"Tal y como está el mundo, la poesía es una actitud ética"
Algunos la llaman poeta lateral, poeta rara. Habladurías. Julia Uceda (Sevilla, 1925) no admite etiquetas: atenta a su tiempo, crítica con la opresión y la brutalidad, escribe contra todo eso cuando se lo pide el cuerpo, sin preocuparse por publicar. Aunque una cosa es verdad: Uceda mira siempre desde la periferia, va por libre y odia la tibieza y la manada: "Soy un garbanzo negro, en el buen sentido de la palabra negro". Lo demostró en los años cincuenta, al doctorarse en Filosofía y Letras sin hacer caso a su familia de militares ("el único civil era mi padre, médico"). Y en 1965, cuando huyó a Estados Unidos e Irlanda para respirar un exilio feliz de 15 años que todavía añora: "Echo de menos la nieve de Michigan". Y lo volvió a demostrar ayer, cuando leyó con su acento sevillano que parece caribeño sus poemas metafísicos y comprometidos en la Residencia de Estudiantes. Así concluye la mágica reaparición de la flamante Premio Nacional de Poesía 2003, cuya profundidad ha sido comparada por Noël Valis con la de la prosista brasileña Clarice Lispector.
"¿Se puede callar en este tiempo? ¿Apuramos el whisky mientras vemos a niños destripados?"
"He sido el garbanzo negro, en el buen sentido de la palabra negro"
Pregunta. Es la única mujer premiada en 25 años. ¿Es machista también la poesía?
Respuesta. ¡También! Yo lo he sentido durante mucho tiempo, aunque casi inadvertido. Ahora sólo espero no ser la primera y la única que gane el Premio Nacional. Hay poetas muy buenas.
P. Y menos escondidas que usted.
R. Viví mucho tiempo fuera de España, llevo 30 años en el campo en Galicia, y siempre he estado fuera de grupos y centros. Por otra parte, soy una persona muy independiente, y he escrito siempre como me parecía.
P. ¿Cómo y por qué se fue?
R. Después de hacer la tesis sobre el poeta José Luis Hidalgo, hice las oposiciones a catedrática de instituto y me marché. Muchos han utilizado la palabra exilio, pero quiero aclarar una cosa: durante el franquismo, la salida de profesionales de cualquier nivel fue continua. Los primeros porque les iba la vida en ello; otros muchos eran depurados a los que les hicieron la vida imposible, yo me fui simplemente porque disentía. Como mujer y como (perdone que me ponga pedante) intelectual. A mí me parecía que entonces todos eran franquistas, aunque luego resultó que no, y me fui a la Michigan State University a dar clases de literatura.
P. Otro mundo, supongo.
R. Completamente distinto. Esto no se podía aguantar. Un día compré Por quién doblan las campanas en una trastienda de Sevilla como si fuera droga.
Una vez hicimos un homenaje a Cernuda y se matricularon varios policías... Allí leí lo que quise, compré tantos libros que todavía tengo alguno sin leer. Y fue una época estupenda, increíble.
P. Aunque Michigan no era California.
R. No, pero se vivió de cerca la rebelión contra la guerra de Vietnam, los asesinatos de Martin Luther King y Bob Kennedy, la negativa de Angela Davis a pagar impuestos, las protestas por los asesinatos indiscriminados de los soldados americanos...
P. ¿Fue usted activista?
R. No tanto, pero sí estaba muy compenetrada, tenía amigos blancos y negros...
P. Era usted muy valiente.
R. Es que Valiente es mi segundo apellido, pero ahora si lo pienso me da miedo.
P. ¿Y cómo empezó a escribir poesía?
R. Empecé muy pequeña y ya nunca lo dejé. Según me parece, no tengo prisa. La poesía no es una profesión, sino una necesidad de expresión, así que no me planteo eso de sacar un libro cada dos años porque si no me olvidan. A mí no me importa que me olviden. Lo que no me gusta es que el poeta mire hacia otro lado. No se trata de hacer poesía social al modo de los años cincuenta o sesenta, porque ahora el mundo entero lo tenemos en la sala de casa, en la televisión. ¡Pero todo lo que pasa en el mundo nos importa! ¿O es que los poetas no somos parte del mundo?
P. Sí, pero ya casi no hay poetas en combate. Y en EE UU parece no haber ni oposición.
R. La hay pero está aplastada. Actores, escritores, todo el mundo que tiene la cabeza en su sitio se da cuenta de las mentiras de esta guerra. Los muertos no se ven, los mutilados tampoco, pero... ¡Parezco una política en vez de una poeta! Pero, como decían Sebald o Klemperer, ¿te puedes callar en este tiempo? ¿Qué hacemos? ¿Pensar en la estética de la estilística? Con la que está cayendo, la poesía sólo puede ser una actitud ética, no estética.
P. ¿Más poesía social?
R. La poesía social va cómoda, pero una cosa era el que lo vivía, como Hierro, y otra los rebeldes permitidos internacionales. ¡Ya estoy insultando otra vez! ¡Pero es que algunos se daban de tortas por estar en la antología del bueno de Leopoldo de Luis! Igual que había que pasar por Velintonia había que pasar por la estrecha etiqueta de la poesía social. Tan estrecha que, de repente, se acabó. ¿Y eso? ¿Ya no hay problemas en el mundo? ¿Seguimos tomándonos el whisky hasta el final mientras vemos en la tele a los niños destripados?
Babelia
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