Gregorio Marañón, presidente del Teatro Real: “Sin cultura no hay verdadero progreso”
El abogado, empresario y mecenas, que recibe un doctorado Honoris Causa de la Universidad Rey Juan Carlos, sostiene que el compromiso social de la empresa debe “abarcar también el mundo de la cultura”
Gregorio Marañón y Bertrand de Lis (Madrid, 82 años) es presidente del Teatro Real de Madrid, un cargo que ocupa desde 2007, y de la Fundación Ortega Marañón. Empresario, abogado, mecenas, autor de un libro de recuerdos, Memorias de luz y niebla (Galaxia Gutenberg), que refleja medio siglo de cultura y política españolas, Marañón fue un personaje importante durante la Transición española, casi siempre en un discreto segundo plano. Se mantiene en el centro de la vida cultural y social de este país. Este jueves 7 de marzo recibe un doctorado honoris causa de la Universidad Rey Juan Carlos. Esta entrevista se celebró en su despacho de Madrid el pasado miércoles.
Pregunta. Usted tuvo un papel destacado en la Transición española. ¿Cree que el llamado espíritu de la Transición se ha perdido?
Respuesta. Con la misma convicción con la que creo que el espíritu que recuperó la democracia en la Transición se ha perdido, considero necesario y urgente recuperar en la sociedad civil y en la política las puertas de entendimiento y diálogo que hacen fecunda la convivencia. Casi diría que la hacen posible. Sin un pacto entre el PSOE y el PP, no podrá cerrarse la vertebración territorial del Estado que la Constitución de 1978 dejó entreabierta; ni abordarse los problemas de la educación —ocho leyes contradictorias, en poco más de tres décadas, constituyen un verdadero dislate—; ni reformar la Justicia, cuya lentitud es en sí misma tan injusta; ni mejorar la Sanidad, evitando que millones de ciudadanos esperen en listas para ser atendidos.
P. ¿Qué papel debe desempeñar el sector privado en la cultura?
R. La cultura nos incumbe a todos, a los políticos y a la sociedad civil. Sin cultura no hay verdadero progreso, porque el pensamiento crítico y la reflexión utópica son esas alas y raíces que necesitan las sociedades para avanzar. En una sociedad democrática y moderna, el sector privado no puede dedicarse solo a cuidar de sus proyectos propios. Hay un compromiso social, que abarca también el mundo de la cultura. La cultura es un elemento identitario, es aquello que define lo que somos, lo que queremos ser, lo que nos une. El sector privado tiene la obligación de ayudar al mundo de la cultura, fomentando sin condicionar.
P. ¿Es el Teatro Real un ejemplo de esta cooperación entre el sector público y el privado?
R. No existe en Europa —dejo el tema de Estados Unidos aparte— un solo teatro de ópera mínimamente conocido, ya no digo relevante, que no tenga al menos el 50% de su presupuesto cubierto con subvenciones públicas, en algunos casos hasta el 90%. La ópera europea que se ha caracterizado como modelo de algo distinto ha sido el Real, que, siendo un teatro público, en estos momentos solo tiene el 30% de ayudas de las diferentes administraciones. Tenemos un 50% de ingresos propios, sobre todo de taquilla, y un 20% de contribución del sector privado. En Estados Unidos el sector privado financia el 80 o 90%, pero allí pagan sus impuestos con las donaciones.
P. ¿Cree que la ópera es un espectáculo necesariamente elitista?
R. La ópera no debe ser un espectáculo elitista, pese a la limitación de sus aforos. Las nuevas tecnologías permiten que la ópera llegue a los rincones más lejanos de nuestro país y puedan traspasar nuestras fronteras.
P. ¿Qué equilibrio debe existir en la programación de un teatro de ópera entre los espectáculos considerados populares y aquellos que, pese a su dificultad, representan un desafío artístico?
R. Un teatro de ópera no puede programar de espaldas al gusto mayoritario de sus espectadores, pero sí debe incluir, al menos, un 30% de propuestas que signifiquen una renovación del repertorio. El Teatro Real tiene una cuestión adicional: por haber estado cerrado durante el siglo XX, también debe recuperar el repertorio operístico de este periodo. Son producciones que pueden resultar más difíciles de asimilar, pero tenemos la obligación cultural de programarlas. Y luego tenemos que ofrecer un 70% de óperas con un lleno del 94% de la sala porque con eso generamos el 50% del presupuesto.
