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Gata Catanna La cantante en una imagen realizada por su madre en febrero de 2016.

Vida y muerte de Gata Cattana, la rapera cuyo ejército sigue expandiendo su legado

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Vida y muerte de Gata Cattana, la rapera que sigue expandiendo su legado tras morir a los 25 años

Reconstruimos la historia de la cantante y poeta cordobesa que falleció con 25 años dejando una obra inspiradora enfocada al feminismo y a la justicia social. Un documental celebra su figura mientras sus seguidores no paran de aumentar

Carlos Marcos

Cuatro días antes de morir, Ana Isabel García Llorente (nombre real de Gata Cattana) entró en la farmacia de su pueblo, Adamuz (Córdoba). Iba de la mano de su madre. Se pesó en la báscula. “Ay, qué delgada estás, hija. Te voy a hacer ahora mismo un potaje de garbanzos”, le regañó con ese cariño protector que solo puede suministrar una madre. Ana había padecido recientemente un par de gastroenteritis y a consecuencia de ellas su cuerpo, ya por naturaleza sin un gramo de grasa y estilizado (medía 1,74), sufría la pérdida de algún kilo. Ella contestó, cómplice: “Que sí, mamá, te lo prometo: comeré más”. Era finales de febrero de 2017 y Ana había viajado desde su residencia de Madrid a Adamuz para presentar su primer libro de poemas, La escala de Mohs. Durante aquella visita, la rapera y poeta dijo a sus padres y hermano durante una conversación donde se entretejían varios temas y sin darle demasiada importancia: “Pues yo cuando me muera quiero donar mis órganos. Así puedo ayudar a otra persona. Sería una gran satisfacción”. Fue, sin ella pretenderlo, su última y generosa voluntad. El 2 de marzo de 2017 moría repentinamente con 25 años y comenzaría la leyenda de Gata Cattana, la rapera erudita, la poeta feminista, la politóloga luchadora contra las injusticias sociales, la cantante que llegaba a las emociones desde el rap. Su corajudo corazón sigue latiendo en el cuerpo de otra persona, y su ejército ampliándose y escribiendo en las tapias de los barrios grafitis con su filosofía: “No reconozco autoridad más allá de mi cuerpo”.

Adamuz es un municipio de unos 4.500 habitantes enclavado en las estribaciones de Sierra Morena. Vive fundamentalmente de los olivos (buen aceite) y de una emergente oferta de turismo rural. Le separan de Córdoba 30 minutos en coche. También es la localidad donde nació y vivió hasta los 18 años una chica de unos ojos enigmáticos que se ganaron el apodo de Gata. Allí, con la sabiduría del campo y con los libros como mejores amigos, esta muchacha inquieta forjó su carácter.

Nada más entrar en Adamuz reciben al visitante dos grandes murales sobre ladrillo, de unos 20 metros de largo por 10 de alto cada uno, dedicados a la rapera. Imágenes de ella y consignas extraídas de sus letras: “Solo me debo a mis quimeras”. Son las 13 horas de un miércoles de febrero y la zona respira tranquilidad. En uno de los dos parques infantiles que acotan los murales un abuelo juega con sus dos nietos. Dos señoras mayores atraviesan la plaza presidida por los grafitis de la rapera. “Sí, fue una chica del pueblo que se fue a Madrid y murió muy joven”, dicen sin pararse ante la pregunta del periodista sobre si conocen a Gata Cattana. Una joven, Isabel María, se acerca e interviene. “Mi hermano tuvo un grupo con ella antes de que se hiciera famosa. Ana era muy buena gente. Es un orgullo para el pueblo que naciera aquí. Aunque yo soy más de flamenco que de rap”, se ríe.

