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MUSEOS
Tribuna
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Museos sobre la emigración en Europa, un antídoto contra el ascenso de la ultraderecha

La incorporación del relato migratorio a los museos europeos, sustentado por la historiografía que ha trabajado esta cuestión desde hace décadas, se produce en medio del auge de los discursos ultranacionalistas y xenófobos

La artista de origen libioirlandés, Farah Elle, en el museo EPIC The Irish Emigration Museum, en Dublin, en 2021.
La artista de origen libioirlandés, Farah Elle, en el museo EPIC The Irish Emigration Museum, en Dublin, en 2021.NurPhoto (NurPhoto via Getty Images)

Desde hace algunos años, se está produciendo una revisión de las narrativas de los museos europeos, de acuerdo con las nuevas investigaciones históricas y con las inquietudes y denuncias de la sociedad actual. Gran parte de estos relatos tratan de superar las visiones eurocéntricas, nacionalistas y colonialistas y también aquellas que tienen un sesgo en temas de género. El objetivo de esta resignificación de los espacios museísticos es analizar los ángulos ciegos de la Historia, en gran parte de las ocasiones incómodos, para poder tener una mejor comprensión sobre el pasado y el presente. Entre los temas más afectados por estas nuevas visiones se podrían destacar las colonizaciones y las migraciones. España, tras las declaraciones sobre la “descolonización” de los museos de Ernest Urtasun, ministro de Cultura, se ha introducido en los debates europeos sobre las narrativas de ciertos acontecimientos del pasado. El objetivo es obtener una visión más precisa, factual y completa del contexto histórico de cada momento, o, como ha mostrado en numerosas ocasiones el historiador Álvarez Junco, aprender qué hacer con un pasado sucio, sin necesidad de renunciar a él.

Este intento de acabar con las visiones simplistas sobre el pasado está permitiendo introducir los movimientos migratorios en los relatos nacionales, como elemento esencial para comprender la vertebración de las sociedades actuales y no como un problema social, tal y como la muestran ciertos discursos políticos europeos. Hasta hace algunos años —y todavía a día de hoy en países como España—, las narrativas oficiales, e incluso las de los libros de texto, olvidaban mostrar el impacto de las migraciones en la constitución de las sociedades actuales. Este olvido nos impide comprender el mundo en el que vivimos. Si hacer referencia a la colonización es esencial para entender el siglo XIX europeo y su auge industrial y económico, las alusiones a la emigración son imprescindibles, entre otras cosas, para comprender la reconstrucción de la postguerra europea y, en el caso español, la realidad económica y política del franquismo. Todo esto está provocando que en varios países europeos la emigración se esté convirtiendo en un tema protagonista, aunque no siempre con los mismos objetivos.

En Francia, el pasado verano se reabrió el Museo de la Historia de la Inmigración en el imponente Palacio de la Porte Dorée, edificado para la exposición colonial internacional de 1931. Este museo pone en valor la contribución económica, política y social de la emigración en Francia, sin olvidar que, en diferentes momentos, la sociedad de este país también tuvo que hacer las maletas por motivos políticos o económicos. Al mismo tiempo, permite reflexionar sobre cómo los flujos migratorios están muy relacionados con las coyunturas económicas y políticas de los países, lo que convierte a las personas en sujetos-objetos dependientes del efecto llamada o de las políticas restrictivas de entrada. La muestra, que cuenta con una gran cantidad de documentos y fotos de época, está organizada cronológicamente a través de 11 hitos históricos relacionados con la emigración desde 1685 hasta la actualidad. La cronología ha sido, precisamente, una de las cuestiones más debatidas entre algunos historiadores de la emigración, ya que este concepto suele referirse exclusivamente a la época contemporánea por su vinculación con el surgimiento de la ciudadanía y de los Estados-Nación.

Una de las salas del Museo de la Emigración en el imponente Palacio de la Porté Dorée, en París.
Una de las salas del Museo de la Emigración en el imponente Palacio de la Porté Dorée, en París.Alamy Stock Photo

En Irlanda, en 2016 se inauguró el EPIC The Irish Emigration Museum en un antiguo almacén industrial del siglo XIX. Esta exposición permanente, a pesar de que también analiza los movimientos de población en Europa, tiene una orientación y unos objetivos muy diferentes a los del museo francés. En primer lugar, dada la propia historia irlandesa —y también a los objetivos de esta muestra, de los que se hablará más adelante—, el museo se centra en la diáspora irlandesa repartida por todo el mundo, sin hacer apenas mención a la emigración que han recibido en el último siglo, a pesar de que el 17,4% de su población es inmigrante, según los datos de la ONU de 2020. En segundo lugar, el museo es una iniciativa privada enfocada fundamentalmente al turismo con el principal objetivo de mostrar los valores y la cultura irlandesa y como sus ciudadanos mantienen el vínculo con su país natal, al mismo tiempo que exportan sus tradiciones. Esto provoca que en algunos momentos el concepto de emigración se confunda con el de identidad nacional, difuminando, e incluso banalizando, el propio significado de la emigración. Se cita, por ejemplo, a Barack Obama, a pesar de no ser irlandés ni hijo de irlandeses, ¡e incluso se nombra a cuatro expresidentes de España por sus relaciones con Irlanda! (sin citar los nombres). A diferencia del museo francés, en este caso el contenido no tiene una organización cronológica, sino temática y el componente histórico solo tiene un protagonismo relevante en las primeras salas en las que se habla de la emigración de la gran hambruna (1845-1849), entre otros episodios.

Estas dos exposiciones nacionales son solo dos ejemplos de cómo los movimientos de población se están introduciendo en los discursos nacionales, aunque con diferentes objetivos. La exposición temporal Wer wir sind en Alemania, la muestra itinerante Nous saisonniers, saisonnières en Suiza o el museo Red Star Line en Amberes son otros ejemplos que, como en el caso de Francia, tratan de incluir las migraciones en sus narrativas nacionales. Todas estas representaciones muestran cómo Europa se ha caracterizado en toda la época contemporánea por su movilidad —migraciones y exilios—, tanto de obreros como de emigrantes de cuello blanco, sin olvidar a los intelectuales. Esta renovación de los discursos museísticos y sociales viene acompañada por unos estudios históricos transaccionales, los cuales tratan de transcender los marcos nacionales, pues solo de esa manera se puede comprender la sociedad en su complejidad.

La incorporación del relato migratorio a los museos europeos, sustentado por la historiografía que ha trabajado esta cuestión desde hace décadas, llega en un momento especialmente importante y complicado. El auge de los discursos ultranacionalistas y xenófobos provoca que en la actualidad sea necesario incluir las migraciones en los relatos museísticos para mostrar que la conformación de las sociedades actuales no se puede entender si no se atiende a los movimientos migratorios como elementos explicativos de nuestra cultura, economía y política. Estas narrativas deben hacerse con rigor y seriedad, para evitar caer en discursos nacionalistas que vuelven a sumergirnos en los mismos debates y errores. Al mismo tiempo que los discursos xenófobos muestran la necesidad de actualizar las narrativas para evidenciar sus propias contradicciones, esos mismos movimientos de ultraderecha convierten esta tarea en un gran reto. Su presencia en las instituciones europeas obstaculiza la organización de museos públicos que analicen con rigor nuestro pasado migrante. Mientras tanto, siempre nos quedará recurrir a Un franco, 14 pesetas o a Chocolat, la véritable histoire d’un homme sans nom para recordar que el desprecio a las migraciones es negarnos a nosotros mismos.

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