Lise Davidsen emociona e impresiona cantando Grieg y Sibelius en el Ciclo de Lied
La joven estrella operística noruega triunfa en la apertura de la 30ª edición de la veterana serie del Centro Nacional de Difusión Musical en el Teatro de la Zarzuela con un exigente recital
La cultura noruega está de rabiosa actualidad. El mismo día en que se publicaba en España la novela Mañana y tarde (Nórdica/ De Conatus), del último ganador del Nobel de Literatura, Jon Fosse, actuaba en Madrid su flamante estrella operística, la soprano Lise Davidsen (Stokke, 36 años) cantando canciones del principal compositor nacional, Edvard Grieg. Un recital junto al pianista James Baillieu que abría, el pasado lunes, 9 de octubre, la 30ª edición del Ciclo de Lied, en el Teatro de la Zarzuela. Y un exitoso debut para ambos en la serie del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM) que culminó con una inmensa ovación y dos magníficas propinas.
El programa estaba idealmente concebido para confrontar el repertorio habitual para voz y piano germano (Schubert y Berg) con el infrecuente escandinavo (Grieg y Sibelius). No por casualidad, los Cinco poemas de Otto Benzon op. 69, de Grieg, nunca se habían escuchado en este veterano ciclo, al igual que Svarta rosor (Rosas negras), la canción más famosa de Sibelius. Y de las Cinco canciones op. 37, del finlandés, tan solo se había programado la núm. 4, Var det en dröm? (¿Fue un sueño?), hace ya casi 30 años.
Davidsen agarró el micrófono para ejercer de embajadora. Y en medio de cada parte dio unas improvisadas pinceladas en inglés para ubicar las poco conocidas canciones de Grieg y Sibelius. Al primero lo definió como un “hombre de la naturaleza” que vierte en sus canciones las montañas y las aguas noruegas. Al segundo lo relacionó con el estoicismo finlandés e incluso bromeó acerca de su afición por la sauna. Pero el objetivo de sus palabras era subrayar cómo la aparente frialdad y austeridad nórdica de ambos compositores se transforma en calor y emoción cuando componen canciones para voz y piano.
Lo demostró, en el arranque del recital, con una imponente versión de Der gynger en båd på bølge (Se mece una barca en las olas). No fue difícil recordar a su compatriota, la legendaria Kirsten Flagstad, en esta primera canción del op. 69, de Grieg, que grabó para Decca. Pero la joven soprano imprime un carácter mucho más vivo y fogoso al ropaje musical de estos versos del poeta danés Otto Benzon traducidos al noruego. De hecho, los rellenó con toda la carnosidad y el fuego interior de su poderoso instrumento que llenaba toda la sala.
Pero Davidsen no consiguió dotar del mismo atractivo a las siguientes canciones. A pesar del tono juguetón de Til min Dreng (Para mi niño), y de su terso pianísimo en Ved Moders Grav (En la tumba de mi madre), no logró dotar a Snegl, Snegl! (¡Caracol, caracol!) de equilibrio y sutileza, por mucho que gesticulase con las manos. Todo lo fió a Drømme (Sueños), que fue el punto más alto del ciclo. Y escuchamos su admirable control dinámico que coronó con un bellísimo claroscuro, sobre el verso final, donde también Baillieu elevó el acompañamiento pianístico.
La primera parte culminó con otra desigual versión de los Sieben frühe Lieder, de Alban Berg, escritos entre 1905 y 1908. El salto estilístico con Grieg fue inmenso, aunque entre lo escuchado no mediara ni siquiera una década. Davidsen volvió a confrontar el inmenso tamaño de su voz contra una miríada de detalles de fraseo y dinámica que despliega el compositor austríaco en su partitura. Y brilló especialmente en las dos últimas canciones, Liebesode (Oda amorosa) y Sommertage (Días de verano), donde su voz encontró una fluidez ideal entre la densa oscuridad de su centro y sus tronantes agudos.
