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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Así cayó Jann Wenner, fundador de ‘Rolling Stone’ y rey de los ‘boomers’

El editor se hunde tras minusvalorar a figuras femeninas y músicos negros

Bono, Jann Wenner, Mick Jagger, Bruce Springsteen
Bono, Jann Wenner, Mick Jagger y Bruce Springsteen, fotografiados por Mark Seliger en 2009.
Diego A. Manrique

Un resbalón funesto el de Jann Wenner, histórico creador de la revista Rolling Stone. Andaba publicitando su último libro, The masters, una colección de entrevistas con siete gigantes del rock, desde Dylan a Springsteen, cuando le tocó conversar con David Marchese, antiguo empleado suyo que ahora trabaja para The New York Times.

La cosa iba amable, incluso con Wenner defendiendo el tratar con guantes de seda a famosos amigos como Mick Jagger, ejemplarizado por la crítica de su cuarto disco en solitario, Goddess in the doorway, al que concedió la máxima puntuación, por encima de la valoración de su equipo: “Un insuperable disco que, con el tiempo, puede que se revele como un clásico”, escribió Jann. El patinazo ocurre cuando Marchese se escandaliza por la ausencia de mujeres y artistas negros en el libro. Wenner asegura que Joni Mitchell, Janis Joplin o Grace Slick podían ser potencias creativas pero que carecían de la elocuencia necesaria para ser entrevistadas en profundidad. Igual pensaba de Stevie Wonder, Marvin Gaye, Otis Redding o Curtis Mayfield. Oh.

La reacción fue inmediata y unánime. Rolling Stone enfatizó que Wenner no participaba en la revista desde su venta en 2019. La editorial de The Masters canceló su agenda promocional. Lo peor: fue expulsado del consejo directivo del Rock and Roll Hall of Fame, donde ejercía de presidente; únicamente tuvo el apoyo de Jon Landau, manager de Springsteen (y viejo colaborador de Rolling Stone).

Puede parecer banal pero ese puesto otorgaba a Wenner un poder extraordinario. La pasión estadounidense por el concepto Hall of Fame se manifiesta en centenares de instituciones, desde las previsibles (Salón de la Fama del Béisbol) a lo insospechado (Salón de la Fama de la Inteligencia Militar), que reconocen tanto la popularidad como las aportaciones en determinado campo. El Rock and Roll Hall of Fame no es solo cuestión de ego: se pelean por la inclusión ya que muchos posibles candidatos todavía están activos y necesitan esa medalla.

Antes de que el Rock and Roll Hall of Fame adquiriera materialidad, con su apabullante museo en Cleveland (Ohio), sus objetivos eran modestos. Un servidor participaba en las votaciones, por invitación de Ahmet Ertegun, el verdadero motor de la idea; cada año recibíamos un sobrecito con un listado de los candidatos más una casete (¡sí!) con muestras de su música. Hasta que decidieron que aquello era demasiado importante para dejarlo en manos ajenas. En realidad, todo el proceso de selección resultaba obscuro: se podía prescindir de artistas minoritarios en favor de nombres establecidos, conectados con grandes discográficas y capaces de despertar la curiosidad mediática.

Tampoco sentí dejar de contribuir a un procedimiento que parecía destinado a solidificar el panteón de los baby boomers, tal como lo definió Rolling Stone en sus primeras décadas. Y Jann no era especialmente musiquero: aparte de sus problemas con mujeres y artistas negros (¡o latinos!), ignoraba géneros como el rock progresivo, el heavy metal, el jazz-rock, el punk, el tecno pop o el reggae, que solo tuvieron presencia testimonial, en plan vamos-a-tapar-este-hueco. Lo hablé con Wenner cuando le pude entrevistar y, básicamente, vino a decir que pasaba de la opinión de los plumillas. Hacía mal: le avisaban sobre sus prejuicios. Y esa ignorancia le ha hundido en la ignominia.

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