P. ¿Y esa programación libre puede incluir obras que a usted pueden no gustarle?
R. Por supuesto. Creo que el gusto del presidente del Teatro Real es lo último que debe tener en cuenta el director artístico. La libertad que debe tener el director artístico, en este caso Joan Matabosch, es total con una sola excepción: se tiene que ajustar al propuesto. Es el único límite que le ponemos. El patronato no debe entrar a discutir la programación del Teatro Real.
P. Usted formó parte del grupo de personas que participaron en la fundación de EL PAÍS, un apoyo que fue más un compromiso cívico que un negocio. ¿Sigue conservando esa relación que calificaría de sentimental con este diario?
R. Ciertamente estuve involucrado en el nacimiento de EL PAÍS y en el desarrollo de Prisa hasta 2017. En octubre de ese año, mi amigo Juan Luis Cebrián, entonces presidente de Prisa, convino con algunos relevantes accionistas minoritarios el cese de todos los consejeros independientes por oponernos al proyecto que deseaban aprobar desnaturalizando, a nuestro juicio, Prisa. Por mi parte, desde el primer instante quise mantener mi vinculación emocional con la redacción de EL PAÍS, y envié, 15 días después, un artículo titulado ‘La desmemoria que no cesa’, que se publicó de inmediato. Fue una respuesta alentadora. Aquel artículo obtuvo, meses después, el Premio Mariano de Cavia. Y hoy mantengo viva esa vinculación emocional que desde siempre me ha unido a EL PAÍS.
P. ¿Qué papel cree que desempeñó EL PAÍS en la democracia española?
R. Un papel decisivo y configurador. La historia de la Transición comportó también la historia de EL PAÍS.
P. Usted también estuvo en Cuadernos para el Diálogo. EL PAÍS heredó parte del espíritu de aquella revista, que unió a diferentes corrientes ideológicas. ¿Qué importancia tiene para un momento tan polarizado como el actual que exista un medio que se mantiene por encima del sectarismo?
R. Es imprescindible que los medios contribuyan a apagar los incendios en vez de avivarlos, y Cuadernos fue, ciertamente, tan ejemplar como necesario.
P. ¿Demuestra toda su experiencia con la defensa de la Vega Baja de Toledo que las diferentes instituciones españolas no tienen clara la importancia de la defensa de nuestro patrimonio histórico? ¿Cree que como país somos todo lo conscientes que deberíamos de la importancia de nuestro patrimonio?
R. No. Y hay cosas que están relacionadas. La política educativa de la democracia ha sido muy deficiente, como ya he explicado. Esa inestabilidad de leyes de educación, porque no se consensúa ninguna de ellas, supone un gran coste social. A mí me parece una irresponsabilidad.
P. ¿Y esto está relacionado con la falta de conciencia en la conservación del patrimonio?
R. Hay unas élites económicas que van al negocio sin el más mínimo sentido de la responsabilidad social de lo que eso significa. Y esto es también falta de formación cívica. Es cierto que la sociedad poco a poco se va concienciando. El paisaje es lo de los puntos más relevantes para identificar un país… La preservación de ese paisaje es esencial. La Vega Baja de Toledo la salvamos gracias a que estaba José María Barreda en la presidencia de Castilla-La Mancha, a que nos opusimos algunos más decididamente, y a la ayuda de la prensa. Así se abortó la conversión en bloques de viviendas de aquel suelo público, que forma parte esencial del paisaje de la ciudad, y es, además, un yacimiento arqueológico de una inmensa importancia. Estamos hablando de 2006. Desde entonces, sigue siendo un yacimiento a excavar y un paisaje a proteger. Demasiado tiempo pendiente para no estar ya consolidado.
P. ¿Cuál es su compositor favorito?
R. Depende del momento, pero por simplificar una respuesta diría que Bach, y, si nos limitamos a la ópera, Verdi y Mozart.
P. ¿Cree que ahora mismo en la sociedad española existe una figura similar a la de su abuelo, por su peso intelectual pero también su influencia pública?
R. Nuestra sociedad es hoy mucho más amplia, culta y rica que la de entonces, y, precisamente, esta mayor complejidad difumina la influencia de las grandes personalidades. Pero, ciertamente, contamos con muchas personalidades del mundo de la cultura y la ciencia que, en su conjunto, tienen una gran trascendencia.
P. ¿Qué significa para usted este doctorado Honoris Causa de la Universidad Rey Juan Carlos?
R. Constituye un reconocimiento muy generoso que recibo en un momento de mi vida en el que continúo en plena actividad y renovando permanentemente mis sueños. Goya, siendo octogenario, tituló Aún aprendo un excelente dibujo suyo. Pues así me siento. Y, en correspondencia, también constituye una nueva obligación que contraigo.
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