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Crítica | Viaje al cuarto de una madre
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Épica de la mesa camilla

Una película sobre la aventura de la vida que no discurre por territorios exóticos sino en apenas unas baldosas

Javier Ocaña
Lola Dueñas y Anna Castillo (derecha), en 'Viaje al cuarto de una madre'.
Lola Dueñas y Anna Castillo (derecha), en 'Viaje al cuarto de una madre'.

Una película sobre la aventura de la vida que no discurre por territorios exóticos sino en apenas unas baldosas, las que separan la puerta de una casa que se está deseando abandonar y la habitación de una madre que siempre ha estado ahí para dar cobijo. ¿El calor conocido de dentro, el de esa mesa camilla con enagüillas, ese trabajo heredado y nunca querido, y los rincones de siempre del pueblo, del pueblo de siempre? ¿O el frío desconocido de fuera, el de la vida a la intemperie, la laboral, la social, la sentimental, a cientos de kilómetros de la calma chicha, donde quizá habite una nueva existencia?

VIAJE AL CUARTO DE UNA MADRE

Dirección: Celia Rico.

Intérpretes: Lola Dueñas, Anna Castillo, Pedro Casablanc, Adelfa Calvo.

Género: drama. España, 2018.

Duración: 94 minutos.

Celia Rico, magnífica escritora y directora debutante, ha compuesto en Viaje al cuarto de una madre una oda a la trascendencia de la sencillez, a la complejidad de las relaciones familiares, expuesta a través de un estilo con la paradoja como marca de identidad: luminosa en su interior, su exterior formal es entre gris y marrón. El lúgubre colorido de una relación más allá de la vida y de la muerte.

Retrato invisible de la nueva emigración, la nuestra, la de muchos jóvenes españoles en busca de un idioma y una salida (cuidar niñas en Londres, lavar platos en Berlín), la película de Rico mantiene en todo momento el modo elíptico del exterior. Salvo una destartalada esquina nocturna de una calle, y un taller de confección inequívocamente español, el relato mantiene sin imágenes y sin apenas datos la épica del viaje, que llega al espectador, como si también nosotros fuéramos una madre, por medio del sonido de los wasaps y de la quizá mentirosa respiración al otro lado del teléfono. Un tratamiento de la información eludida que va en paralelo con todo lo relativo al padre de familia, nunca verbalizado ni revelado.

Y, sin embargo, la luz mortecina elegida por Rico y compuesta por Santiago Racaj encubre dos fogonazos de incandescencia: la de la hermosa relación entre la hija y la madre, entre una cierta vitalidad y una cierta amargura, que en cualquier momento pueden intercambiarse; y la de las rotundas interpretaciones de dos actrices maravillosas, Lola Dueñas y Anna Castillo, verdad en la mirada y en el gesto, en la victoria y en la derrota.

Historia de dolores escondidos, de sombras, y de sonidos para el recuerdo (la máquina de coser, el clic de encendido de un brasero eléctrico, el envasado al vacío del jamón), de los que definen un idilio familiar hasta la muerte, Viaje al cuarto de una madre es el arduo y feliz camino de aprendizaje de dos figuras casi mitológicas.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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