En la casa de la familia de Gata Cattana en Adamuz surge en cada rincón un recuerdo de la cantante. Una foto del día de la comunión, sus libros, dibujos hechos por fans, los dos premios de la música independiente MIN que ganó póstumamente… “Cuando te ocurre algo tan grave como lo que nos ha pasado tienes dos opciones: o te encierras en casa y te hundes, o tiras para adelante y desde el primer momento estás reivindicando su obra. Y mi madre, que es tan guerrera como mi hermana, ha optado por lo segundo y nos ha arrastrado a mi padre y a mí”. El que habla es Antonio, 27 años, único hermano de Gata Cattana; mientras, la madre, Ana (57 años), y el padre, Andrés (65), le miran y asienten sentados en el sofá central de su bonita casa, con un pequeño patio cordobés. Un brasero debajo de una mesa calienta el ambiente. Se consideran una familia de clase trabajadora: Ana es administrativa y Andrés, ya jubilado, trabajó muchos años en la empresa de mantenimiento que asistía al AVE. Antonio estudió Ingeniería Civil y estaba trabajando fuera de Córdoba pero, “desde que pasó eso” (evitarán durante la largo conversación utilizar la palabra muerte o sus derivados), ha vuelto a su casa, para estar con sus padres y apoyar. “Pasábamos mucho tiempo aquí los cuatro y era una sensación tremenda de calma y tranquilidad: en el sofá, sin hacer nada, con la tele puesta y conversando de cualquier cosa… Ella siempre estaba leyendo o escribiendo”.

La familia de Ana Isabel García Llorente (Gata Cattana) frente a un mural de su hija en Adamuz, Córdoba, el 8 de febrero. De izquierda a derecha: Andrés (el padre), Antonio (el hermano) y Ana (la madre).
La familia de Ana Isabel García Llorente (Gata Cattana) frente a un mural de su hija en Adamuz, Córdoba, el 8 de febrero. De izquierda a derecha: Andrés (el padre), Antonio (el hermano) y Ana (la madre). PACO PUENTES

Ana interviene para detallar el carácter de su hija: “Era un torbellino, una niña súper curiosa. Todo lo quería aprender. No le bastaba cualquier respuesta: tenías que darle un argumento convincente”. Cuando tenía ocho años, la chica se hartó de recibir por Reyes, y por tercer año consecutivo, una Barbie y le soltó a la madre: “Mamá, deja de regalarme muñecas. No me interesan”. Quería lápices, cuadernos para pintarrajear, lecturas que le avivaran la imaginación. Ana recuerda que la primera vez que cantó su hija en público tendría unos 10 años y eligió No dudaría, de Antonio Flores. “Les apunté a los dos hermanos a la escuela musical del pueblo. Y yo, para no aburrirme, también me inscribí y aprendí a tocar el clarinete. El día que cantó No dudaría ya se veía que tenía algo”, explica.

Siendo una adolescente comenzó a actuar en las fiestas del pueblo mostrando una buena voz aflamencada. En casa, leía tanto la serie de aventuras Los cinco como a Nietzsche, Simone de Beauvoir, o El árbol de la ciencia, de Pío Baroja. En Eterna, documental sobre su figura que se estrena el 2 de marzo (dirigido por Juanma Sayalonga y David Sainz), cuenta una de sus profesoras: “Era una niña adelantada a su tiempo. Hablaba con 15 años de violencia de género cuando ninguna otra lo hacía”. Escuchaba la amplia colección de discos de su padre: Triana, Pink Floyd, Aretha Franklin… Con la adolescencia afiló sus gustos: Extremoduro, Ska-P, Mägo de Oz y una recopilación de hip hop español que le impactó mucho y donde se incluía a Violadores del Verso, La Excepción o Nach. También formó parte de una banda, Aquí Pongo La Era, de corte flamenco pop, aunque en alguna pieza ya rapeaba. El disco de este grupo con amigos del pueblo, Vive el momento, contiene las primeras grabaciones de Gata Cattana.

