Safo, una estrella del rock de la Grecia antigua reencarnada en Christina Rosenvinge
La cantautora pone música a los versos de la poeta griega en un espectáculo creado conjuntamente con la dramaturga María Folguera y la directora de escena Marta Pazos que se estrena en el milenario teatro romano de Mérida
Escribió Ovidio en sus Heroidas que Safo se tiró por un acantilado tras ser rechazada por Faón, un hombre bellísimo que incluso había enamorado a la diosa Afrodita. En paralelo y casi contradictoriamente, otra leyenda subraya su homosexualidad hasta el punto de hacerla pasar a la historia como icono del lesbianismo, término que de hecho viene de su lugar de nacimiento, la isla griega de Lesbos, alrededor del año 630 a. C. Pero esto último es de lo poco que se da por cierto de todo lo difundido sobre su vida personal y que ha dejado oculto lo esencial: que Safo era una de las poetas más importantes de la Grecia antigua. Nada de suicidio por amor ni mujer torturada. Al contrario, ella fue muy popular en vida. Tanto que su rostro fue acuñado en monedas y Platón la catalogó como “la décima musa”.
Esa es la Safo que quieren hacer emerger la cantautora Christina Rosenvinge, la dramaturga María Folguera y la directora escénica Marta Pazos en el que está llamado a ser uno de los espectáculos que marcarán el verano teatral en España: Safo, un “poema visual, musical y escénico” con canciones originales de la poeta griega a las que ha puesto música Rosenvinge, textos de apoyo de Folguera y puesta en escena de Pazos. Pero ojo, con una premisa clara que rebate al mismísimo Platón: “Safo no es la musa, es el genio”, escriben las tres en el texto de presentación de la obra. Fue artista, no inspiradora. Y su éxito podría equipararse al de una estrella del rock actual, pues no hay que olvidar que sus versos nacieron para ser cantados, no leídos. “Hasta inventó el plectro [un tipo de púa] para que su lira se escuchase mejor cuando actuaba ante grandes auditorios. Hoy su lira sería una guitarra, o tal vez un sintetizador”, resume Rosenvinge en un encuentro con EL PAÍS junto a Folguera y Pazos en Madrid, en vísperas de instalarse esta semana en el teatro romano de Mérida, donde el espectáculo se estrena este miércoles como parte del Festival Internacional de Teatro Clásico. Un espacio que podría haber soñado la propia Safo. De ahí saltará el 14 de julio al Romea de Barcelona, como parte del festival Grec, y el 20 de agosto se verá en el de Sagunto. Además, en otoño hará temporada en los Teatros del Canal de Madrid.
Rosenvinge ha tenido que partir de cero, puesto que las melodías se perdieron por completo después de que el papa Gregorio VII ordenase quemar los manuscritos donde estaban compilados por considerarlos inmorales. De sus diez mil versos apenas se han conservado fragmentos de un 10% de sus poemas y algunos epitalamios (cantos nupciales para los cuales creó un ritmo propio y un metro nuevo, que pasó a denominarse sáfico).”No se ha podido reconstruir la sonoridad original de esas canciones que tuvieron tanto impacto en la antigüedad; son un misterio. Pero es posible, y muy tentador, zambullirse en su espíritu e iniciar un juego tan delicioso e infinito como su poesía. Al fin y al cabo, la forma fragmentaria en la que ha sobrevivido su obra es precisamente eso: una invitación a imaginar”. A Rosenvinge esa invitación la ha llevado al rock electrónico. Y así sonará Safo en el espectáculo. Con guitarras eléctricas. Todo interpretado en directo.
La propia Rosenvinge las cantará, como una especie de reencarnación de Safo, acompañada en el escenario por las artistas musicales Irene Novoa, Xerach Peñate, Lucía Rey y Juliane Heinemann y las actrices Lucía Bocanegra, María Pizarro y Natalia Huarte. Todas mujeres. Quizá recreando el ambiente en el que se desarrolló la vida de la poeta griega, que dirigió una escuela para jóvenes nobles de Lesbos: allí sus discípulas aprendían a recitar poesía, cantar, confeccionar coronas o colgantes de flores. A partir de sus poemas, se interpreta que Safo se enamoraba de sus discípulas y mantenía relaciones con algunas de ellas. De ahí que su imagen quedara asociada para siempre con el lesbianismo.
Pero eso es lo de menos en la Safo de este espectáculo: lo que ha interesado tanto a Rosenvinge como a Folguera y Pazos no es tanto a quién cantaba la poeta sus versos, sino qué cantaba. “Porque en el fondo a quien cantaba era al amor y el deseo en sí mismos. Esa imagen de Safo sufriendo por amor es una interpretación que se ha hecho de ella. Si profundizas en sus poemas, lo que hay es una celebración del amor. No es un yo sufriente, sino un yo deseante”, comenta Rosenvinge. “Y no hay que olvidar que es el primer yo deseante de la historia. Safo fue la que introdujo la subjetividad en la poesía. La primera en hablar desde el yo. Antes todo había sido poesía épica”, recuerda Pazos.
Pazos ha edificado la puesta en escena sobre la iconografía asociada a Safo. “Hemos revisado cómo se la ha imaginado a lo largo de los siglos. De ahí han surgido la plástica del espectáculo”, explica la directora mostrando en su móvil una pintura de principios del siglo XX de John William Godward que muestra a la poeta sentada en un jardín idílico clásico, quizá una de sus más célebres representaciones. Todo en el espectáculo se basa en realidad en ese mismo juego: la tensión entre lo que fue de verdad y lo que la historia imaginó después. “Transitamos entre lo oculto y lo revelado, en un diálogo constante entre lo que se ha perdido y lo que ha permanecido. Desde la Safo arcaica a la mística o la romántica. El propio teatro es Safo y aparece envuelto por tejidos color peonía como flores de ramo de novia. La arquitectura está ante los ojos del espectador, pero no se revela completa, al igual que en la propia historia de Safo, donde siempre hay algo que no deja ver su genialidad de forma plena”, añade Pazos.
Folguera, por su parte, ha creado el hilo conductor del montaje. Sitúa a la protagonista en un jardín de Lesbos donde la poeta ha convocado a las musas protectoras del arte para saber qué será de su nombre en el futuro. La dramaturga lo resume así: “Las diosas emprenden entonces con Safo en un viaje a través del tiempo: de Ovidio al siglo XXI, de los versos perdidos a una subasta en Christie’s. Eso nos permite jugar con todas esas dudas y proyecciones que se han hecho sobre ella. Pero también nos acercaremos a la Safo humana, a la artista que tocaba en bodas y cantó al deseo por distintas mujeres. Safo inventó nuestra forma de entender el amor”.
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