El esqueleto de ‘Ardi’ y los hombres rudos que pusieron patas arriba la evolución humana
Los huesos del ‘Ardipithecus ramidus’ cuestionan algunas certezas de la paleoantropología. El libro ‘Hombres fósiles’ recrea la fascinante peripecia del polémico equipo que los descubrió
Ardi significa suelo en lengua afar, que se habla en el centro y norte de Etiopía. Pithékos significa simio en griego, pero también embaucador, acepción que le cabe bien a esta historia. Mezclando afar y griego, Ardipithecus significa simio de suelo, o que vive en el suelo y no en los árboles. Su nombre apareció impreso por primera vez en un anuncio de la sección de fe de errores de la revista Nature en mayo de 1995. Muy pocos fueron los que supieron leer entre líneas y entender que aquella nota mínima firmada por Tim White y otros no solo era la noticia más importante de la paleoantropología mundial, sino una caja de Pandora que iba a poner del revés todo el conocimiento sobre la evolución humana y comenzar una gresca y un galimatías del que la ciencia aún no ha salido. De ahí lo pertinente de pithékos como embaucador, que es el adjetivo que para muchos de sus colegas merece Tim White. Otros prefieren llamarle genio y revolucionario.
El Ardipithecus ramidus vivió hace 4,5 millones de años en lo que hoy es Etiopía y se considera el antepasado homínido más antiguo, pero su descubrimiento, la reconstrucción de su esqueleto —conocido cariñosamente como Ardi— y las teorías que ha suscitado su estudio (así como el secretismo del equipo descubridor, que mantuvo los huesos escondidos 14 años, sin permitir que otros los estudiasen y sin filtrar ningún dato) han llevado a una confusión enorme en el campo de la evolución humana, cuestionando algunas certezas fundamentales, como que la bipedestación se produjo en la sabana por la presión de los depredadores.
Hasta los estudios de White, era una creencia común que los humanos se separaron de los chimpancés cuando aquellos bajaron de los árboles y caminaron erguidos. La conquista del suelo permitió el desarrollo del cerebro y liberar las manos para construir herramientas. Al perder la capacidad de trepar, los pies humanos se volvieron más rígidos, para facilitar la locomoción. Pero los pies de Ardi son una mezcla entre un pie humano y de chimpancé: tienen un pulgar oponible, como los de las manos, por lo que Ardi podía caminar y trepar indistintamente. ¿Por qué decidieron caminar y renunciar a trepar? Los chimpancés no están menos evolucionados que los humanos en ese aspecto: caminar y trepar como un cuadrúpedo ofrece muchas más ventajas que solo caminar. No tiene sentido perder el pulgar oponible para tener un pie mucho más sencillo y menos versátil. La hipótesis de White que disgusta a muchos y apasiona a otros es que perdimos la habilidad de trepar para aparearnos mejor y crear vínculos amorosos y duraderos.
Esta es la parte científica del debate, que en estos momentos sigue planteando batallas y dejando víctimas y damnificados en las universidades de todo el mundo, pero la peripecia humana y aventurera de este lío se entiende mejor en un libro apasionante, divertido y poderoso titulado Hombres fósiles, del periodista norteamericano Kermit Pattison, editado este año en castellano por Capitán Swing. A primera vista, un ensayo subtitulado La búsqueda del esqueleto más antiguo y los orígenes de la humanidad no parece una lectura de piscina, pero van a encontrar pocos títulos tan fascinantes y con los que vayan a aprender tantísimo mientras disfrutan como en una de Indiana Jones.
Pattison se empotró ocho años en el equipo de Tim White y cuenta su historia desde la década de 1970 hasta el embrollo actual. El título, Hombres fósiles, alude tanto a Ardi y los descubrimientos en Etiopía como a White y sus compañeros, tipos de otro tiempo y de otra pasta que violentan los códigos más elementales del mundo civilizado. Cuando se conocieron en su despacho de Berkeley (hoy White vive en Burgos, trabajando con el equipo de Atapuerca), Pattison le tendió la mano y el hombre fósil la chocó con el puño: “Saludo etíope”, le dijo. “Te aseguro que no quieres pillar lo que tengo”.
Blasfemo, tiquismiquis, tremendamente irreverente
“Es probable que White haya acabado siendo el personaje más intenso con el que he tenido el placer de cruzarme”, escribe Pattison. “Es blasfemo, tiquismiquis, crítico, tremendamente irreverente, divertidísimo y un tipo de campo con modales rudos que hace que algunos de sus célebres adversarios parezcan figuras de cartón”. Desde las primeras páginas se percibe un enamoramiento del cronista por su personaje, una disposición que juega a favor de la narración y que se contagia al lector, crecientemente fascinado por esa tribu de brutos, suicidas y románticos, capaces de adentrarse en el interior de una Etiopía en guerra civil y de ignorar los combates tribales que se desatan en las zonas de excavaciones. Porque no es solo White (que lleva un sombrero con una piel de serpiente cuya carne se comió), sino Berhane Asfaw, pionero de la paleoantropología etíope; el experto en pies Owen Lovejoy, o el experto en dientes Bruce Latimer. Todos son dignos secundarios de un wéstern de Ford: un catálogo de machotes en berrea, sabios y primitivos a la vez, tan pícaros como moralistas. La escritura de Pattison los perfila con maestría.
Más allá de los paleoantropólogos, en el dramatis personae brillan figuras como la de Gadi, un guerrero afar que encontraron en medio del desierto con un montón de cremalleras colgadas de las ropas. Al parecer, la costumbre ancestral era que los miembros de su tribu llevasen los escrotos de los enemigos derrotados como trofeo. Más civilizado, Gadi se conformaba con las braguetas. White y sus socios lo llamaron Zipperman (hombre cremallera), y le contrataron como agente de seguridad e intérprete. Su amistad con Tim White es uno de los episodios más conmovedores del libro.
Hombres fósiles es también la crónica de la descolonización de la paleontrapología y el destronamiento de los Leakey, el clan fundador del gremio. Las campañas de excavación de White permitieron formar a científicos etíopes en universidades etíopes, creando una escuela y una estructura que permitía gestionar la búsqueda de fósiles e impedir que señoritos blancos con salacot se llevasen los tesoros nacionales a museos del extranjero. Gracias a maestros como Berhane Asfaw, se acabaron el expolio y el paternalismo.
Pattison no sacrifica el rigor por la tensión narrativa. Escrito con pulso magnífico, ofrece al gran público las líneas maestras de una controversia científica complejísima sin escatimar datos o simplificar los argumentos, pero a la vez ofrece una novela de aventuras africanas de las que ya no se escriben.
Babelia
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