Mural feminista en Ciudad Lineal (Madrid) en marzo de 2021, que partidos de derecha quisieron borrar. De izquierda a derecha: Liudmila Pavlichenko, Kanno Sugako, Gata Cattana, Frida Kahlo y Nina Simone.
Mural feminista en Ciudad Lineal (Madrid) en marzo de 2021, que partidos de derecha quisieron borrar. De izquierda a derecha: Liudmila Pavlichenko, Kanno Sugako, Gata Cattana, Frida Kahlo y Nina Simone. Alvaro Garcia

Con 18 años se marchó a estudiar Ciencias Políticas a Granada. Allí desarrolló su conciencia social y entró en contacto con los ambientes hiphoperos. Y conoció a Carlos Esteso (Madrid, 36 años), el que sería su DJ desde entonces. “Era especial porque en el mundo del rap en esa época, 2010, había pocas chicas y los chicos tenían ese discurso tan trillado de egotrip. Ella trataba temas feministas, sociales, políticos, filosóficos”, apunta el DJ. Esteso y Cattana ya no se separarían: él proponiendo las músicas y ella las letras. Sayalonga, uno de los directores de Eterna, también coincidió con ella en Granada: “Me hablaba de cosas que yo no entendía. De historia política, de comercio internacional… Era una rapera atípica, única, una persona culta que le gustaba estar encerrada en su mundo, pero también tenía su vida social”. Cattana comenzó a publicar sus primeras canciones y a presentarlas en conciertos. Su puesta en escena era una declaración de intenciones: no necesitaba adornar con aspavientos sus canciones como se suele hacer en el género. “No era panfletaria. Escribía con sutileza y elegancia. Era una gran comunicadora”, apunta Sayalonga. Y su imagen resultaba chocante: sin tatuajes, se presentaba a veces con coletas y unas gafas de estudiante; parecía que llegaba al escenario directamente de la biblioteca. “Su mensaje atrapaba a la gente: insistía en que el individuo estuviese despierto, que pensase por él mismo; hablaba con respeto y tolerancia a quien se lo merece. Y ha abierto puertas a mucha gente. Y que haya sido una mujer lo hace más importante”, apunta David Sainz, codirector de Eterna.

Trabajaba con materiales potentes y sobre un discurso reflexivo y erudito. Citaba en sus textos a mujeres pensadoras del socialismo y el feminismo como Rosa Luxemburgo, Clara Campoamor o Silvia Federici. Nombraba a Sócrates, Cicerón, Prometeo, Ícaro, Sísifo, Eurícide… Mitos y filosofías clásicas para explicar la actualidad. También al Quijote, a Neruda, a Pío Baroja, a Celaya… Cuando procedía, no renunciaba a ponerse cañera. Un rap culturalista, protesta, lleno de referencias, hermoso y rabioso, una obra que asume el destartalado mundo heredado con una intención de arreglarlo. ¿Cómo? Tratando de llegar a la gente joven y burlando al sistema con la erudición. “Desde que Prometeo les mostró el truco del fuego, sometieron nuestro ego desde Atenas a Estambul. / Tú y cuántos como tú contra estas dos titánides. / Corre ve y dile a aquel que no vamos a ser tan dóciles”, canta en su himno feminista Lisístrata. Susana Pinilla Alba (29 años, Córdoba) es seguramente la persona que más ha estudiado la obra de Gata Cattana. Actualmente, está realizando un doctorado versado en rap feminista. Además, imparte seminarios sobre la obra de la rapera cordobesa en la Universidad de Wuppertal, en Alemania, donde vive. “Gata Cattana hacía rap social, un rap que está con la gente, con los oprimidos, y puesto que no hay individuo más subalterno que la mujer, es un rap que pone a las mujeres en el centro, canta desde ellas y para ellas”, apunta Pinilla. Y añade: “Situaría su obra en la herencia de una tradición autóctona expoliada, la de los intelectuales exiliados o asesinados por el franquismo, de las feministas que luchan contra la dominación masculina tanto del conservadurismo como del progresismo neoliberal de los nuevos partidos. De su obra surge un fuerte compromiso antifascista, republicano y por la justicia social”.

