casa con el intelectual orgánico gramsciano, inviable en las condiciones de la lucha palestina. La noción de intelectual convulso o de choque está en relación con un conocido relato de Ghassan Kanafani, uno de los mayores intelectuales palestinos, asesinado por el Mosad en 1973. El relato pertenece al libro Sobre hombres y fusiles, una colección sobre la lucha palestina desde los años treinta. Trata de un crío y comienza así: “Eran tiempos de guerra. ¿De guerra? No, en realidad eran tiempos convulsos, de continuo cuerpo a cuerpo con el enemigo […] En tiempos convulsos siempre se está en la mira de un fusil, en ese momento excepcional entre dos disparos”. Cuenta Kanafani que la guerra puede traer la paz, o una tregua, un respiro. Que en la guerra hay camaradas. Pero que los tiempos convulsos desconocen todo eso y convierten a un niño en un solitario buscador de sentido. Como Al Araj en su testamento. O como Hiba Abu Nada, muerta en un bombardeo en Gaza, en su novela El oxígeno no es para los muertos, que escenifica el sueño de una gran revolución árabe.
Decía el historiador israelí Shlomo Sand que en los años sesenta Israel temía más a los poetas que a los chahids. En general, la palabra chahid sirve para referirse a los jóvenes que participan en operaciones suicidas. Pero los palestinos la usan para designar a las víctimas de la violencia israelí. Hoy el chahid es más temible, no es un simple terrorista suicida: es, por una parte, mártir (en la muerte), pero también testigo (en la vida), conjugando los dos significados de este término árabe.
We Are Not Numbers [no somos números] es otro proyecto comunitario importante en el doble sentido de contar la historia al mundo y de romper con el anonimato, una segunda forma de silenciamiento. Desde su plataforma en internet “cuenta las historias de tantos palestinos como aparecen en las noticias, y defiende sus derechos humanos”. El objetivo último de sus iniciativas es reivindicar el derecho a la lucha contra la ocupación y el apartheid y dignificar a las víctimas y sus familias en un tiempo en que Israel ha reforzado la capacidad de represión del Estado y anulado en la práctica la posibilidad de esperar justicia por parte de los tribunales.
Porque 76 años de colonización y violencia sistemática han hecho mella en la condición individual de cada palestino. Y si bien la condición de colonizado en absoluto es personal, ya que es una condición colectiva y existencial, al asumirla, denunciarla y resignificarla demandando la solidaridad activa internacional, los palestinos avanzan en un sentido novedoso cuyo horizonte es una liberación individual conjunta.
No somos números es una exigencia integral de vida contra la cosificación del palestino, que le persigue hasta después de muerto. Contra los llamados cementerios y neveras de números, que retienen numerados, por toda identificación, los cadáveres de los presos. Contra las cifras a bulto de los asesinados, desaparecidos y heridos de Gaza. Los jóvenes palestinos dicen no a los números, exponen sus cuerpos diversos y reivindican una inteligencia compartida como fuerza motriz con la que decir basta, con la que levantarse y hacer política, que diría Angela Davis, o con la que participar de la humanidad indivisible, que diría Averroes.
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