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77 Festival de Cannes

Trump, Limónov y el desamparo de la nueva adolescencia rivalizan en Cannes

Entre las películas a concurso hay dos ‘biopics’ con resultados dispares y tres historias de críos marginales perdidos en la nueva realidad

Elsa Fernández-Santos
Un imitador de DOnald Trump, ayer en Cannes en el estreno de 'El aprendiz'.
Un imitador de DOnald Trump, ayer en Cannes en el estreno de 'El aprendiz'.SEBASTIEN NOGIER (EFE)

Poco antes de la era Reagan, cuando Nueva York era una ciudad que bordeaba la ruina, un joven ruso que había malvivido vendiendo sus poemas en los círculos del underground soviético aterrizaba en Manhattan para forjar su dudosa leyenda. Es difícil superar el extraordinario libro de Emmanuel Carrère sobre aquel personaje y Limónov-The Ballad, dirigida por el director disidente ruso Kirill Serebrennikov (La mujer de Tchaikovsky, La fiebre de Petrov), no lo consigue. Serebrennikov le dedica buena parte de su película a los años neoyorquinos de Limónov y, aunque el estupendo actor británico Ben Whishaw sostiene el personaje, el resultado —con cameo de Carrère incluido— se deja en el tintero demasiadas cuestiones de peso y acaba aportando solo pinceladas imprecisas de una vida que no funciona en pantalla.

La imagen que tenemos de aquel Nueva York suele tener el grano de una película experimental, quizá porque lo asociamos con un rugido contracultural que empezó a desvanecerse en la década siguiente. En aquellas mismas calles también empezó a forjarse otra clase de leyenda, la de un joven Donald Trump que encontró cobijo bajo la tutela de un personaje siniestro, el abogado ultraderechista Roy Cohn. The Apprentice, de Ali Abbasi (Holy Spider, Border), recoge los primeros años en la vida pública de Trump. A este lo interpreta Sebastian Stan y a Roy Cohn, Jeremy Strong. Ambos están de premio, sobre todo Strong, pero la película, con un trabajo muy notable de ambientación, con una textura en la imagen que transporta a esa época, no cuenta nada muy nuevo y al final es imposible no quedarse con el peligroso regusto de la hagiografía bien hecha.

Trump le debe todo a un personaje que representa la hipocresía absoluta de su país. Cohn, el hombre que envió a la silla eléctrica a los Rosenberg por supuesto espionaje, mano derecha de la caza de brujas del senador McCarthy, un conservador radical, peligroso y corrupto, cercano a Rupert Murdoch y Ronald Reagan, falleció de sida en 1986, después de llevar una doble vida durante años. El joven Trump aprendió a su lado a negar siempre la verdad, una estrategia que le ha dado los mejores resultados.

Malou Khebizi, en Cannes al presentar 'Diamond Brut'.
Malou Khebizi, en Cannes al presentar 'Diamond Brut'. ANDRE PAIN (EFE)

Limónov-The Ballad y The Apprentice son dos biopics dentro de una sección oficial a concurso en la que han destacado tres películas sobre el desamparo y la rabia adolescente. Se trata de retratos interesantes alrededor de dos chicas y un chico, que en Francia, Inglaterra y Rumania respectivamente solo encuentran soledad y frustración.

La primera, Diamant Brut, se proyectó en la primera jornada y es la única ópera prima del concurso. Está dirigida por Agathe Riedinger y es una película de personaje, el acercamiento con lupa a una adolescente hipersexualizada absorbida por ese culto patológico a la fama y la adicción a las redes sociales. El filme de Riedinger es la pesadilla de una aspirante a Kim Kardashian, una cutre influencer con uñas a lo Rosalía que sueña con vivir en un reality para famosos y cuyo mundo está atrapado en la pantalla del móvil. La actriz debutante, Malou Khebizi, hace un trabajo admirable, lo mejor de la película, al interpretar a una chica que expresa con mucha autenticidad una hipersexualización que desemboca en terribles problemas sexuales y afectivos en la vida real.

La segunda del lote, Bird, de la británica Andrea Arnold, se encuentra entre las favoritas del certamen. Tiene también a una adolescente de protagonista, pero esta se despliega en el terreno de un realismo mágico que Arnold, una cineasta con fuertes convicciones animalistas, lleva a una relación atípica con un hombre (el actor alemán Franz Rogowski) con nombre de pájaro, el Bird del título. Ella tiene 12 años y vive en una especie de casa okupa con su padre, un desfasado al que da vida un gran Barry Keoghan. El entorno disfuncional que describe Bird no está muy alejado del de Diamant Brut, pero Arnold entra en otro plano y le reserva a Keoghan algunas secuencias preciosas, sobre todo la última de la película. La directora de Cow (2021) posee un talento innato para mezclar actores naturales y profesionales, algo que en esta película brinda resultados muy emocionantes.

El actor Barry Keoghan y la directora Andrea Arnold, el viernes en una rueda de prensa en Cannes.
El actor Barry Keoghan y la directora Andrea Arnold, el viernes en una rueda de prensa en Cannes.Stephane Mahe (REUTERS)

La tercera historia sobre adolescentes es la rumana Three Kilometres to the End of the World, de Emanuel Parvu, que desgrana un incidente homófobo en un pueblo del delta del Danubio. Allí regresa por unos días un chico de 17 años que una madrugada llega a su casa molido a palos. No será su peor experiencia en una comunidad arcaica y corrupta. Parvu describe una homofobia pavorosa, ejercida también dentro la familia con rituales de fanatismo religioso. La película es sobria y está bien narrada, con una tensión que no decae.

Como parte de la sección oficial también se proyectó The Girl with the Needle, del sueco Magnus von Horn, cuyo crescendo de sordidez se hace insoportable. No le falta de nada: yonquis de éter, rostros desfigurados de la Gran Guerra, abortos en baños públicos y una serial killer de bebés de fondo. La pulida fotografía en blanco y negro solo enmascara una película demasiado abonada a lo desagradable.

Entre los grandes nombres del concurso la sensación general está siendo de estrepitoso descalabro. Además de Megalópolis, que ha polarizado a la crítica y sigue generando debate, se ha sumado el último de David Cronenberg, The Shrouds, que roza lo inenarrable pero sin la ambición y la épica de Coppola. Luce más bien con una desgana demencial y el resultado es un tostón.

La que salió mejor parada, pese a ser fallida y bastante desbaratada, es Oh, Canada, de Paul Schrader. Se centra en la historia de un viejo documentalista de izquierdas que se fue a Canadá para no ser alistado en la Guerra de Vietnam y ahora agoniza. Este hombre, interpretado por Richard Gere, se enfrenta a sus últimos compases ante una cámara, y mezcla pasajes de su memoria, recuerdos de juventud. Jacob Elordi y Gere interpretan al mismo personaje en esta especie de puzzle-rezo final de una vida que está dedicada al autor de la novela en la que se basa el filme, Russell Banks.

Pasado el ecuador del festival, la película más notable sigue siendo la china Caught by the tides, de Jia Zhang-Ke, de la que ya hablamos, pero las que han hecho más ruido y se disputan el trono de acontecimiento de esta edición son el osado narcomusical queer Emilia Pérez, del francés Jacques Audiard, y la divertida y audaz comedia de body horror The Substance. Ninguna de ellas, sin embargo, está a la altura de una Palma de Oro.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’
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