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Los presos de Francia también eligen a su Goncourt

Cerca de 600 reclusos de 40 prisiones participan en una ramificación del prestigioso premio de literatura francés. El certamen, que ha premiado a Mokhtar Amoudi, busca fomentar la lectura en las cárceles y conectar con el resto de la sociedad

Mokhtar Amoudi, galardonado con el premio Goncourt de los reclusos, pronuncia un discurso ayer ante los reclusos en el Centro Nacional del Libro de París.
Mokhtar Amoudi, galardonado con el premio Goncourt de los reclusos, pronuncia un discurso ayer ante los reclusos en el Centro Nacional del Libro de París.JULIEN DE ROSA (AFP via Getty Images)
Sara González

El día de hoy fue distinto. Mohamed, un recluso de 27 años, se dirigió temprano hacia el Centro Nacional del Libro. En la camioneta que lo llevó hasta París lo acompañaban un vigilante de seguridad y la presidenta de la asociación que gestiona las bibliotecas de Fleury-Mérogis, una de las prisiones más grandes de Europa. La ocasión era especial: participar en la entrega del Goncourt de los detenidos, una versión del prestigioso premio de literatura, votado por cerca de 600 presos de 40 cárceles.

El certamen, impulsado por los ministerios de Justicia y Cultura junto al Centro Nacional del Libro y la Fundación Goncourt, se celebró por segundo año consecutivo. El objetivo es fomentar la lectura en las cárceles y favorecer la reinserción social. Para esta edición, los internos escogieron el libro de Mokhtar Amoudi Les conditions idéales (Las condiciones ideales, no editada en español) como novela ganadora. Pero más allá de la selección, lo que diferencia este premio del oficial es el proceso que hay detrás.

“Cada jueves nos daban dos libros para leer”, explica Mohamed a EL PAÍS, con la novela entre manos. Durante dos meses, los reclusos asistieron voluntariamente a talleres donde se leía y analizaba los 16 libros seleccionados para el Goncourt oficial, cuyo premio fue entregado en noviembre. Las sesiones, algunas de ellas mixtas, se convirtieron en verdaderos debates, lugares de encuentro y momentos de escapatoria del día a día de la cárcel. Más de 75.000 personas están detenidas en Francia, según los últimos datos del Ministerio de Justicia. Las prisiones sufren una sobrepoblación crónica y el país ya ha sido condenado por las condiciones degradantes que han sufrido algunos presos. Dominique Pipard-Thavez, de 68 años, lleva ocho trabajando en la de Fleury-Mérogis, donde animó los talleres de literatura.

Para el del Goncourt participaron 15 hombres y 6 mujeres. Otros ocho se sumaron a los debates, pero a distancia, ya que su régimen de detención les impedía comunicarse con otros reclusos. “Para algunos, la cárcel solo debe ser un lugar de privación de libertad. Pero para nosotros, aunque lo sea, no debe eliminar otros derechos, en particular los culturales. Y la lectura es un derecho cultural”, subraya la presidenta de la asociación Lire c’est vivre (Leer es vivir), que gestiona las 10 librerías del centro de detención. “Es una forma de devolver la humanidad a estos espacios donde todo está reglamentado”, apunta en conversación telefónica.

“En la cárcel, lo escrito toma otra dimensión”

De eso trata el premio. Además de los talleres, los 16 autores cuyas obras fueron seleccionadas visitaron a sus lectores en prisión. Los intercambios, según han relatado, fueron intensos y sinceros. Lo que marcó a Dorothée Janin, autora de La révolte des filles perdues, fue la mezcla de los que participaron en las sesiones. Hombres y mujeres, de todas las edades y de todas las clases sociales. “Hay una gran autenticidad de las personas, y por ende de los intercambios. En prisión, las máscaras se caen, no hay ninguna pose social”, indica por teléfono. Por eso, reflexiona, los debates le parecieron más directos y más íntimos.

Muchos de los reclusos no eran especialmente grandes lectores. Pero en la cárcel las cosas cambian. ”Los presos me contaron que muchas veces, en detención, hay periodos de introspección forzada”, añade Janin, que visitó cinco prisiones. Por el lugar y la situación, “lo escrito toma una dimensión que no había antes en sus vidas”, aclara. Fue el caso de Mohamed. “Yo no tenía ni idea de que me gustaba la literatura, que me gustaba leer”, indica. “Lo de Mokhtar [Amoudi] me dio ganas de escribir algo sobre mi vida, me inspiró de verdad”, insiste. Durante la ceremonia, pudo intercambiar impresiones con el presidente de la Academia Goncourt, Didier Decoin, y con los ministros de Cultura y Justicia, Rima Abdul Malak y Éric Dupond-Moretti. También lo hicieron otros nueve detenidos, todos seleccionados para representar los votos a nivel nacional.

Una de ellas, elegida para representar las cárceles del este, prefirió otra obra: Suite inoubliable, del escritor japonés Akira Mizubayashi. El autor escribe tanto en su idioma materno como en francés y su novela, a grandes rasgos, usa el tema de la música para hablar de la guerra. “Es una novela que permite viajar espiritualmente”, relató, añadiendo que para los detenidos los talleres fueron como “un soplo, un viaje para nuestra libertad interna”. La administración penitenciaria pidió no poner su nombre, en parte para proteger su seguridad. Pipard-Thavez resaltó que las reuniones fueron también momentos de libertad de palabra. “Vemos que apacigua a las personas. Leer en voz alta también les ayuda a colocar la voz”, explica, añadiendo que ciertos reclusos sufren un choque emocional al entrar y se les corta el habla. Para algunos, los talleres les ayudaron después a expresarse ante un abogado o un juez, relata.

El Goncourt de los detenidos permite a los reclusos integrar un certamen que es parte de la actualidad literaria francesa. Los libros que ganan se venden en las librerías con una tira de papel rojo. El hecho de que sea el más prestigioso de los premios aporta también cierto sentimiento de orgullo. Esta versión del Goncourt muestra que son “lectores y lectoras como los otros”. “Para que no se vean reducidos a la única identidad de presos”, opina Janin.

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