Jean-Paul Dubois, el ganador del Goncourt que solo escribe un mes al año
El escritor explica su sistema y defiende una literatura que toma partido por quienes se rebelan ante lo inaceptable y que le permite ser “propietario” de su vida
Cada escritor tiene su cocina. Sus manías, sus trucos. La de Jean-Paul Dubois (Toulouse, 1950), último premio Goncourt, es de las más originales. El 1 de marzo se sienta ante el ordenador y escribe la primera frase de una novela. El 31 de marzo, la termina. Entre ambas fechas escribe cada día sin descanso, de diez de la mañana hasta las tres de la madrugada, con una hora en medio para ir en bicicleta. Ocho páginas diarias. Después, entrega el libro al editor. Y hasta otro marzo. “Soy un escritor de un mes al año”, dice Dubois en una entrevista telefónica. “El resto del tiempo reparo cosas, me ocupo de las personas a las que quiero, vivo”.
El resultado más reciente de este método particular es No todos los hombres habitan el mundo de la misma manera, que publica en castellano Alianza de novelas, en traducción de Amaya García Gallego, y en catalán (No tots els homes viuen de la mateixa manera) por Edicions 62 en traducción de Pau Joan Hernàndez. Con esta historia de hombres bondadosos confrontados con situaciones adversas, Dubois ganó en 2019 el premio más prestigioso de las letras francesas. Bernard Pivot, que hasta diciembre presidió la Academia Goncourt, lo comparó con John Irving y William Boyd. Otro escritor, Frédéric Beigbeder, lo describió como “un gran novelista americano que vive en Toulouse”.
“Hago libros porque no puedo hacer películas”, confiesa. “Pero siempre tengo en mente el encuadre, las escenas. Ruedo la película a medida que escribo. Y para rodar necesito una voz, la voz off que cuenta, la del narrador”.
No todos los hombres habitan el mundo de la misma manera, su vigésimo segunda novela, son unos escenarios: Toulouse, Dinamarca, Canadá. Y es, sobre todo, una voz, la del narrador, Paul Hansen, hijo de una francesa y un danés que nos habla desde la celda de una prisión quebequesa en la que convive con Patrick Horton, un motorista de los Ángeles del Infierno, y con sus muertos familiares. “Vivimos permanentemente con fantasmas, con personas que siguen habitándonos por medio de la memoria y los recuerdos”, afirma el autor. Estas personas —los muertos, los fantasmas— le acompañan mientras escribe, y al mismo tiempo acompañan a su personaje, un perdedor que solo lo es en apariencia.
“El punto de partida del libro es la vida de un hombre al que conozco, Serge”, dice Dubois. “Es un tipo humanamente formidable. Es lo que se llama un superintendente: alguien que hace de todo en un edificio de Canadá. Y se ocupa de quienes viven ahí. Les ayuda, los cuida, les hace la compra cuando el suelo está helado. Los ha visto envejecer. Su vida me obsesionó. Me fascina su generosidad, su elegancia y su inteligencia”.
Cuando escribo un libro, elijo un campo. Hay que elegir entre quienes tiene el poder y quienes no
El libro cuenta la vida en la celda y la relación entre Paul y Patrick. Y también la biografía de Paul. Su infancia en Toulouse. La marcha a Canadá tras los pasos de su padre, que es pastor protestante, en un pueblo minero. El trabajo como conserje en un edificio de apartamentos en Montreal, el encuentro con Winona, piloto de hidroaviones. Y el momento en que todo se tuerce. O eso parece.
¿Una historia de hombres buenos que van por el mal camino? “No, al contrario. Tanto el padre como el hijo empiezan a ser personas verdaderamente buenas a partir del momento en que se rebelan, en el que no aceptan lo inaceptable”, discrepa Dubois. “Cuando escribo un libro, elijo un campo. Hay que elegir entre quienes tiene el poder y quienes no. La razón por la que hago libros es porque en mi vida elegí no tener nunca patrones ni ejercer ningún poder sobre nadie”.
Acostarme tarde y a las tres de la mañana y levantarme cuando ya no tengo sueño: eso es la libertad
Dubois siempre soñó con ser dueño de su mismo y de su tiempo. “Aunque sea para no hacer nada, o para trabajar mucho, pero para mí y con los horarios que yo quiera”, aclara. “Siempre me he acostado a las tres o las cuatro de la mañana y me levanto cuando ya no tengo sueño. Para mí esto es el fundamento de la libertad”.
Desde joven, buscó un oficio que no le ocupase toda la jornada. Fue reportero en el semanario Le Nouvel Observateur, que le permitía escribir a su aire, lejos de la redacción y los agobios del cierre (sus reportajes en Estados Unidos, publicados bajo el título L’Amérique m’inquiète, son verdaderos relatos reales). Pero quería más. Tras ganar el premio Fémina en 2004 por Una vida francesa, pudo dejar el periodismo para dedicarse en exclusiva a la literatura. Solo en marzo, aunque durante los 11 meses restantes acopia, queriéndolo o sin querer, el material que se convertirá en ficción. “Soy el patrón y el obrero, yo lo hago todo”, resume. “Por eso hago libros: para ser el propietario de mi vida. Es mi único orgullo y mi única ambición.”
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