Imágenes recopiladas por la familia de tatuajes en honor a la artista
Imágenes recopiladas por la familia de tatuajes en honor a la artista

En 2012, con 21 años, Gata Cattana se trasladó a Madrid con una beca Séneca por conseguir dos matrículas de honor en primero de Ciencias Políticas en Granada. Paralelamente, potencia su faceta musical. Vivió en un piso compartido en Aluche y luego en Campamento, barrios obreros de la capital. Mientras, seguía componiendo y actuando junto a Carlos Esteso. Editó canciones que hoy son himnos para sus seguidores: La prueba, Antígona, Al norte, Los siete contra Tebas, Tributo, Lisístrata… Realizaron unos 25 conciertos, algunos de ellos en casas okupas. “Otras veces nos pagaban con cervezas o tenía peleas con el de la sala porque no quería pagarnos”, apunta Esteso. Su faceta poética la desarrollaba en las slam poetrys, unas competiciones al estilo de las batallas de gallos en el rap. En uno de estos certámenes presentó Con las manos, la poesía preferida de su madre. Empieza así: “No aman de igual forma los ricos y los pobres. / Los pobres aman con las manos. / Los pobres aman en la carne y con gula, en las peores estampas, en condiciones famélicas y con todo en su contra”.

Aquel concierto de El Sol

Durante su estancia en Madrid aprovechó para estudiar un Máster en Política Internacional que completó su título de Ciencias Políticas, y trabajó algunos meses de teleoperadora. Pero su compromiso era la música. Una oficina de representación la ficha y comienzan los conciertos profesionales: Santiago, Bilbao, Barcelona, Jaén… En verano de 2016 sufrió una potente gastroenteritis y llamó a su madre para que se trasladara de Adamuz a Madrid para cuidarla. En diciembre de ese mismo año viajó a México con su novio, profesional del mundo audiovisual. Allí padeció otra indigestión intestinal. En enero de 2017 actuó en la madrileña sala El Sol. Se agotaron las localidades (unas 400 personas) y se quedó mucha gente fuera, frustrada, sin entrada. “Ahí tuve la sensación de estar en el comienzo de algo grande. La entrega de la gente fue muy apasionada y ella estuvo con muchas tablas”, apunta Sayalonga, presente en aquel concierto. La sensación era que se encontraba a punto de explotar. “Nosotros ya sabíamos que lo habíamos hecho. Lo sabíamos. No paraban de llegar ofertas de publicidad: Reebook, Lacoste…”, apunta Esteso. Aunque interpretaba básicamente rap con un marcado acento andaluz, su paleta musical era amplia: en casa escuchaba a Remedios Amaya, Estrella Morente, Niño de Elche, Amy Winehouse, Nina Simone, la más moderna Princess Nokia…

El 24 de febrero de 2017 viajó a Adamuz, su pueblo, para presentar su libro de poemas. El 25, sábado, se celebraba allí el Carnaval. “Se lo pasó genial: estuvo cantando flamenco con las comparsas”, señala su hermano. Ese mismo día, además de su comentario sobre la donación de órganos, le dijo a su madre: “A mí no me importaría morirme joven; así la gente luego recuerda lo que has hecho”. La madre se soliviantó y respondió: “Tú tienes que pedirle a Dios vivir hasta los 100 años con un cuerpo decrépito de haberlo usado y haberlo disfrutado”. El lunes 27 regresó a Madrid. El 28 sería su último día. Era el Día de Andalucía y llamó a su madre para decirle que estaba escuchando la interpretación del himno andaluz por parte de Rocío Jurado. Carlos Esteso la vio esa mañana: “Estuvimos haciendo música el día anterior y le comenté que la invitaba a comer. Pero dijo que había quedado con alguien y luego se iba al gimnasio”. Dentro de su objetivo para ganar peso estaba realizando una dieta proteica y se había apuntado a un gimnasio para fortalecer los músculos. Antes de empezar la sesión en el gimnasio se empezó a sentir mal. Le faltaba la respiración, se ahogaba. Alguien llamó a los servicios sanitarios. UVI móvil, luces parpadeantes, sonido de ambulancias…

