‘Los pequeños amores’, un drama maternofilial que levanta aplausos en el festival de Málaga
La cineasta Celia Rico emociona con su retrato de un verano que pasan juntas por obligación una madre con una pierna rota y su hija: amores, soledades y gazpachos
Del catálogo de pequeños detalles con los que salpimenta sus historias Celia Rico Clavellino (Constantina, Sevilla, 41 años), a la directora le apasionan los que atan sus historias a la vida diaria: los calores de la menopausia, eco de los que tuvo su abuela hasta su muerte; la necesidad de que alguien le diera la mano a la cineasta cuando despertó de una operación sola; los enfrentamientos culinarios maternofiliales por cómo sale mejor el gazpacho; los sudokus y las sopas de letras como armas contra la degeneración neuronal... “Me atraen esas cosas pequeñas que si las rascas un poquito albergan grandes preocupaciones. Evidentemente, en el día a día, no puedes preocuparte por cada cosa, porque entonces sería insoportable vivir. Soportaríamos un peso existencial muy grande, ¿no?”, reflexiona Rico en el festival de Málaga, donde se ha presentado su segundo largo, Los pequeños amores, que se estrena comercialmente este viernes.
Dice Pablo Berger que los guiones de Celia Rico, con quien trabajó en Blancanieves, son muy precisos, labores de orfebrería en las que no sobra ni falta nada, libretos en los que las palabras encajan con el carácter de sus personajes, y nada choca por extraño, todo fluye. La aludida se sonroja y ríe: “¡Es más lindo!”. Pero ¿cómo le salen los guiones así? “Porque cuando escribo ya estoy pensando en la dirección de actores. Me levanto y hago casi una coreografía de lo que está pasando. Cada uno de nosotros actuamos de manera distinta en cada situación. Me gusta mucho esa creación de diálogos, y cuando no estoy escribiendo, en la vida diaria, cuando me pasa algo, me imagino mis distintas reacciones”. Así se explican el éxito de su primera película, Viaje al cuarto de una madre (2019) —cuatro candidaturas a los premios Goya—, y la colección de aplausos que ha obtenido en Málaga con su nuevo filme. Ambos pueden entenderse como un díptico.
Teresa (María Vázquez) es profesora de instituto, 42 años, con una relación amorosa a distancia cogida con alfileres, y que tendrá que pasar sus vacaciones en su pueblo natal con su madre, Ani (Adriana Ozores), una mujer que, por demasiado activa, acaba con una pierna rota. Las reparaciones en la casa, iniciadas en solitario por Ani, continuarán en manos de una cuadrilla de obreros, que se suman a la geografía humana de la película. “A todos nos gusta que, cuando llegan las arruguitas, nos miren y ser vistos, que no desaparezcamos tras el telón de mujer de mediana edad. Teresa está en esa senda, y lo jodido es cuando no tenemos ilusiones por cosas, o cuando vemos que las cosas que nos ilusionan no van a pasar”, arranca la cineasta, que arriba a una parte clave de la película: la relación que germina entre la profesora y un joven obrero: “Es tan fácil en una situación así agarrarse a una persona más joven que te haga sentir bien y que te vea... y a la vez es tan maduro darse cuenta de que lo que tienes es una falta que debes trabajar tú en tu interior, no a través de liarte con otras personas”.
En ese meollo florece Los pequeños amores: “Con el chico, Teresa [que comparte edad con su creadora] puede quitarse la máscara y ser quien es. Y a la vez con su madre puede conversar sobre otros problemas, porque al final la madre posee esa sabiduría de la edad que le permite aconsejarle, insistirle en que se relaje, ahí está ella sola, y está bien y no pasa nada. Estos personajes, de alguna manera, son mujeres sabias”. En resumen, el mundo de su directora.
En Los pequeños amores hay un divertido enfrentamiento soterrado entre ficción y realidad, en el que la segunda siempre se impone a la primera: una proyección en la plaza del pueblo de una película clásica acaba reventada por una tormenta de verano; la elección de una novela decimonónica que lee en alto la hija a su madre se trunca con un “es que todas acaban igual”. A la cineasta le da la risa: “No quiero que la película se parezca a una película. No quiero que haya líos de verano solo porque así se hace en el cine. No quiero contar la realidad de un personaje desde lo que podría pasar en la ficción; quiero que lo que pase sea igual a lo que nos ocurre en la vida real”.
¿Cómo puede ser que el cine, el lugar donde es posible pensar, donde es posible mirar al otro, conectarnos con nuestra fragilidad, sea a la vez donde se perpetúen de una manera muy perversa ciertas cosas?”
A la cineasta le apasiona abrir ese melón: “¡Claro que la ficción me salva! Porque la ficción me permite mirar y empatizar. Y sí, el cine nos hace mejores, aunque esta frase suene horrorosa. Pero a la vez pienso en cuántas películas han creado clichés que nos han hecho sufrir mucho. Que han construido estereotipos, como el amor romántico, que nos hacen sufrir. ¿Cómo puede ser que el cine, el lugar donde es posible pensar, donde es posible mirar al otro, conectarnos con nuestra fragilidad, sea a la vez donde se perpetúen de una manera muy perversa ciertas cosas? Reflexiono mucho sobre esta contradicción porque me dedico al audiovisual y a veces me entristece que ocurra algo así”.
Que los conflictos sean tangibles, y el día a día palpable. “Y que entendamos que la vida no se puede contar solo desde nuestro punto de vista. Pienso en las mujeres mayores que, cuando a nosotras se nos llena la boca de feminismo, ya habían luchado tanto y de forma callada”. El cuidado de Ani recae en Teresa. ¿Quién cuidará de Teresa? “Yo no tengo hijos y la gente me mira y me dice que los hijos se tienen para que te cuiden. Evidentemente, no son el salvoconducto de los cuidados, ni del amor incondicional ni de nada. Pero ahí están. No me gustan las películas con mensaje, no quería hacer de los cuidados la tesis del filme, aunque, ¿tenemos un modelo sostenible para encarar este problema? No solo quién nos limpiará, sino con quién crearemos vínculos emocionales”. Que cada espectador busque su respuesta.
Babelia
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