Schubert fue un verdadero reto como apertura de la segunda parte. Y la soprano salió más que airosa al afrontar varias de las páginas más famosas de toda la literatura liederística. Cantó con sobriedad y concisión An die Musik (A la música), aunque no tuvo el mismo acierto en una desmadejada versión de Lachen und Weinen (Risas y lágrimas). Y añadió un ideal tono dramático a Die junge Nonne (La joven monja), una balada donde escuchamos el alocado monólogo de una novicia atormentada por el deseo.
Ese tono dramático le ayudó en la famosísima Gretchen am Spinnrade (Margarita en la rueca). Y todavía más en Erlkönig (El rey de los alisios), donde consiguió desdoblarse admirablemente entre el narrador y los tres personajes de esta trepidante balada schubertiana. Pero la joya de la noche llegó, a continuación, con los íntimos nueve compases estróficos de la Litanei auf des Fest Aller Seelen (Letanía en la fiesta de los difuntos). Davidsen dejó flotar su admirable legato y Baillieu la acunó desde el piano.
Con el cambio de Sibelius por Schubert se comprendió la reivindicación de Davidsen de la fogosidad cancioneril nórdica. De nuevo, la noruega se alejó del tono hierático de Flagstad y buscó ahondar en el contraste entre la prosodia y el arrebato expresivo dentro del maravilloso ciclo op. 37. Impactó colocando un fa agudo que casi nos despeinó, en la núm. 1, Den första kyssen (El primer beso), convirtió la reiteración “Lasse, Lasse liten!” (¡Lasse, mi pequeño Lasse!), de la núm. 2, en una intensa salmodia, o nos hizo escuchar ese fulgor purpúreo del cielo con el cuerno del guerrero, en Soluppgång (El amanecer). Pero elevó especialmente las últimas canciones con tremendo fulgor vocal e intensidad expresiva. Lo comprobamos tanto en ese anhelo por el amor perdido, de Var det en dröm? (¿Fue un sueño?), como en la amargura por la primera traición amorosa, de Flickan kom ifrån sin älsklings möte (La joven volvió del encuentro con su amado), que terminó oscureciendo terroríficamente su registro grave al cantar las palabras “älskarns otro” (infidelidad del amante).
Lo mejor de la noche, al final
Faltaba lo mejor de la noche, que Davidsen reservó para coronar su recital: la atormentada Svarta Rosor (Rosas Negras), donde Sibelius alcanzó una de sus cimas expresivas como apertura de su op. 36. La soprano noruega elevó los alucinantes claroscuros de la melodía, donde se oponen las tonalidades de re mayor y re sostenido menor, con una intensidad y poderío vocal desbordantes y apoyada siempre con determinación desde el piano por Baillieu.
El recital había terminado, pero la inmensa ovación final condujo a dos propinas. Y la noruega prosiguió su reivindicación de la canción nórdica con las dos últimas canciones del op. 48 de Grieg, donde el compositor noruego puso música a diversos poemas alemanes de múltiples épocas. Primero abordó el éxtasis de Ein Traum (Un sueño), sobre versos de Friedrich Bodenstedt, que coronó con un trepidante crescendo. Y, tras la intervención de un aficionado para pedirle que regresase pronto, cerró la noche con Zur Rosenzeit (El tiempo de la rosas), sobre versos de Goethe, donde ahora amasó con maestría esa aflicción en bucle elaborada por Grieg. Una música de una calidad tan grande que no sería difícil atribuir a Schumann o Brahms.
Lise Davidsen culminará su breve gira por España, mañana miércoles, 11 de octubre, abriendo el ciclo Les Arts és Lied, en Valencia. Pero su imponente voz volverá a escucharse dos veces esta temporada y en su más habitual registro operístico: en enero, dentro del ciclo Voces del Real, del coliseo madrileño, y en junio, en el Liceo de Barcelona, dentro de un concierto con el primer acto de La valquiria, de Wagner.
CNDM 23/24. XXX Ciclo de Lied
Obras de Grieg, Berg, Schubert y Sibelius.
Lise Davidsen (soprano) y James Baillieu (piano).
Teatro de la Zarzuela, 9 de octubre.
Babelia
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