La trasladaron al hospital Gregorio Marañón de la capital. Los padres salieron de Adamuz rumbo a Madrid. Antonio, el hermano, escribió un mensaje a su hermana: “Hermanita, ponte bien, por favor”. Ella nunca lo leyó. Por el hospital pasaron amigos y músicos, entre ellos Rosalía y C. Tangana, en aquel momento pareja. La noticia del fallecimiento se demoró por las gestiones de la donación. Los padres querían que se cumpliese aquel deseo de su hija. La familia difundió el 2 de marzo la muerte y la causa: un shock anafiláctico, una alergia grave que produce un fallo en órganos vitales. “Ana y su hermano Antonio han sido asmáticos toda la vida. Ella empezó cuando tenía un año y medio. Ya de mayor siempre llevaba el Ventolín. También tenía alergias alimentarias, unas alergias que iban y venían. Comía tomate y le salían ronchas, y otro día lo tomaba y no pasaba nada. El pescado, lo mismo. Las croquetas de merluza le encantaban, las del bar Chaparro, del pueblo. Las comía sin problema, pero un día se puso mala”, explica la madre. La familia cree que el shock anafiláctico lo provocó algún tipo de pescado. Como se encontraba tan destemplada con el estómago, la cantante se había hecho unas pruebas días antes que debía recoger el 10 de marzo, una semana después de morir. La familia no quiso conocer los resultados. “Ya daba lo mismo”, dicen. La artista tiene una lápida en el cementerio de Adamuz, donde los visitantes depositan cartas, flores, tributos…

Descabelladas teorías sobre su muerte

El padre de la cantante, Andrés (con los mismos ojos de su hija), está convencido de que si no hubiese “pasado lo que pasó”, el futuro de su hija iba más allá de la música: Ella lo asumía. Decía: ‘Me dedico a la música hasta los 35 años y luego me concentro en escribir”. Hoy tendría 31 años. Desde aquel 2 de marzo de 2017, su legado se difunde por un numeroso ejército de seguidores (en la canción Desértico ya apelaba al apoyo grupal: “10.000 oyentes bien usados son un ejército, son un ejército”), que ve en ella una inspiración. Siete meses después de su desaparición se publicó lo que es su primer disco largo, Banzai, con 13 temas. También se difundieron descabelladas teorías sobre la causa de su muerte. La madre apunta una: “Se dijo hasta que habían conspirado contra ella y que la habían envenenado…”. En el documental, Mala Rodríguez apunta: “Ella ha dejado una semilla y quién sabe todo lo que va a dar de sí”. Además de la familia, uno de los damnificados es su DJ, Carlos Esteso: “Caí en una depresión que todavía la arrastro. Ahora estoy en la mierda: Gata Cattana está muerta, pero vive; y yo estoy vivo, pero muerto. Mi vida era preciosa y ahora es una mierda. Como cuando te despiertas de un buen sueño”.

Esa semilla de la que habla Mala Rodríguez se expande cada 8 de marzo, con pancartas donde se recogen sus frases feministas; o en las tapias de los barrios; o en el documental Eterna; o en tuits de políticos como Íñigo Errejón; o con jornadas de poesía y música con su nombre en diferentes ciudades; o en espacios políticos como la Asamblea de Madrid, donde Isa Serra rebatió a Díaz Ayuso con citas de la cantante (“queremos café para todos y todas, que ya van muchos siglos fregando tazas”); o en homenajes en las cuentas de las redes sociales de sus seguidores. Siempre con frases de ella, tajantes: “Yo os invoco hijas de Eva buscando una luz”.

Gata Cattana solía telefonear todos los días a su madre a eso de las siete de la tarde. Para charlar sobre cómo había marchado el día. Todavía hoy, que han pasado seis años de la muerte, cuando suena el teléfono sobre esa hora, a la madre le da un vuelco el corazón.

Créditos

Diseño: Ruth Benito
Dirección de arte: Fernando Hernández
Desarrollo: Carlos Muñoz

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Sobre la firma

Carlos Marcos
Redactor de Cultura especializado en música. Empezó trabajando en Guía del Ocio de Madrid y El País de las Tentaciones. Redactor jefe de Rolling Stone y Revista 40, coordinó cinco años la web de la revista ICON. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de EL PAÍS. Vive en Madrid.

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