María Eugenia Aubet, pionera y maestra de arqueólogos
La importancia de sus trabajos de campo, así como sus libros y artículos, cuentan con un reconocimiento internacional y la consideración de autora de referencia del mundo fenicio
Siempre recordaré a María Eugenia Aubet (Barcelona, 80 años) en el despacho del Institut Milà i Fontanals, en la calle Egipcíacas de Barcelona, en una habitación situada en lo alto de un edificio pretencioso y trasnochado, propio del mal gusto político de la época. Si la querías ver, tenías que enfrentarte a una escalinata sombría y atravesar pasillos inacabables, pero cuando llegabas, el escenario cambiaba con su presencia, la luz se recuperaba y transformaba aquel sitio sombrío en un espacio de esperanza. Ese lugar, casi de peregrinación para muchos, evitó que dimitiéramos del oficio y se erigió en el contrapunto necesario para una universidad lastrada por el regusto amargo de lo que creíamos últimos coletazos del fascismo. ¡A mediados de los setenta! ¡Qué equivocación!
ME, como le gustaba firmar, había hecho de aquel lugar su habitación propia. Allí, las palabras multiplicaban las cosas arqueológicas abriéndose a todo tipo de asuntos, hasta que surgió la amistad. Siempre pensé que ME era como un acrónimo de sí misma, un pronombre a la espera de lo Otro, dando cabida a transformaciones, oponiéndose a un YO definitivo, toda una declaración de intenciones. Fue una de las pocas personas con quien los estudiantes pudimos contar para llenar los vacíos de lo que se nos enseñaba. Pretendíamos una universidad clandestina en unos tiempos donde eso era físicamente peligroso. ME conservó hasta el final unas fuertes convicciones progresistas con un sello inconfundible de tolerancia, siempre expresando respeto, nunca temor.
No le gustaba hablar de sí misma. Siempre giraba la conversación hacia algún tema de interés que te concernía, nunca alzaba la voz, pero tampoco le temblaba ante las injusticias, el maltrato o los protocolos. La franqueza solo competía con su pudor al entablar una conversación que nunca quería protagonizar. Su palabra siempre esperaba a la tuya para presentarse, generando una atmósfera de afecto sincero. Su carcajada entrecortada, sin estridencias, casi silenciosa, era el signo de que compartía contigo un momento dichoso. Ya no podremos disfrutar de su presencia. La arqueología, en cambio, la mantendrá viva. A pesar de haber perdido su voz más profunda y relevante, la casa fenicia la retendrá para siempre.
María Eugenia atendía con rigor extremo los objetos que investigaba, siempre alejando fetiches. Trataba los restos arqueológicos con la misma delicadeza y cuidado con que trataba a las personas, en una simetría afectiva y efectiva más poderosa que cualquier pretendida ontología plana de las últimas arqueologías. Sus excavaciones en Tiro y las amistades que dejó en el Líbano son una buena prueba del cuidado atemporal que profesaba a unos y otras. El sufrimiento por la masacre sistemática en Gaza amargó sus últimos días.
La arqueología española ha perdido una de sus investigadoras cruciales. Una mujer que padeció, simplemente por el hecho de serlo, la academia rancia y retrógrada de los años 70 y se sobrepuso a ella siendo mejor que sus compañeros. Tuvo que superar momentos de penuria intelectual cargados de prejuicios y marchar al extranjero para hacer su tesis doctoral. Insólito en aquellos tiempos lo que ahora resultaría normal para una estudiante exigente y, a su vuelta, una tesis de prestigio solo le valió para encerrarla en el CSIC. Alguien consideró que aquella joven podría incitar a la subversión en las aulas por el simple hecho de exigir rigor y compromiso científico y social.
La importancia de sus trabajos de campo en Setefilla, Guadalhorce o Tiro, así como sus libros y artículos cuentan con un reconocimiento internacional y la consideración de autora de referencia del mundo fenicio. Quienes quieran conocer su trayectoria pueden acudir a internet donde todavía no encontrarán el lamento de sus colegas por su pérdida, traducido en sólidos calificativos: erudita excepcional, un ejemplo raro y magnífico en nuestra profesión, mujer remarcable, heroína, persona ejemplar y, ante todo y repetidamente, pionera y maestra.
Vicente Lull es catedrático de Prehistoria de la la Universidad Autónoma de Barcelona
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