‘Maria’: una revisión acartonada y simplista del trauma que marcó la vida de la actriz de ‘El último tango en París’
El actor Matt Dillon se mete en la piel de Brando en una película que aporta muy poco a la polémica que rodea al filme de Bernardo Bertolucci
Maria (Being Maria), la película de Jessica Palud sobre Maria Schneider, pretende reivindicar la voz de la actriz de El último tango en París (1972) pero se queda en nada, en una revisión acartonada y simplista de un rodaje rodeado de malas prácticas, abuso y polémica. La película de Palud, proyectada en la sección Cannes Premiére del festival de cine francés, está inspirada en el libro My Cousin Maria Schneider, en el que la prima de la intérprete Vanessa Schneider relata con tono elegíaco la vida de una mujer víctima no solo de la reprobable conducta de Marlon Brando y Bernardo Bertolucci durante el rodaje de aquella legendaria película sino la de la industria del cine, que la encasilló de forma cruel en papeles eróticos, y la de la sociedad, que condenó su participación en una película que nació rodeada de escándalo.
Si el libro es un denodado esfuerzo por alejarse de los clichés que marcaron la vida de Schneider —la niña rota por el sexo y las drogas—, la película de Jessica Palud es exactamente eso, un lugar común tras otro sin más esfuerzo por intentar averiguar qué ocurrió entre el rodaje de la película y su trágico destino. Con un maniqueísmo vulgar, la directora de Maria encadena la secuencia en la que el personaje de Brando sodomizaba al de Schneider con mantequilla como lubricante, una experiencia en la que ella se sintió “violada” por Brando y Bertolucci al ocultarle todos los detalles de lo que iban a rodar, con la de su primer contacto con la heroína. En esa lectura reduccionista no hay sitio para mucho más.
Con todo, lo peor del filme es lo que tiene que ver con el rodaje junto a Brando y Bertolucci. Matt Dillon es una caricatura en la piel del mito y todas las secuencias alrededor de aquella filmación son ridículas, puro cartón piedra. La película, que nunca abandona el punto de vista de la actriz, interpretada por Anamaria Vartolomei, no se atreve a intentar ofrecer una mirada más compleja y amplia. Es obvio que Schneider fue víctima de la estrategia del cineasta, que buscó a una actriz de 19 años sin experiencia para una película erótica junto a un actor con fama de difícil y mucho mayor que ella. A Bertolucci solo le importaba Brando, y eso relegó a la actriz a mero accesorio. La directora de María empezó a trabajar en el cine a los 19 años precisamente con el cineasta italiano, como meritoria de Dreamers (2003), pero según ha explicado en Cannes, “la traición” que sufrió Schneider le ha hecho perder la admiración que sentía por el director.
Schneider tampoco le perdonó a Bertolucci la maniobra y Brando tuvo una relación conflictiva con la película. El actor se acabó sintiendo ultrajado psicológicamente en la famosa secuencia en la que escarba en su propia memoria, marcada por un padre alcohólico y violento. Quizá lo más duro para la actriz fue que, de alguna manera, el actor de Un tranvía llamado deseo representaba para ella la figura paterna que nunca tuvo. El actor la trató bien hasta el episodio de la mantequilla. Ella sabía que el director quería más intensidad y agresividad, pero nadie le consultó la ocurrencia del lubricante. Se rodó en una sola toma y ver ahora la secuencia, sabiendo que sus lágrimas y su impotencia son reales, resulta insoportable. Schneider vivió durante años un calvario por aquello: llegaron a fabricar una mantequilla con su imagen y poco después del estreno una azafata le dejó sobre la mesita del avión un paquete de mantequilla como broma.
Su padre, el actor Daniel Gélin, no se ocupó de ella durante su infancia, y su madre, Marie-Christine Schneider, tampoco se portó mucho mejor. La vida sexual de su madre, que ni siquiera se dignó a ir al funeral de su hija cuando falleció en 2011 a los 58 años, fue también traumática para ella. En otro pasaje de My Cousin Maria Schneider, la actriz recuerda cómo, siendo ella niña, su madre estaba en la cama con un hombre y le pidió que le acercara su diafragma.
Al funeral de Maria Schneider fueron dos de las personas que más la cuidaron, Alain Delon y Brigitte Bardot, y actrices como Dominique Sanda y Christine Boisson, la estrella de Emmanuelle, otra actriz que sufrió los estragos del cine erótico de los años setenta. La irrupción del sexo en el cine tuvo consecuencias devastadoras para infinidad de actrices. Los hombres —productores, directores y actores hijos de su tiempo— maltrataron a muchas de ellas, a las que veían como meros objetos sexuales para atraer al público. Maria Schneider es un símbolo de todo lo que se hizo mal en aquellos años y que hoy, por fortuna, sería por lo general impensable. Y aunque Maria está para recordarlo, lo hace de una manera tan tosca e insustancial que queda reducido a mero producto coyuntural.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.