Hable como la reina de Inglaterra
Con los años Isabel II cambió su acento por uno menos aristocrático y más sureño, consciente de que hoy en día son los medios quienes generalizan estándares en las lenguas actuales
Siempre llevaba el mismo modelo de abrigo, cambiaba el color de los bolsos pero todos tenían el mismo tamaño; el peinado era tan estable como esperable. Los hijos se divorciaban, iban y venían los nietos: ella permanecía inmutable. Pero algo sí cambió, y mucho, en la reina Isabel de Inglaterra: su forma de hablar. De esto, sin embargo, casi nadie se daba cuenta.
El acento de la reina Isabel ha simbolizado durante décadas el acento inglés estándar, eso que se llama en el ámbito anglófono “received pronunciation”, la manera de pronunciar el inglés británico más prestigiosa y aceptable, la forma de hablar asociada al estándar: marcas geográficas neutras, impermeabilidad hacia los rasgos del lenguaje juvenil, asociación a entornos de poder y visibilidad alta. El hecho de que se hablara sobre todo de “received pronunciation” y no tanto de “received English” deja claro que fundamentalmente esa idealidad parecía concentrarse en cómo decir los sonidos, en la fonética, y menos en la gramática o el vocabulario. El inglés conoce notables variaciones internas al pronunciar, no solo entre el inglés americano o el británico, también las internas dentro del propio Reino Unido.
Received no es pronunciación recibida sino aceptada, aprobada; y esa pronunciación aprobada se simbolizó en el siglo XX en una persona: la reina. Queen’s English, el inglés de la reina, funcionó como elocuente sinónimo de “received pronunciation”. La reina era hablante de esa pronunciación aceptada; la reina hablaba, en suma, el inglés de la reina. Se había de hablar en público usando este real modelo, que sería, idealmente, el que se enseñaría en clase. Estos rasgos no eran tanto preceptos puestos por escrito sino una modelización que, de manera implícita, se tendía a buscar en el discurso público.
El inglés de la reina se ha estudiado notablemente por un hecho material: contamos con muchas grabaciones de sus discursos. De pocos hablantes del mundo tenemos registros sonoros tan continuados en el tiempo, desde alocuciones en sus cumpleaños juveniles a solemnes discursos de Estado. Con la reina se ha podido hacer un estudio longitudinal, un análisis en el tiempo de cómo evoluciona nuestra forma de hablar con el paso de los años.
Resulta que los acentos cambian y ella también cambió el suyo. No solo en la juventud respecto a la infancia, sino también, y esto es más interesante, a lo largo de su edad adulta. El paso de los años causa distensión en las cuerdas vocales, y nuestra voz tiende a cambiar: esto nos pasa a todos. Pero es que además, y esto nos pasa a casi todos, vivir nos hace estar en contacto con otros, movernos de entorno geográfico. Vivir nos hace comunicarnos con gente que habla de manera distinta y entonces interviene el factor más empático de la comunicación: la acomodación, aquello que muchos hablantes simbolizan en la adhesiva imagen de que los acentos “se les pegan”.
La imitación del acento ajeno es a veces absolutamente deliberada y consciente para el hablante, pero en otros casos, aunque voluntaria, es una especie de actualización paulatina, imperceptible en el momento, capturable para el caso de la reina si comparamos las fotografías de pronunciación que eran, por ejemplo, sus felicitaciones navideñas anuales. “¿Habla la reina el inglés de la reina?”, se preguntaban tres fonetistas (J. Harrington, S. Palethorpe y C. I. Watson) en un artículo del año 2000 en Nature. Pues parece que en los años noventa ya no lo hablaba tanto. Ella, que pronunciaba en sus primeros discursos land con la misma vocal e de lend o sat como set no lo hacía en los noventa, cuando su pronunciación se acomodó a las formas de decir los sonidos más propias de la clase media británica. Ya sonaba menos a té con meñique erguido y más a señora cultivada que ha visto por dentro el metro. El estudio mostraba que el paso de los años hacía menos aristócrata y más sureña (estándar, pero sureña) la pronunciación de la reina.
Esto era, de alguna forma, previsible: las monarquías dejaban de ser circuitos cerrados, por la corte entraban y salían profesionales de clases medias. Pero es que, además, el “received English” encontraba una competencia cada vez mayor en el BBC English, que simboliza muy bien quiénes fabrican el estándar hoy: son los medios quienes generalizan estándares en las lenguas actuales, fabrican sus reyes lingüísticos y tienen una capacidad de emanación sin competencia. La reina también veía la tele.
Las alocuciones reales nos muestran que los estándares son cambiantes. Lo sabíamos. La Filología nos enseñaba que los movimientos en el lugar de la capital o del asentamiento de una corte hacen que determinados rasgos de un área prosperen y que el estándar varíe. Las grabaciones de la reina simplemente han permitido poner otro ejemplo más.
Y si el estándar cambia, ¿qué es el estándar? Un modelo que buscamos, distinto en sus casos, estable en su existencia, cambiante en sus características, fabricado por los propios hablantes, útil como representante ejemplar: algo así como las monarquías en Europa.
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