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Julia Uceda, la poeta del silencio y la discreción

Fallecida este domingo a los 98 años, esta poeta sevillana fue la primera mujer en recibir en democracia el Premio Nacional de Poesía

Amalia Bulnes
Julia Uceda, retratada en 2007.
Julia Uceda, retratada en 2007.Alejandro Ruesga

Julia Uceda regresó a Sevilla tras un larguísimo exilio en los primeros años del siglo XXI para convertirse en la primera mujer que recibía en democracia el Premio Nacional de Poesía. Fue en 2003, un año después de la publicación de la antología de bellísimo título En el viento, hacia el mar (Fundación José Manuel Lara, 2002), por la que recibió el galardón y que su antiguo alumno, el también poeta sevillano Jacobo Cortines, había elegido como uno de los poemarios fundacionales de la colección Vandalia de poesía que dirige con tanto mimo y excelencia desde la capital andaluza. Supimos entonces en Sevilla de esta poeta libre y arrebatadoramente singular, extrañamente apartada de la nómina oficial de grandes poetas locales y nacionales. Una autora adscrita por generación a la poesía social de los 50, pero a la que miró con distancia, desde la ribera por las que fluyen la corriente “y las modas”, como ella misma reconocía.

Habían tenido que pasar décadas en las que Julia Uceda había sido una poeta tan interesante como ignorada en España y absolutamente desconocida en su ciudad natal. Sin embargo, tras la concesión del Premio Nacional, ha podido recibir en sus últimos 20 años de vida el reconocimiento unánime a su trabajo, plasmado en los galardones que le han ido sucediendo en cascada tras el impacto de En el viento, hacia el mar: Premio de la Crítica en 2007, Medalla de Oro a las Bellas Artes y el Premio Internacional Federico García Lorca en 2019, entre los más destacados. Además, ha sido Hija Predilecta de Andalucía y Académica de Honor de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. También se han ido sucediendo en estas dos décadas los títulos publicados (Zona desconocida, Hablando con un haya…), las entrevistas en los medios y el respaldo de la crítica, el contacto con los lectores… Fallece, pues, Julia Uceda a los 98 años con la justicia poética saldada en vida, pero atravesada por su inherente silencio y discreción: una poeta sevillana tan atípica —y tan sevillana, por tanto— como Luis Cernuda, del que tanto se preocupó por estudiar, de insobornable independencia y alejada de los cenáculos literarios, pero apreciada y visibilizada como una voz insustituible de la poesía contemporánea española.

Así la describía este domingo su editor en la Fundación José Manuel Lara, Ignacio F. Garmendia, al conocer su fallecimiento: “Aunque surgida del fecundo humus de la generación del medio siglo, y ligada en sus inicios a los tonos existenciales de esos años, su poesía más característica fue, por otro lado y no se parece, a mi juicio, ni a la de sus coetáneos andaluces ni a la del resto de los españoles de los grupos del cincuenta. Su singularidad es absoluta y venía en parte de su familiaridad con otras culturas y tradiciones, sumada a una mirada personalísima que no se alimentaba solo de poesía”.

Se refiere Garmendia al intenso periplo vital de Julia Uceda, casada sin hijos con el psiquiatra andaluz Rafael Gómez Palacios, con el que emprendió un camino hacia la libertad tras su decisión de dejar Sevilla a mediados de la década de los 60 e instalarse, primero, en Estados Unidos, donde ejerció la docencia en la Michigan State University (entre 1965 y 1973), e Irlanda a partir de 1974, como profesora en el Dublín College. No se habla de Julia Uceda como una exiliada del franquismo; pero lo cierto es que la autora de Poemas de Cherry Lane (que escribió durante sus años en Michigan) no regresó a España hasta la muerte del dictador, en 1976, para instalarse en El Ferrol, una tierra más parecida a la Irlanda que acababa de dejar atrás que a la Sevilla que la asfixió en sus años juveniles.

“Un día compré Por quién doblan las campanas [la célebre novela de Ernest Hemingway] en una trastienda de Sevilla como si fuera droga. Esto no se podía aguantar”, reconocía en una entrevista concedida a EL PAÍS en 2004 esta intelectual que se fue de España voluntariamente, pero empujada por una atmósfera apolillada que le hacía disentir de todo y de todos.

Atrás quedarían los días azules de Sevilla en los que Uceda decidió emprender su camino propio en la poesía. Fue en la capital andaluza donde se licencia en Filosofía y Letras, donde más tarde imparte clases y donde escribe su primer libro, Mariposa de cenizas (1959), que se publicaría en la revista Alcaraván. También en aquella Sevilla recibe la noticia del Accesit del Premio Adonais en 1961 por Extraña juventud. Son tiempos poéticos de ética y estética social cercanos a las corrientes imperantes, de las que después se alejaría.

“Julia fue de siempre una autora muy sensible ante las injusticias y escribió excelentes poemas civiles, donde denunció algunos de los horrores de nuestro tiempo, pero en mi opinión la parte más original y perdurable de su poesía se encuentra en sus aproximaciones al pasado remoto, en busca de las voces primigenias y de la humanidad anterior a la historia, que podemos rastrear en toda una serie de poemas que abordan el modo de comunicar lo que no puede decirse”, razona Garmendia.

Desde la concesión del Premio Nacional, Sevilla ha sido siempre el lugar al que volver, aunque ya nunca abandonaría su hogar en El Ferrol. Conservaba de su ciudad un acento irremediablemente andaluz instalado en el habla a pesar de los años fuera, amistades como la de la actriz María Galiana y lealtades como la de Jacobo Cortines, a quien le debemos su descubrimiento para el pequeño gran público lector de poesía y las delicadísimas ediciones de su obra. La última, la reunión de su Poesía completa, de nuevo bajo el sello de la Fundación Lara, que premonitoriamente salió a la luz hace un año como gran legado poético que nos deja de esta mujer de incansable conciencia literaria.

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