“Ahora que lo sabes, no lo olvides”: Países Bajos se enfrenta a su colaboración con los nazis en el Holocausto
Un nuevo museo en Ámsterdam recoge por primera vez de forma integral la deportación de una comunidad que perdió a 102.000 miembros, el mayor número de Europa occidental
El Museo Nacional del Holocausto, abierto al público desde el pasado lunes en Ámsterdam, ilustra la persecución de los judíos holandeses. Es una tragedia que Países Bajos ha tardado décadas en afrontar a pesar de que los nazis asesinaron aquí al mayor número de los miembros de esa comunidad en Europa occidental: unas 102.000 personas, según la Fundación Anne Frank. Las paredes de una de las salas del centro, ubicado en el mismo barrio donde residían antes de la Segunda Guerra Mundial, están forradas con los textos de las leyes discriminatorias promulgadas durante la ocupación. Asistido por funcionarios holandeses, el régimen nazi deshumanizó de forma metódica a los judíos hasta la muerte.
Han pasado casi 80 años desde la liberación del país por las tropas aliadas, y la apertura del museo llega en un momento especial porque muchos de los supervivientes van desapareciendo debido a su avanzada edad. Varias instituciones retratan partes de la historia de los judíos en la Segunda Guerra Mundial, entre ellas la Casa de Anne Frank, pero ninguna documenta por completo el Holocausto a escala nacional. “Para nosotros, resulta crucial contarlo en su contexto: antes de la guerra, durante la ocupación y cómo encaró la población este doloroso capítulo después de 1945″, dice Annemiek Gringold, conservadora del museo. Según ella, la situación local fue distinta a lo ocurrido en Europa Central y del Este. “La secuencia que perdura es la que va del gueto al campo de concentración y a la muerte”, dice. En Países Bajos, por el contrario, se llevó a cabo a través de la ley.
Desde mayo de 1940, con la invasión misma, los nazis fueron desmantelando el orden legal. “Al imponer nuevas reglas que excluían a los judíos de la sociedad, se les despojó de sus bienes y fueron echados del trabajo y las escuelas. Todo ello, aplicado por funcionarios holandeses”, afirma la experta. Escritas en las paredes de una de las salas, una miríada de leyes muestra que los nazis vieron a los holandeses no judíos “como parte del sueño de la gran Alemania”. Debido a ello, la ocupación se basó en una estructura administrativa de carácter civil, en lugar de militar, como en Bélgica o Francia. “En Países Bajos apenas había soldados alemanes por las calles. Se trataba de excluir a los judíos de la sociedad, pero aceptando al resto de la población”, asegura Gringold. Admite que resultó “muy efectivo”. En un letrero puede leerse que unos 25.000 voluntarios holandeses se sumaron a los Waffen-SS germanos (escuadrones de protección) “en busca de aventura o motivados por los ideales nazis”.
El museo ha aprovechado y renovado las instalaciones de una antigua escuela protestante de preparación de profesorado, cuyo director, Johan van Hulst, cooperó en 1943 con Henriette Pimentel, la directora de una guardería contigua. Esta ya no existe, pero por el jardín trasero comunicaba ambos centros, y a base de pasarlos por allí lograron salvar a 600 niños judíos que aguardaban la deportación junto con sus padres. Los adultos eran agrupados en un teatro abierto enfrente, y sus hijos fueron sacados de la escuela camuflados en bolsas, cestas o maletas, aprovechando el paso de los tranvías —que siguen circulando hoy en ambas direcciones— y con ayuda de la resistencia. En uno de los pasillos de la planta baja, unas pisadas proyectadas sobre el suelo con luces intermitentes recuerdan que por allí escamoteaban a los menores. Su destino era camuflarse como arios en familias en el campo u ocultarse en otros lugares.
Emanuel Flip Delmonte, de 80 años, fue uno de los afortunados y tenía un año cuando lo evacuaron clandestinamente de la guardería. Toda su familia fue asesinada y, mientras paseaba el lunes por las salas, pidió “que los muertos sean recordados por los vivos”. Ha donado una foto suya tomada después de la guerra. El pasado domingo, el rey Guillermo de Orange inauguró el museo en medio de una protesta ciudadana por la presencia de Isaac Herzog, presidente de Israel, cuando la guerra en Gaza sigue abierta.
Para intentar devolver su personalidad a las víctimas, se han recopilado más de 2.500 objetos personales. Buscados entre todas las capas sociales para reflejar la diversidad de los judíos holandeses tienen gran valor emotivo. Algunas piezas proceden de los que vivían en Surinam e Indonesia, las antiguas colonias. Hay, entre otras, unas fotos desteñidas de tamaño carné de una familia desconocida. En unas líneas apresuradas, sin nombres o apellidos, pedían: “No nos olvidéis”. Junto a una camisa de rayas de las impuestas en los campos de concentración, puede verse también el vestido de seda de novia de Leny Zondervan, cuyos padres perecieron en Auschwitz. En una vitrina asoman las fotos de los hermanos Raphael (seis años) y Franklin Altmann (cuatro) —asesinados en el mismo lugar— junto a los muñecos que les hizo su abuelo. Les acompaña el futbolín de Nico Kroese, que pereció a los 11 años en Sobibor; una tela llena de estrellas amarillas con la palabra “judío”, que debían portarse en la ropa; una cuna de la guardería; o el voluminoso primer volumen del registro de defunciones de Auschwitz, fechado en 1942.
En una de las salas han instalado fotos de tamaño mural que cortan la respiración. Como la de Sieg Maandag, un niño de siete años que pasa en 1945 junto a una hilera de cadáveres tirados al borde del camino en el campo de concentración alemán de Bergen-Belsen, liberado en abril por las tropas británicas. El horror contrasta con el día luminoso y los árboles llenos de hojas.
Solo sobrevivió un 25% de la comunidad judía holandesa, y a su regreso de los campos de exterminio y de sus escondites (de unos 28.000 así refugiados subsistieron cerca de 16.000) apenas se les prestó atención. Según la conservadora, “el país era más antisemita que antes de la guerra debido a la propaganda, y no estaba preparado para escuchar a las víctimas judías”. En el curso de dos años, la aplicación de las leyes germanas fue tal que Berlín declaró a Países Bajos “libre de judíos” en 1944. El reconocimiento de su sufrimiento data de finales de los años noventa y siempre en el marco de las ceremonias conmemorativas de la guerra. Antes de la contienda había en Ámsterdam 77.000 ciudadanos de ascendencia judía, según la Fundación Anne Frank.
El Museo del Holocausto ha tardado dos décadas en reunir fondos públicos y privados para poder constituirse y, entre ellos, destacan cuatro millones de euros del Gobierno alemán y 5,3 millones del Ejecutivo holandés. En una cartela puede leerse que el nuevo centro es también una forma de advertir de que, bajo ciertas condiciones sociales o políticas, la gente corriente es capaz de cometer crímenes terribles. Dice así: “El mensaje, vital, es que nunca debe mostrarse indiferencia frente a la injusticia”. Johan Van Hulst falleció en 2018, a los 107 años, y siempre recordó a los pequeños que no pudo rescatar. Henriette Pimentel pereció en Auschwitz, en 1943, a los 67 años. Otra frase, proyectada en la pared, pide esto: “Ahora que lo sabes, no lo olvides”.
Babelia
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