A favor de las poetisas
Elijo el término femenino por haber sido construido de forma democrática por los hablantes y no nacido de la ocurrencia personal o de la imposición dogmática que se difunde mediáticamente
“¿Qué frío establecía la distancia entre palabra y corazón?”. Como un rayo, este verso sonó en el final del boletín radiofónico matinal del lunes, en la sección de Cultura. La frase podría ser objeto de estudio en una lección universitaria sobre semántica: la frialdad de lo que se denota, el corazón de lo que se connota. Las palabras denotan un significado objetivo pero, liberadas, mudadas por el corazón de los hablantes, también connotan según el cambiante gusto de la comunidad que las emplea.
Es un verso de Julia Uceda: autora sevillana, 97 años cumplidos en este mes de octubre. La radio pregonaba su recién logrado Premio de las Letras Andaluzas Elio Antonio de Nebrija. El rayo de su verso cayó sobre el informativo que, sin pretenderlo, enseñaba a los oyentes sobre connotación y denotación también a través de otras noticias: se analizaba la difícil gestión de los llamados “puntos limpios”, palabras asépticas para denotar a los vertederos de residuos, y se hablaba de la amenaza de que en la guerra ucrania se lance una llamada “bomba sucia”, con la carga connotativa que este adjetivo añade al artefacto radiactivo.
La radio la nombra. Se informa sobre el justo reconocimiento que se le acaba de otorgar. Pero en cada uno de los premios que ha recibido Julia Uceda (medalla de oro al Mérito en las Bellas Artes, Premio de la Crítica, Premio Nacional de Poesía…), a ella, como a otras escritoras, hemos dudado en calificarlas de poetas o de poetisas. En el año de la conmemoración del quinto centenario del fallecimiento del primer gran humanista del castellano, en el año en que se vocea con toda justicia que Nebrija escribió la primera gramática completa de este idioma, escuchar una noticia sobre una mujer que escribe poesía levanta una pregunta de gramática: ¿es Julia Uceda poeta o poetisa? Nebrija incluye en su Vocabulario de 1495 poeta varón y poeta mujer, pero el femenino poetisa, legítimamente formado, aparece ya desde el siglo XVI en nuestra lengua, asociado entonces sobre todo a Safo. En el siglo XIX, los gabinetes y las tertulias empiezan a ser frecuentados por mujeres, la mayoría de clases altas, algunas de ellas con vocación literaria: esas primeras escritoras empiezan a ser descalificadas con el apelativo de poetisas. El término, que denotaba a las poetas mujeres, comenzó a connotar de mala manera: poetisas eran las aficionadas, las que desfallecían entre suspiros, las malas escritoras. Y allí estaban ellas, luchando para que las tomasen en serio, pensando que llamarse con terminación masculina y rechazar el femenino las revestía de importancia: las poetisas preferían ser llamadas poetas.
Han pasado siglos de poesía escrita por mujeres y es un buen momento para reapropiarse de ese femenino poetisa, otrora connotado. ¿Qué limita en la gramática que llamemos poetisa a la mujer que escribe poemas? Aparentemente, nada: es de nuevo el hablante, el dueño del idioma, el que pone en jaque a la palabra, la emplaza y le clava las banderillas de la connotación sucia e hiriente, casi insultante. Yo aquí reivindico a la poetisa así llamada. Declaro entender a quienes quieran seguir siendo llamadas poetas, como entiendo a las médicas que en los setenta y ochenta, iniciada la incorporación de la mujer a algunos ámbitos del sector sanitario, insistían en ser llamadas médicos. Es mi libertad lingüística la que ejerzo aquí, sostenida en el uso de años, para pisotear la connotación y limpiar de adherencias la terminación en -isa. Es la misma libertad que uso para no desdoblar en andaluces y andaluzas, alumnos y alumnas, la misma que ejerzo para flexionar en femenino todo lo que el sistema lingüístico me posibilita: las clientas, las infantas, las capitanas, y junto a ellas, las que nombro genéricamente y sin flexionar por tratarse de realidades inclusivas: periodistas, pilotos. Elijo el femenino para poetisa por haber sido construido democráticamente por los hablantes, forjado con ese gota a gota que va consolidando los nuevos morfemas gracias a la soldadura que da la repetición pertinaz a través de los siglos y no nacido de la ocurrencia personal o de la imposición dogmática que se difunde mediáticamente: no es poetisa lo que miembra, no; no es poetisa lo que portavoza.
Salgo de la Facultad de Filología de la Universidad de Sevilla, la misma en que estudió Julia Uceda; me coloco los auriculares a tiempo para alcanzar a escuchar cómo el noticiero retoma su ciclo de repaso de la actualidad, ahora, empezando por la sección de Internacional: la ultraderechista Giorgia Meloni toma posesión en Italia, es la primera mujer que ocupa el cargo; en su juramento, ella ha elegido, con toda intención, llamarse a sí misma presidente y no presidenta. El verso de arriba se sigue de otros y cierra así el poema: “Qué tinta, qué papel nunca escrito, quemado por la espera, como toda esperanza, fue a parar al rincón de los desechos con aquella pureza, con tantos ideales”.
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