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tribuna
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Safo y la anatomía de las putas

El espectáculo teatral estrenado en Mérida y Barcelona apunta a los silencios y omisiones de las mujeres y de aquellas voces que desafían, a menudo con su mera existencia, el discurso imperante

Christina Rosenvinge (de rojo), durante un pase gráfico del montaje de 'Safo' en el Teatro Romano de Mérida.
Christina Rosenvinge (de rojo), durante un pase gráfico del montaje de 'Safo' en el Teatro Romano de Mérida.JORGE ARMESTAR (Europa Press)
Amanda Mauri

Cuenta Ana María Shua, gran cuentista argentina, que tras la publicación de su primer poemario, El Sol y yo (1967), un poeta mayor que ella la incluyó en una conferencia, Las tres Anas de la poesía argentina. Tres autoras jóvenes que, por aparente casualidad, compartían nombre. “Imagínense”, exclama la escritora, “yo con 16 años y un señor grande, de cincuenta y pico, poeta, un hombre, iba a dar una conferencia sobre mí”. Invitó a amigos y familiares y acudió, expectante, a la ponencia. No recuerda casi nada de lo que dijo el tipo; lo olvidó todo excepto las primeras palabras: “Estando presentes estas tres Anas en la poesía argentina, tengo que decir que hay una cuarta Ana: la Ana-tomía”. Tres poetas convertidas en el cuerpo de un chiste malo. Shua no volvió a publicar poesía.

“Bajo tierra estarás, / nunca de ti, / muerta, / memoria habrá”. La primera vez que leí estos versos de Safo, los malinterpreté. Fue un error feliz; creí leer: nunca morirás, no del todo, pues quedará tu memoria. Poeta lírica de la Grecia antigua, Safo de Lesbos se ha convertido en un vacío preñado de mito. Su figura ha engendrado trabajos de arqueología literaria como el de la autora canadiense Anne Carson If not, Winter (2002), donde recoge fragmentos de la poeta e hilvana una narrativa propia. Confiando en el poder de la reiteración y la permanencia, viví un tiempo arropada en la lectura errónea de los versos anteriores. Hasta que me di cuenta de que encerraban una verdad más sombría: nunca habrá memoria. ¿Qué sabemos de Safo? Nos queda muy poco de su obra, unos 200 versos de los 10.000 que se estima que escribió. Apenas una certeza: la imposibilidad de saber hasta dónde llegó su palabra.

El término pornografía encadena dos vocablos griegos: porné (prostituta) y graphein (escribir). El texto de la puta, la palabra sexual. Sin embargo, no nace en la Grecia clásica, sino en la Francia de finales del siglo XVIII. Tampoco lo firma ninguna porné, sino el escritor libertino Nicolás Edme Restif de la Bretonne. En Le Pornograph (1769), Restif de la Bretonne reflexiona sobre la moralidad, la salud de la población y la cartografía urbana de la prostitución, proponiendo un modelo de control estatal sobre el trabajo sexual. Aunque combina el análisis con la sátira y la provocación, Le Pornograph no es en sí mismo un texto erótico; es, básicamente, un escrito sobre prostitutas. No hay una mujer tras la palabra, sino un hombre que las escribe a ambas. La escritura es un juego de máscaras, y un campo minado. El autor persigue a su objeto literario y trata de afianzar su autoridad sobre él. Las palabras no son la nada flotando en el aire, son proyectiles y son gérmenes, nos impactan y nos engendran. Quién cuenta una historia, sobre quién la cuenta, qué historias pueden ser contadas, qué autores son válidos. Nuestra imaginación se moldea con el lenguaje. Aquello que creemos posible o legítimo —la identidad, la justicia, la verdad— no es universal ni unívoco, sino que depende de cómo se construyen las narrativas colectivas.

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En Safo, impresionante espectáculo musical estrenado este verano en el Teatro Clásico de Mérida y el Grec de Barcelona, las cocreadoras Christina Rosenvinge, Marta Pazos y María Folguera, junto con las siete intérpretes, conjuran un exorcismo pletórico y abrumador. El escenario es un aquelarre, ahí se encuentran todas: la porné, la poeta, la autora borrada, la puta imaginaria. Safo es a la vez un resarcimiento o, mejor dicho, un acto de justicia poética, y una estocada directa al presente. Con unos desnudos que no buscan ser simplemente hermosos —pues esa es una cualidad limitada a la contemplación y al juicio del ojo externo—, sino potentes y emocionantes; con una descarga kitsch que rompe con la invisibilidad, el decoro y la sutileza impuestas sobre la feminidad, y con una ironía más que afilada, la obra apunta a los vacíos que horadan la historia de la palabra, a los silencios y omisiones de las mujeres y de aquellas voces que desafían, a menudo con su mera existencia, el discurso imperante.

“Alguien nos recordará”, canta Rosenvinge y corea el elenco sobre el escenario. “Alguien nos recordará”, insisten, en varios momentos. “Alguien nos recordará / lo afirmo / incluso en otro tiempo”, escribió la propia Safo, luego Carson lo tradujo y no hemos dejado de repetirlo. Con esta máxima se rompe el hechizo, de una forma brutal e irreversible. Rescatar la palabra perdida, la palabra negada, bucear en los mares infinitos de la ausencia, llenar los huecos con nuevas historias, avanzar y retroceder y mutar a través del tiempo. Sin perder nunca el hilo, ese lazo invisible hecho a partes iguales de silencio y de palabra, de olvido —”bajo tierra estarás”— y de memoria —”alguien nos recordará”—.


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