‘Vidas perras’, un recorrido por las carreras musicales más desgraciadas e inverosímiles
El periodista Alfonso Cardenal reúne en su primer libro una veintena de relatos sobre artistas malogrados por el racismo, la homofobia o el machismo
No todos los artistas tienen entrada en Wikipedia ni legiones de swifties haciendo cola durante los días previos a sus conciertos. Algunas biografías musicales rezuman fracaso por culpa de las adicciones, el racismo, la homofobia, el machismo o. incluso, a cuenta de fenómenos paranormales o extraterrestres. Alguien tiene que contar esas historias, y el periodista Alfonso Cardenal (Madrid, 39 años) se ha propuesto esta misión con su primer libro, Vidas perras (Sílex Ediciones). Acostumbrado a escudriñar los secretos detrás del éxito de los grandes discos de la historia de la música en su programa Sofá sonoro —emitido en Cadena SER—, el autor rescata en esta ocasión 20 cuentos sobre artistas con vidas tan desgraciadas como interesantes y divertidas.
Sus protagonistas son currantes con la espalda destrozada que se flipaban sobre el escenario, ancianas que grabaron discos de blues mientras hacían ganchillo, vaqueros que fueron pioneros de la lucha LGTBI, mujeres maltratadas, mentirosos compulsivos o negros que reinaron en un mundo de blancos. La mayoría de ellos son afroamericanos, con algunas excepciones como el colombiano Magín Díaz o el nigeriano William Onyeabor.
Aunque Cardenal construye una oda a la belleza del perdedor en torno a sus historias, también hay espacio para celebrar la redención de los personajes cuya vida tuvo un inesperado final feliz. “Prescindí de historias demasiado tristes. Quería que el libro tuviera un tono simpático a pesar de las desgracias”, explica el autor. Es el caso de jubilados como el bluesman Leo Bud Welch, que tras una vida partiéndose el lomo como leñador, acabó sus días sobre el escenario y con dinero en sus bolsillos gracias a que un amigo lo grabó a traición y vendió su música en contra de su voluntad; o de Alberta Adams, que a los 90 años se lanzó a grabar un álbum junto a sus amigas de la residencia para cantar sobre sus achaques de espalda o de las visitas de sus nietas. Cada quien tiene su propio blues.
En sus páginas también destaca Pat Haggerty, autor clandestino del primer álbum de country de temática gay en un contexto tan conservador como el sur estadounidense de 1973. Su Lavender Country pasó sin pena ni gloria hasta que 42 años después fue convertido en objeto de culto por los nietos de quienes otrora censurarían al cantante por “maricón”, explica Cardenal. Tampoco faltan historias locas, como la de Jim Sullivan, del que se rumorea que fue abducido por un ovni tras desaparecer en el desierto poco después de grabar un disco sobre extraterrestres; o la de las hermanas Wiggin (The Shaggs), encerradas en su casa durante una década forzadas por su padre a aprender a tocar para cumplir con una profecía familiar. A regañadientes, grabaron el peor disco de la historia —según los melómanos—, a la postre convertido en mito gracias a que a Kurt Cobain le fascinaba por su esperpéntico sonido.
Las historias de estos personajes pudieran parecer imposibles de encontrar en la actualidad, pero Cardenal huye de romantizar el pasado. “Todo el mundo tiene su historia y cada día pasan miles de cosas interesantes, el tema está en que hoy no son visibles porque vendemos una imagen de éxito y perfección constante. Los perdedores cada vez encajan menos, y es una pena porque las historias de fracaso contienen lecciones importantes para la vida”. El autor sostiene que el algoritmo nos ha hecho “consumidores pasivos”, y pone en valor la importancia de ser curiosos y descubrir música “por uno mismo”.
Acostumbrado a rebuscar en los discos del siglo XX, Cardenal considera que el mundo actual reúne todos los ingredientes para que cualquier ciudadano corriente sea condenado a una vida perra. “No se me ocurre una peor época para ser joven. Siempre se ha creído que 50 años después se va a vivir mejor; pero nosotros ni siquiera sabemos si dentro de 50 años vamos a tener agua o si habrá una guerra mundial. Somos la primera generación que ve el futuro como algo peor”, afirma.
A Cardenal le conmueve especialmente el capítulo de Jackson C. Frank, cantautor de folk cuya vida quedó truncada a los 11 años, cuando sobrevivió al incendio escolar que mató a casi todos sus compañeros. Con 21, recibió una indemnización de 100.000 dólares y probó suerte, sin éxito, en la vibrante escena musical del Londres de los sesenta. Tras la muerte de uno de sus hijos, pasó el resto de su vida frecuentando centros psiquiátricos y tirado en las calles de Nueva York. Deprimido, con sobrepeso y ciego de un ojo por culpa del disparo fortuito de una escopeta de perdigones con la que estaban jugando unos niños, su vida no podía ser más perra, pero un fan apareció al rescate y le apoyó económicamente para que se subiera de nuevo al escenario. Tras su muerte a los 56, su música se reeditó y se convirtió en un artista de culto capaz de colar canciones como My Name is Carnival en películas como Joker.
En el camino opuesto, personajes como el productor afroamericano Tom Wilson no tuvieron una vida cruel, aunque su forma de pasar a la historia sí que lo fue. Tras graduarse cum laude en Economía en Harvard, ignoró todo tipo de opciones lucrativas y comenzó una carrera como el primer productor negro de Columbia Records. Su visión cambió el curso de la música popular al electrificar el sonido de un joven Bob Dylan, siendo el ideólogo detrás del sonido de Like a Rolling Stone. También fue clave en el éxito de Simon and Garfunkel, The Velvet Underground y Frank Zappa. Aunque era votante conservador y vivió de espaldas al movimiento por los derechos civiles encabezado por Martin Luther King, el color de su piel explica por qué pasó a la historia como un héroe anónimo y no como un productor legendario.
Artistas españoles
También hay artistas españoles que podrían haber formado parte de Vidas perras. El autor pone como ejemplos a Gatta Catana, que murió repentinamente a los 25 años cuando estaba a punto de grabar un disco que iba a poner “patas arriba” la música urbana; Supersubmarina, cuya carrera fue truncada en su mejor momento por un accidente de tráfico; o Miguel Bocamuerta, que debutó con un álbum póstumo tras suicidarse y dejó un legado con más preguntas que respuestas.
Documentarse sobre unos músicos cuya obra apenas trascendió y de los que no existe información en la red ha sido un reto, admite Cardenal. “Es un trabajo de años porque el único material que existe sobre ellos viene de periódicos locales. Algunos eran muy mentirosos y decían cosas diferentes en cada entrevista, así que hay un aura de misterio. El libro expone todo lo que sabe de ellos, pero no hay certezas de que todo lo que está escrito ahí sea totalmente real porque nadie sabe toda la verdad”.
Tras una hora charlando en los estudios donde graba su programa, el autor se despide matizando que gran parte del malestar social viene del exceso de toxicidad que abunda en internet. “No todo es tan malo como parece en redes. Estas historias demuestran que, al final, las cosas siempre acaban saliendo mejor de lo que uno espera”. Y en ese camino, el libro de Cardenal sirve para recordar que la música y el sentido del humor son dos grandes aliados a la hora de disfrutar de la vida, aunque a veces, sea perra.
Babelia
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